Vivir en un bajopuente, desigualdad y pandemia

Jovita es una mujer mazahua que emigró de Michoacán a la Ciudad de México en busca de mejores oportunidades, pero ahora vive en un bajopuente con otras 19 familias porque no le alcanza para pagar una renta y la pandemia de COVID-19 le dificulta vender sus artesanías
Laura Islas Laura Islas Publicado el
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En elaborar cada una de sus artesanías, Jovita Bernal Marín puede tardar hasta dos o tres días. Pero en realidad el tiempo es mayor: antes tiene que viajar a Zitácuaro, Michoacán, para conseguir la materia prima y después realizar un proceso con agua y cloro para hacerla flexible.

Luego, de sus manos van tomando forma tortilleros, fruteros, paneras, jarrones, canastas y hasta cuneros de palma. Los hay de diversos tamaños, colores y precios. Esa es la manera en la que a Jovita, de origen indígena, le enseñaron a trabajar y así ella y su familia se ganan la vida.

“Yo soy de una comunidad de pueblos indígenas de Zitácuaro, Michoacán, soy de allá y tengo un dialecto: mazahua. En el pueblo lamentablemente no hay trabajo y nosotros tenemos que salir afuera para poder conseguir un trabajo para poder sostener, ahora sí, a mi familia. (…) Y también está este caso: desde que entró lo de la enfermedad no tenemos trabajo digno”, dice.

Hace años, cuando Jovita y su familia emigraron a la Ciudad de México, rentaban un lugar donde vivir, pero hace poco más de dos años se regresaron dos o tres meses a su pueblo y, al volver, la renta se había incrementado y ya no pudieron pagarla, relata.

Ella había escuchado de la existencia de un bajopuente en el cruce de Eje 3 Oriente y Río Churubusco, en la colonia Sifón, en Iztapalapa, donde podían vivir. Ahora comparte vivienda ahí con otras 19 familias, cada una de las cuales vive en un espacio o módulo de entre 3 por 4 metros cuadrados, aunque hay algunos más grandes para las familias más numerosas.

Incendio en pandemia

La madrugada del 28 de julio, un incendio quemó cuatro de los módulos del bajopuente construidos con madera, hule, cartón y otros materiales, causando la pérdida de las pertenencias de las familias afectadas, quienes ahora viven en el área común de la estructura.

“Yo me encontraba en este lugar, estaba durmiendo cuando mi hija me despierta: ‘párate porque se está quemando’. En ese momento cuando yo salgo, yo pensé que era un cortocircuito de la luz, pero no, cuando yo salgo de la puerta, ya veo que hacia el fondo estaba el incendio grande”, dice.

Jovita menciona que otras de las personas que viven ahí sí perdieron todas sus pertenencias, aunque a ella y a su familia les quedó algo de ropa. Sin embargo quedó ahumada y necesitan jabón, un lujo porque desde hace 15 días no han tenido trabajo.

Ella tiene cinco hijos, de los cuales tres ya tienen sus familias y viven en el bajopuente también, pero sus hijos más pequeños aún estudian. Antes, dice, acudían maestros una vez a la semana y les daban clases a los 15 niños que en total residen ahí, pero ya no han ido ahora por la pandemia.

“Dejaron de venir por lo de la contingencia y no sabemos nada, pero sí nos gustaría aunque sea una vez por la semana, por lo menos que estén aquí para que los niños vayan aprendiendo para no perder más que nada la escuela”, dice.

La artesana también hace un llamado a las autoridades federales, capitalinas y de la alcaldía para que atiendan su caso y les ayuden con apoyos para los niños, ya que al ser indígenas han sufrido discriminación, pese a que son población prioritaria.

“Me gustaría que todo lo que yo estoy diciendo de cómo vivimos, nos gustaría que llegara a manos del secretario de gobierno, porque si nosotros vamos no nos toma en cuenta”, dice.

Promesas para habitantes del bajopuente en el olvido

En el bajopuente ubicado en Iztapalapa viven 20 familias —muchas de ellas de comunidades indígenas— que carecen de recursos para pagar una renta. Aunque se encuentran en situación de calle, la mayoría trabajan como comerciantes, ayudantes de la central de abasto y pepenadores.

Así lo explica Braulio Rodríguez, del Frente Popular Revolucionario (FPR), quien es parte del bajopuente, el cual ha sido ocupado desde hace ocho años en la demanda del derecho a la vivienda.

“Por la situación económica muchos no pueden pagar una renta, no pueden pagar una vivienda, no obstante mantenemos un trabajo del cual estamos solicitando vivienda ante el INVI, este trabajo no quiere decir que sea exclusivo de los compañeros del puente, ya que una de cada cuatro familias en la Ciudad de México vive con precariedades y en la Ciudad de México solo se han otorgado mil programas de vivienda en lo que va del año.

“A veces no podemos trabajar, no tengo a donde me coloquen para poder trabajar, precisamente por bajos recursos estamos aquí apoyando, porque no tenemos para las rentas”
Jovita Bernal MarinHabitante del bajopuente

“Dentro de todos esos trabajos, el puente ha intentado realizar varios proyectos dirigidos a las colonias, entre los cuales hemos desarrollado talleres culturales. Estos han sido de encuadernación, de proyectos productivos. Estamos elaborando una cooperativa que sería comunitaria que en este momento solo funciona debajo del puente”, señala.

Sin embargo, dice, que los han intentado desalojar porque tanto vecinos como autoridades los catalogan como delincuentes o viciosos, lo cual es mentira.

Braulio explica que actualmente están solicitando 50 viviendas del INVI y quienes viven en el bajopuente serían de los primeros beneficiarios.

“Solicitamos primero la ayuda de las autoridades para recuperar y establecer nuestro campamento; segundo, recuperar las mesas de diálogo y que se logren los espacios”, dice.

Braulio también señala que los fines de semana tiene varios proyectos en el bajopuente a las 10 de la mañana: el sábado uno de huertos urbanos y el domingo uno de muralismo.

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