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De Topochico a la Ciudad-Cárcel

Después de ver el documental Presunto Culpable tuve una determinación todavía más clara: lo peor que te puede pasar en esta vida es caer en una cárcel mexicana. 

Escalofriante saber que, contrario a la percepción general, la mayoría de la población de estas cárceles son inocentes.

Que debido a las violaciones constantes en el ya famoso “debido proceso”, quienes podrían ser culpables tienen opción a salir libres. 

Después de ver el documental Presunto Culpable tuve una determinación todavía más clara: lo peor que te puede pasar en esta vida es caer en una cárcel mexicana. 

Escalofriante saber que, contrario a la percepción general, la mayoría de la población de estas cárceles son inocentes.

Que debido a las violaciones constantes en el ya famoso “debido proceso”, quienes podrían ser culpables tienen opción a salir libres. 

En Nuevo León, hablar del Topochico puede representar tres cosas: agua mineral, el Cerro del Topochico, pero el imaginario sin duda que arrasa en la colectividad es la cárcel. 

En la que desde hace algunos años se presume descontrol por parte del Estado y que se ha convertido en foco de algunas tragedias. 

La mañana de ayer se volvió a registrar una que pone a Nuevo León –como hace años no sucedía- en el foco de la nota roja internacional. 

Lo cual provoca de nuevo desinformación, que a la vez genera incertidumbre sobre lo que ya está volviendo a suceder en el estado. 

Aunque vivimos en una Zona Metropolitana a la que se le olvidó su crisis de inseguridad, queriendo pensar por evasión o necesidad que había “pasado”, la realidad es que el gran significado inmediato después del conflicto que ha dejado la matanza de 52 reos (que casualmente coincide con la cifra de muertos del último atentado con atención mediática internacional: El Casino Royal), si algo nos deja en evidencia es que lo que se supone que fue, no se ha ido y que por alguna razón de unas semanas para acá parece ir creciendo en números. 

Si bien es cierto que la seguridad puede medirse en realidad o percepción, lo que estamos de nuevo enfrentándonos los habitantes de Nuevo León es a la inseguridad. 

Robos, asaltos, secuestros, comienzan a ser una tendencia. 

Muchas explicaciones por las tensiones políticas pueden abordarse. 

Pero quienes nos hemos dedicado los últimos años a intentar pacificar territorios, creo que podemos hablar de la poca memoria e importancia con que las autoridades como la ciudadanía le han dado a lo que alimenta la violencia y la delincuencia: corrupción, impunidad, desigualdad. 

Las cosas no siguen como estaban. También hay que reconocer los cambios pequeños pero significativos que han creado un ambiente distinto en la ciudad. Pero qué sentido tendría hacernos de “la vista gorda” ante un panorama que está rebasando los límites de la percepción, o que si le parece esto exagerado, al menos está haciendo que más de una persona se pregunte qué es lo que está pasando para que esto parezca que comienza a afectar a amigos, vecinos, conocidos, esté sucediendo como si fuera un Deja Vú social. 

Es altamente probable, como ya es costumbre en la sociedad regiomontana, que no exista empatía hacia los reos y sus familiares porque se supone que “son delincuentes”, que “se lo merecían” o que no nos importa porque “a nosotros no nos tocó”. 

Pero es así como empieza la espiral del silencio de lo que conocemos que pasa después: nos toca, nos importa, nos afecta y nos arrebata la calidad de vida porque en algo podremos coincidir: a nadie le gusta vivir en una ciudad insegura. 

Por tanto, hay que mantener la atención sin bajar la guardia de lo que nosotros podemos hacer junto con las autoridades para incidir en la paz de la ciudad. 

Es momento de encontrar en el “movimiento de aguas” un motivo para insistir que esto no puede repetirse… Y si pasa, como ha, pasado ayer es que algo puede ser todavía peor. 

Que nos vuelvan a encerrar, sí, a nosotros, en una ciudad-cárcel.

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