El hartazgo de Latinoamérica

Mi compañero de viaje intenta explicarme el país, Brasil, al que he llegado. No es el mismo desde hace algunos meses. 

En estos días a todas horas y en cualquier momento puedes encontrarte con una manifestación. 

La gente está harta. Al principio de las protestas, la principal causa era el incremento a los precios del transporte público, pero después fue todo, incluyendo el fútbol, la Copa del Mundo y los Juegos Olímpicos. 

Algo que era impensable para la cultura de los brasileños. 

Indira Kempis Indira Kempis Publicado el
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Mi compañero de viaje intenta explicarme el país, Brasil, al que he llegado. No es el mismo desde hace algunos meses. 

En estos días a todas horas y en cualquier momento puedes encontrarte con una manifestación. 

La gente está harta. Al principio de las protestas, la principal causa era el incremento a los precios del transporte público, pero después fue todo, incluyendo el fútbol, la Copa del Mundo y los Juegos Olímpicos. 

Algo que era impensable para la cultura de los brasileños. 

Este es el país de Dilma Roussef, en donde algunos extrañan a Lula, pero otros tienen en quién depositar las razones de la tensión social que están viviendo. 

Es, al mismo tiempo, el desencanto de una generación, principalmente jóvenes, que no confía más en sus políticos. 

No tiene esperanza de que los cambios profundos lleguen y temen la incertidumbre del futuro. 

No dista mucho esa realidad de los españoles. 

Esta vez otro de mis interlocutores con acento del español en la “c”, define que se necesita una innovación política. 

“Los jóvenes en España ya no creen en nadie, menos en los políticos, esos  -para ellos- son los peores”. Lo afirma tajantemente. 

Después de eso conversamos sobre Sergio Fajardo y el equipo con el que llegó a la Alcaldía de Medellín, “¿será Sergio la representación de un político al que sí somos capaces de creerle?”, se pregunta el español, experto en innovación y tecnología social. 

La reflexión no termina ahí. 

En Rosario, Argentina, de acuerdo con una joven investigadora, se comienzan a gestar movimientos sociales como GIRO, que además de crear comunidades participativas en proyectos específicos, hoy se construye como una alternativa política para la ciudad. 

Así como sucedió hace más de 10 años en Medellín con el movimiento Compromiso Ciudadano, del que surgió el actual gobernador de Antioquia. 

Parece que la tendencia en el sur del continente tiene una ruta clara y definida sobre la postura que habría que tomarse ante la adversidad.  

Hay algo más. En este intercambio de investigaciones en Brasil encuentro razones de peso para explicar lo que está sucediendo en los proyectos de los participantes más jóvenes. 

La mayoría no “necesita” del gobierno. Es más, no lo quieren ahí. 

Tampoco a los monopolios empresariales ni a las jerarquías, a las que nos tienen acostumbrados la religión del “sí, patroncito”, tan distintivo de toda nuestra Latinoamérica. 

Arte, cultura, ciencia, economía, en términos de solidaridad, en una franca derrota de lo público y en apertura para la reinvención colectiva, aunque con esos tan marcados límites. 

¿Es normal que esto esté sucediendo en América Latina? Aunque las generaciones más jóvenes nos caracterizamos por ser individualistas, egocéntricos y superficiales, algo está sucediendo en nuestros territorios que el cuento no es el mismo del de siempre. Aunque con un contexto coincidente: crisis. 

Aunque la voz unánime de la que los especialistas han dado diferentes y diversas explicaciones alrededor, pero que se resume en un hartazgo colectivo de esa monotonía, con mezcla de impotencia y desencanto sobre lo que parece que tiene “paralizados” a nuestros países. 

Una clase política corrupta que nos ha robado hasta la esperanza. 

Aquellos que están en el poder y que no hacen más que sumar dinero a sus cuentas bancarias. 

Si hay ladrones en América Latina están en cualquier Congreso, menos en la cárcel. 

Porque es el hartazgo de los políticos lo que está convirtiendo a la región en un territorio de “pretextos” para detonar renovados procesos sociales, en los cuales hay que replantearse lo que estamos haciendo para la transformación. 

El hartazgo que dicen algunos no nos llevará a nada, pero del que nadie –pero nadie- puede negar que es evidente y existe.

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