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Por amor al arte …y a su tierra

Ayer murió Margarita Garza Sada de Fernández, conocida como doña Márgara. Tenía 88 años. 

Una de sus últimas apariciones como protagonista de un evento público fue en abril del año pasado durante la inauguración del Centro Roberto Garza Sada, edificio del arquitecto Tadao Ando que ella donó a la Universidad de Monterrey para las carreras de Arte, Arquitectura y Diseño, en recuerdo de su padre. 

La apertura del Centro, al pie de la Sierra Madre en Monterrey, fue la culminación de una vida en donde siempre le fue reconocida su generosidad y su amor al arte. 

Una de las principales accionistas del Grupo Alfa, y descendiente de la dinastía Garza Sada, es madre de los panistas Mauricio y Cana Fernández, de Álvaro Fernández, director de Alfa y de Alberto Fernandez, expresidente de la Coparmex
 Fundó Promoción de las Artes, el Planetario Alfa y contribuyó de forma importante para la construcción del museo Marco 

Ayer murió Margarita Garza Sada de Fernández, conocida como doña Márgara. Tenía 88 años. 

Una de sus últimas apariciones como protagonista de un evento público fue en abril del año pasado durante la inauguración del Centro Roberto Garza Sada, edificio del arquitecto Tadao Ando que ella donó a la Universidad de Monterrey para las carreras de Arte, Arquitectura y Diseño, en recuerdo de su padre. 

La apertura del Centro, al pie de la Sierra Madre en Monterrey, fue la culminación de una vida en donde siempre le fue reconocida su generosidad y su amor al arte. 

Hoy, doña Márgara deja una huella indiscutible en el desarrollo de la sensibilidad artística de los regiomontanos. 

Además habría que destacar su participación en los negocios de su familia, el Grupo Alfa, y su reciente compra de un paquete accionario del Grupo Vitro, símbolo de apoyo a otro de los pilares de la industria regiomontana que resurge de sus problemas financieros. 

Su trabajo por la cultura de Nuevo León inició en los 60 y terminó 50 años después recordando a su padre, don Roberto, quien le dejó la estafeta –y siempre lo decía– de hacer algo por formar mejores regiomontanos. 

Doña Márgara trabajó siempre para fomentar el arte y a los creadores. Cada época de su vida puede ser marcada por una aportación a la cultura. 

Inició con el Museo Promoción de las Artes, siguió el Planetario Alfa y culminó con la Puerta de la Creación en la Universidad de Monterrey, además del apoyo importantísimo a la apertura del Museo Marco. 

En medio de cada una de esas grandes obras hubo mucho más: eventos que patrocinaba, artistas a quienes apoyaba y proyectos en los que, invariablemente, aceptaba cooperar.

50 años de mecenazgo y compromiso

Margarita Garza Sada de Fernández, nacida en Monterrey en 1925, fue una mujer emprendedora que tomó en serio las últimas peticiones de su padre de hacer algo sustancial para dar conocimiento artístico a los regiomontanos en una época en que era difícil apreciar arte en la ciudad. 

No había museos y solo funcionaban, de forma muy reducida y para pequeños públicos, la galería de Arte AC, promovida por Rosario Garza Sada y Romelia Domene, y Arte y Libros del español Alfredo Gracia.  

Ella repetía siempre que siguiendo los consejos de su padre decidió que la plástica sería un vehículo de crecimiento espiritual en la tierra todavía árida de hombres exitosos concentrados en los negocios. El arte era sectario, y ella dispuso hacerlo masivo y contribuir en formar mejores personas. Personas sensibles.   

Así, doña Márgara se convirtió en figura indispensable en lo que fue el mundo de la cultura. Y no descansó.  

Su primera intervención fue la fundación del Museo Promoción de las Artes. Ahí expusieron los mejores artistas mexicanos contemporáneos que recibían apoyo mientras en la ciudad iniciaba un coleccionismo y un gusto que marcó una época. 

El espacio tuvo que cerrar, pero dejó una huella y además a muchos jóvenes becados en el extranjero. Tenía el propósito de formar los cimientos, las bases para administrar el futuro.  

Doña Margarita a la vez encaminó sus esfuerzos en los niños y construyó el Planetario Alfa, también bajo su estricta vigilancia para introducir a los jóvenes, especialmente a alumnos de escuelas públicas, en programas de conocimiento científico. 

Su colección personal de arte era espléndida. 

Formada en el buen gusto, en la experiencia y en el conocimiento que siempre quiso compartir con Monterrey. 

Muchas de las obras insignia del arte moderno mexicano, de la etapa del muralismo y de la ruptura, están en su colección. En su consistencia por la protección y promoción del arte mexicano compró y recuperó para  México, en subastas internacionales, obras patrimonio cultural que habían salido del país.      

Quienes la conocieron han dicho que su sencillez era muy norteña, su lenguaje también. Su gusto por la comida típica, sus dichos y palabras de antes la hacían una personalidad indispensable, querida e insustituible. Era cálida y siempre dispuesta a escuchar.  

Fue el pilar de su familia, apegada sus hijos, especialmente a la más pequeña. Siempre, en cada plática, en cada recuerdo, volvía a repetir el nombre de su padre, y a él dedicó su última obra pública: “La puerta de la creación”, un centro de enseñanza vivo, con estudios individuales para cada estudiante, con salas de exhibición y aulas equipadas para el aprendizaje artístico. 

Sus contribuciones en museos, conciertos, apoyando y reconociendo al talento y acercando el arte a muchísima gente, ahí están. Son testigos de su esfuerzo. 

En su matrimonio con Alberto Fernández Ruiloba, fundador de la empresa Pyosa, tuvo siete hijos: el panista y exalcalde de San Pedro Mauricio Fernández; Álvaro Fernández, director general del Grupo Alfa y presidente de la Caintra NL; Alberto Fernández Garza, expresidente de la Coparmex; la también panista y exdirigente del partido en Nuevo León, Cana Fernández; Balbina, Margarita y Lorenzo Fernández Garza. 

Regia hasta los huesos

El modelo de familia tradicional en Monterrey le asigna papeles muy claros a los hijos: los hombres se dedican a los negocios y las mujeres a la cultura.

Este molde no sirvió por completo a Margarita Garza Sada quien, además de una gran herencia cultural, dejó su huella en la comunidad empresarial regiomontana.

Uno de los ejemplos más notables fue el apoyo que brindó al Grupo Alfa cuando el consorcio pasaba por aprietos financieros. 

Mientras que algunos inversionistas tomaban cualquier oferta para salirse de la empresa, doña Márgara se quedó.

No sólo se negó a vender su participación, sino que también lideró los esfuerzos en la recompra de acciones que llevaron a evitar que el control cayera en manos de extranjeros.

Esta participación en el negocio la convirtió en una figura central dentro del control del fideicomiso de Alfa.

De manera similar, el cariño que guardó hacia el Grupo Monterrey estuvo presente hasta en los últimos meses de su vida, cuando compró el 10.6 por ciento de la acciones de Vitro, empresa fundada en 1909 por su abuelo Isaac Garza.

Doña Márgara nunca perdió sus raíces. 

A pesar de tener la oportunidad de hacer grandes negocios con empresas extranjeras, siempre puso por delante los intereses nacionales.

Como la única mujer de los cinco hijos de Roberto Garza Sada, se dio a la tarea de seguir con la labor cultural de su padre. 

Además de los proyectos que impulsó, fue considerada como una gran benefactora de artistas plásticos.