Pandillas primigenias

Los fundadores de una de las pandillas más siniestras e incómodas de la Ciudad de México, sinónimo de la criminalidad y de lo más descompuesto de la sociedad, se enfrentan a la realidad de un mundo 40 años después, en donde la marginación y la violencia siguen estigmatizados

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El punto de reunión es la colonia Hidalgo, en la alcaldía Álvaro Obregón. Al bajar las escaleras suenan las cadenas y desfilan las chamarras de piel y los pantalones de mezclilla que los caracterizan desde los años 70.

Desde ese mirador una parte de la Ciudad de México se revela. Justo allí nacieron los Panchitos, considerada en su momento la pandilla más violenta y sanguinaria de la gran mancha urbana. Cuarenta años después, desde este mismo punto, sus miembros fundadores observan el pasado

Ahí están el “Kilos”, el “Calacas”, el “Güero”, el “Porro” y el “Tanque” para recordar. Porque dicen que no todo fue como lo contaron los medios del momento, la historia nunca le dio la réplica a la banda y el estigma de la violencia tampoco tuvo una explicación.

Herederos del 68 y el 71, los Panchitos pertenecieron a una generación de jóvenes incomprendidos. Los más pequeños dentro de núcleos familiares rotos e inmersos en una sociedad diseñada para verlos fracasar. “Al principio no éramos tantos como después”, cuenta el “Kilos”.

“El Negro Durazo nos traía a carrilla, a cada cabrón que veían con su chamarra de piel, su pantalón de mezclilla roto y sus tenis. Decían ‘ese wey es panchito’ y vas pa’ arriba”
“El Kilos”integrante fundador de Los Panchitos

Ante la presión de la ley, los jóvenes comenzaron a buscar alternativas y pasaron de juntarse en la tienda de Don Palomino, en donde fluía la cerveza, al mirador de la calle Henequen.

Entre el Punk y Mickey Mouse

El estilo aguerrido y el nombre de la banda fue en evolución. La música que escuchaban en ese tiempo eran el punk de los Sex Pistols y los Ramones. De allí nació el nombre de “Sex Panchitos Punk”.

“Nosotros les copiábamos sus estilos. Traíamos el candado en el cuello así como el Sid Vicious, pero luego salía peor porque de allí nos agarraba la ley y ¡tómala!, madrizas”, dicen los fundadores.

Sin embargo, la pobreza era lo que prevalecía y los pantalones rotos no eran por rock and roll, sino porque no había dinero, agregan.

Entre risas recuerdan que el que traía una chamarra de piel era porque se la había ganado a alguien en la colonia Nápoles y para aparentar pantalones de piel mezclaban grasa de zapatos con coca-cola.

Con el crecimiento de la banda llegó la organización para ir a los hoyos funky o al Chopo, los pasteles de los que cumplían años o a robar discos para armar fiestas.

“No había hora, la banda se juntaba aquí todo el tiempo. Y ya en la noche nos dábamos en la madre entre nosotros pa’ no aburrirnos”.

Poco van llegando a la reunión más integrantes, el Bozo se une a la conversación: “aquí llegaban los Salvajes del Cuernito, los Ramones de Neza, los Verdugos de San Antonio y éramos todos bien unidos. Eramos ya un movimiento y por eso nos pusimos el FBI, Franciscas Bandas Infernales”.

Comienzan a aparecer las fotos y en ellas se aprecia la realidad detrás de los Panchitos: rostros infantiles viviendo la crudeza de una vida rebelde contra la autoridad y la inocencia propia de su edad.

“Nos gustaba Mickey Mouse porque el güey traía sus Converse”, dice el Kilos mientras señala la playera que portaba en la fotografía.

Abuso policiaco

La violencia de Los Panchitos se concentraba en dos cosas: robar alimentos, bebida, ropa y elementos que les permitieran seguirla pasando bien. “Para nosotros todo era gratis, pasábamos a todos lados”, cuentan.

Pero entre la nostalgia vienen las reflexiones: los estragos que comenzaban a dejar las drogas, el peligro de las golpizas entre bandas que a menudo se salían de control y sobre todo, el abuso policiaco a cargo de Arturo Durazo Moreno, quien los catalogó como el enemigo número uno en ese momento.

“La noche más triste fue en 1981, cuando apañaron a toda la banda. Atoraron como a 30 por la prepa 4. Íbamos en los camiones de la ruta 100 y así, lleno como iba, así nos agarraron. Nos dieron una madriza y dependiendo de la edad te llevaban al reclu o al tutelar. El FZ10, droga de moda en ese tiempo, nos la echaban en el pene o en el pelo, así por pasados de lanza”.

Herederos del 68 y el 71, los Panchitos pertenecieron a una generación de jóvenes incomprendidos. Los más pequeños dentro de núcleos familiares rotos e inmersos en una sociedad diseñada para verlos fracasar

Aunque ninguno niega los delitos que cometieron, ya que prácticamente todos pisaron la cárcel en algún momento de su juventud, defienden la postura de que sus infracciones nunca fueron para tanto.

“Habían bandas más cabronas que nosotros y decían que nosotros éramos la lacra de la sociedad, la escoria. Jacobo Zabludovsky siempre nos atacó porque nosotros ya éramos un movimiento y un movimiento fuerte”.

Detrás de toda la ignorancia y la “enfermedad mental” que padecieron, como ellos lo definen, los Panchitos fueron encontrando poco a poco lo que necesitaban: el sentido de familia que no tenían en casa, la protección colectiva de un entorno hostil y la empatía perdida en un mundo acostumbrado a rechazarlos.

Impacto involuntario

Para Humberto Morgan Colón, integrante de la segunda etapa de los Panchitos, el movimiento evolucionó a raíz de los sismos del 85 en una forma de solidaridad que cambió la forma de hacer políticas públicas para jóvenes.

“Ante la indolencia e incompetencia del gobierno nos tuvimos que reorganizar. El 85 fue el verdadero movimiento de la sociedad civil de la época moderna de este país y los jóvenes no estábamos ajenos, al contrario, fuimos parte de esa transformación. Nosotros nos constituimos como el Consejo Popular Juvenil (CPJ) encabezado por Andrés Castellanos, Francisco Velazquez y Ernesto Fajardo.

“Lo primero que hicimos fue reunir a más de 140 bandas juveniles con dos grandes motivos: el primero, frenar la violencia entre nosotros; y el segundo, gritarle al gobierno alto a la represión”, dice. Para Morgan Colón, este momento histórico definió el concepto de “estigmatización” contra los jóvenes: catalogarlos y juzgarlos por su condición social y por su forma de vestir.

Tras esto, a partir del año 2000, el movimiento volvió a cambiar de nombre y se constituyó la Sociedad 21 para compartir las experiencias aprendidas con jóvenes a nivel mundial.

“Tuvimos la oportunidad de sintetizar estas experiencias y compartirlas en el este de Los Ángeles, con las gangas. O en el sur del Bronx, en Nueva York; de igual forma en San José de Costa Rica y Colombia. Recibimos menciones honoríficas y premios que fueron los ejes de una política pública enfocada en los jóvenes que no ha terminado de consolidarse”.

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