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Planean migrantes aquí sus viajes a EU

Centroamericanos y mexicanos llegan diariamente a tocar una puerta en Monterrey.

Se trata del albergue del padre Luis Eduardo Villarreal, donde llegan a pedir alojamiento.

La “Casanicolás” está ubicada en la colonia Rafael Ramírez del segundo sector en el municipio de Guadalupe y alberga hasta 40 migrantes.

Durante una semana les ofrecen jabón, techo y cena.

"El primer punto es llegar al río, el segundo a la (autopista) 35, el tercero a San Antonio y el cuarto a Houston”
Erlin CaballeroMigrante

Centroamericanos y mexicanos llegan diariamente a tocar una puerta en Monterrey.

Se trata del albergue del padre Luis Eduardo Villarreal, donde llegan a pedir alojamiento.

La “Casanicolás” está ubicada en la colonia Rafael Ramírez del segundo sector en el municipio de Guadalupe y alberga hasta 40 migrantes.

Durante una semana les ofrecen jabón, techo y cena.

Aquí, a partir de las 19:00 horas, es decir media hora de que les sea servida la cena, una decena de migrantes un tanto serios y cansados aguardan en el suelo y en las bancas de piedra a que el reloj indique que ya servirán la cena.

Erlin Caballero Duarte, con sombrero estilo charro, es uno de los refugiados que llegó durante la primera semana de septiembre a Monterrey.

“Es un sombrero para pasar desapercibido. Cuando yo camino con este sombrero regularmente nadie me hace preguntas, ni me dice de dónde soy o de qué parte vengo”, explica el migrante de 41 años de edad, mientras espera la cena.

“De Honduras salí el 31 de mayo, hace tres meses, porque allá hay trabajo, pero pues no  pagan bien. Y menos cuando se piensa diferente. Nos ven como revoltosos por ser de izquierda, del Frente Nacional de Honduras.

“Los políticos son dictadores capitalistas que no les importa el voto popular. De Honduras somos los de menos derechos”.

Platica que allá dejó a sus tres hijos: dos cuates de 23 años, que son Antonio y Jessica Karina, y a Nelson de 20 años.

“A mi compañero si lo agarraron y lo subieron a un carro, lo secuestraron.

“Nunca supe si eran los del ‘Zorro’ (Zetas) o los de la ‘C’ (Cartél), por eso uno debe tener cuidado con quien entabla conversación. Porque aquí todos somos sospechosos. En un albergue, en el tren, todos somos sospechosos. Por eso es difícil confiar en el emigrante”.

Erlin narra que para llegar a Monterrey no solamente tuvo que sortear los levantones de los cárteles de la droga.

También tuvo que sobrevivir al viaje sobre la Bestia.

“Le dicen la bestia porque muere mucha gente. A mí me tocó ver a dos compañeros que se murieron en el tren. Regularmente se mueren por dos cosas: al bajar del tren y por quedarse dormidos.

“Por eso casi todos los migrantes traemos una faja de cuero larga, que es como un cinto, que cuando uno viene cansado y se quiere dormir se atora con el fierro y te salva de que te caigas con los frenos”.

Recuerda que su peor pesadilla sobre la bestia fue antes de llegar a Coatzacoalcos, Veracruz.

“Yo venía dormido y escuché los gritos de un compañero del que sólo alcancé a ver los zapatos que se atoraban entre los dos vagones. Era un ‘chelito’ (güerito), con él había convivido por horas. Se había quedado dormido y cayó en el hoyo entre los dos vagones.

“Cuando pienso en la muerte y en los peligros que implica atravesar México, yo siempre he dicho: ‘no me voy a dejar’.  Porque si alguien trata  de secuestrarme o algo, yo no me voy a dejar a pesar de que sea mi muerte segura”.

Evitar al crimen organizado

En Monterrey estuvo cuatro días pero luego consiguió trabajo. En total estuvo 24 días.

De Monterrey surgió el plan para llegar a Laredo, Texas.

Y Erlin dibuja sobre su mano el plan, un mapa para evitar a los cárteles del crimen organizado que abundan entre la capital regia y la frontera.

“Quiero cruzar el Día de la Independencia y caminar hasta un punto donde no cobren dinero. El primer punto es llegar al río, el segundo a la (autopista) 35, el tercero a San Antonio y el cuarto a Houston”.

Así que el sábado 15 de septiembre fue el elegido por Erlin para cruzar el río.

Lo único que le importaba era atravesar sin que nadie lo viera.

“Porque cuando uno va en el tren, dicen que para cruzar se tiene que pagar forzosamente una cuota. Y yo y mi compañera Silvia no teníamos dinero para pagarla.

“Entonces buscamos otra alternativa, en el kilómetro 18. Primero fui dos veces en bus para vigilar y checar que la  zona estuviera segura. Y fue en la tercera cuando nos cruzamos”.

El camión los dejó en una zona rural y de ahí caminaron por unas colinas.

Hicieron siete horas avanzando de noche hasta llegar al Río Bravo y la oscuridad les ayudó a no ser vistos.

Se guiaron con una brújula y un mapa de Tamaulipas que habían conseguido en la calle.

“La verdad no era un buen mapa, no mostraba Estados Unidos, sólo una carretera para llegar a San Antonio.

“El río lo pasamos en 15 minutos con unos flotis que compramos en Soriana.  Traíamos bolsa plástica para que las mochilas no se mojaran.

“Yo pase en baños menores, en calzoncillos, y ella andaba en brasier. Pues en la mochila llevábamos sólo un cambio (de ropa), galletas con nutrientes, suero y pastillas que el padre Pedro nos había regalado en Saltillo”.

Fueron 11 noches caminando para llegar a Houston, Texas. Pero en la tercera les cayó una tormenta que permaneció sobre ellos seis horas.

“Una experiencia fuerte, veníamos del río y tuvimos que quitarnos otra vez la ropa para que no se mojara. El problema fue que nos empezó a dar frío y para que no nos diera hipotermia, nos pusimos a hacer ejercicio.

“En la cuarta noche caminamos unos 27 kilómetros y tuvimos que atravesar cuatro riítos más que me llegaban hasta el pecho. Y fue en la quinta cuando nos topamos con el segundo punto de nuestro plan, la (autopista) 35”.

Descansaron a la orilla de los rieles del tren y después siguieron caminando.

“Después llegamos a una gasolinera Exxon, donde para entrar tuve que arreglarme  y cambiarme de ropa, para comprar la cena y que no me viera como migrante. Yo comí cuatro hot dogs y una coca de dos litros. Y como cenamos mucho nos dio sueño y nos dormimos por dos horas.

“Después, una camioneta familiar que venía de un rancho, nos dio ride y nos dejó en una gasolinera que tenía un Jack in the Box. De donde  le marqué a mi hermana y paso por nosotros a las afueras de San Antonio”.

De ahí, su hermana llevó a ambos hasta Houston.

Hoy en día Erlin lleva varias semanas trabajando en esa ciudad texana como ayudante en la construcción de una casa. Su compañera Silvia trabaja como cocinera en un restaurante de cocina salvadoreña que se llama Papaturru.

Seguramente Erlin recuerda su paso por Monterrey, desde donde planeó su viaje. Un trayecto que quizás no termine hasta que consiga su sueño americano.

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