El aumento de Coca-Cola a sus precios desde el pasado 13 de noviembre de 2023, es un golpe directo al bolsillo del consumidor mexicano. Foto: Especial

Coca-Cola y el brindis amargo para México

De acuerdo con la Condusef, un mexicano gasta en promedio 6 mil 600 pesos al año en refrescos, asumiendo un consumo diario

Las festividades decembrinas en México, adornadas con luces y alegría, traen consigo una presencia constante y sutilmente invasiva: la de Coca-Cola. En esta época, famosa por sus anuncios evocadores que prometen unión y felicidad, la compañía se ha convertido en el arquitecto de una tradición manufacturera. Año tras año, Coca-Cola, bajo la dirección de Luis Felipe Avellar en México, nos vende una imagen idílica de armonía familiar alrededor de su emblemática botella, posicionándose al lado del ponche navideño y la sidra como sinónimo de las celebraciones. Sin embargo, detrás de esta cortina de festividad y sonrisas, se esconde una realidad menos brillante.

La reciente noticia de que Coca-Cola, distribuida en el país por Femsa, aumentó sus precios desde el pasado 13 de noviembre de 2023, es un golpe directo al bolsillo del consumidor mexicano. Este aumento, de hasta siete pesos en algunas presentaciones, justificado por la inflación y el alza en los costos del azúcar, plantea preguntas inquietantes sobre la sostenibilidad y el impacto de tales decisiones en la economía familiar.

Pero este aumento no es un evento aislado, sino una tendencia preocupante en el sector de bebidas. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, la inflación de jugos, aguas embotelladas y refrescos ha visto un aumento constante, incluso mayor que la inflación general en México.

En este contexto, Coca-Cola, que disfrutó de un periodo de precios estables por un año, parece ceder ante las presiones económicas para olvidar su impacto en los consumidores que han sido leales a la marca durante décadas. Más allá de la economía, el impacto de la bebida en la salud pública es igualmente alarmante. Estudios han vinculado directamente el consumo de bebidas azucaradas con enfermedades como la diabetes y la obesidad, dos plagas que azotan a México con una ferocidad inusitada.

La Universidad de Yale destaca a México como líder mundial en consumo de refrescos, con un promedio de 163 litros por persona al año, lo que representa un 40 por ciento más que en Estados Unidos, el segundo país en este ranking con 118 litros. Este hábito de consumo se traduce en estadísticas de salud desoladoras, con aproximadamente 24 mil mexicanos perdiendo la vida anualmente a causa de enfermedades relacionadas con el consumo excesivo de azúcares.

Para dar una perspectiva monetaria, de acuerdo con la Condusef, un mexicano gasta en promedio 6 mil 600 pesos al año en refrescos, asumiendo un consumo diario a un costo de 17 pesos. Esta cifra no solo resalta la magnitud del consumo, sino también el impacto económico significativo en los hogares mexicanos.

En este panorama, Coca-Cola, con un dominio del 72.8 por ciento en el mercado mexicano, enfrenta un dilema. Si bien sus incrementos de precios responden a dinámicas de mercado y presiones externas como el fin de la cosecha de caña y conflictos políticos internacionales, la empresa debe sopesar su rentabilidad contra su impacto en la salud pública. Un ejemplo desgarrador de esta realidad es la región de Chiapas, que ostenta el mayor consumo per cápita de Coca-Cola a nivel mundial y, consecuentemente, sufre una prevalencia alarmante de diabetes mellitus, la principal causa de muerte en la última década.

Es así que, mientras la refresquera continúa siendo un símbolo de celebración en México, su realidad subyacente pinta un cuadro mucho más sombrío. Entre aumentos de precios y preocupaciones de salud pública, es momento de reflexionar si esta bebida, tan arraigada en nuestras festividades, es realmente un brindis a nuestra felicidad o un trago amargo para nuestra sociedad.

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