Ya han pasado 20 años desde que El club de la pelea llegó a cines

Celuloide: Soy la decepción encabronada de Jack

Ya han pasado 20 años desde que El club de la pelea llegó a cines, esta película dirigida por David Fincher que germinó en toda una juventud la sensación de malestar, de querer combatir el conformismo, dejar el imperio de consumo, liberarnos de nuestras tarjetas de crédito y ver al mundo arder, sigue presente; sin […]

Ya han pasado 20 años desde que El club de la pelea llegó a cines, esta película dirigida por David Fincher que germinó en toda una juventud la sensación de malestar, de querer combatir el conformismo, dejar el imperio de consumo, liberarnos de nuestras tarjetas de crédito y ver al mundo arder, sigue presente; sin embargo, aquí estamos dos décadas después, formando parte del universo corporativo y lo socialmente bien aceptado.

Tyler Durden se convirtió en nuestro pastor, nada nos faltó, la ideología de “no eres tú trabajo, no eres el dinero que tienes en tu cuenta de banco, no eres el auto que conduces, no eres el contenido de tu cartera” fue el himno de millones que generó un cambio de percepción intelectual, en quienes se dejaban abrazar por este personaje de dos rostros en un mismo hombre, pero aquí continuamos, viviendo la vida godín, cobrando un sueldo, pagando impuestos, ¿llevando una existencia miserable?

Chuck Palahniuk fue el genio escritor de este dogma en 1996, su novela tendría aceptación entre los críticos, después llegaría Brad Pitt, Edward Norton y Helena Bonham Carter con la versión fílmica y todo es historia: el texto se vendió como pan caliente, los clubes clandestinos para agarrarse a trancazos proliferaron en todo Estados Unidos, el culto comenzó hacia Durden y el Proyecto del Caos.

Palahniuk se volvió el rockstar de la literatura moderna, él, quien también en algún tiempo lejano perteneció al sistema, pudo renunciar a todo y explotó la literatura como mina de oro infinita, se volvió en un objeto de consumo, contrariando todo lo que se plasma en este libro insignia de la generación X, que luego los millennials tomarían como efigie pop.

Durden dejó de ser una ideología para convertirse en el impreso de una camiseta, su discurso se volvió un mantra que ahora carece de sentido. Ningún chingado dependiente de Oxxo despertará de su letargo en la realidad ni se sentirá identificado con Raymond K. Hessel cuando sea apuntado con un arma de fuego y vea su vida pasar por el cañón a punto de morir, porque aliviará su tensión publicando la historia en su Instagram de mierda o comentándolo con sus “amigos” en Facebook.

Los millennials se volvieron en la antítesis de El Club de la pelea, Durden sentiría asco de nosotros al vernos llenos de objetos que nunca necesitamos y consumiendo el maldito Starbucks diario que es el mismo chantaje mercadológico de hace 20 años, somos una basura de sociedad.

Por eso, sólo queda abrazar la verdadera doctrina del Narrador y Durden, guardar el celibato, refrendar los votos a nuestra eminencia ficticia y hacer honor a la primera regla del Club de la pelea.

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