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‘Los traficantes de la muerte’

En Ecatepec, el municipio más poblado del país y uno de los que tiene el mayor grado de marginación, cientos de miles de personas llegaron desde muchas horas antes a la misa que oficiaría el Papa para escuchar su mensaje.

Esperaban que les hablara de los estragos de la violencia, de los feminicidios que se han desatado en la zona, de la pobreza que los invade. Y lo hizo, sí, pero sin meter de lleno la mano en la herida.

Entre los habitantes de Ecatepec la petición era clara: que el Papa los visite más seguido para que mejoren las condiciones de vida de la zona y tratar de retrasar el regreso a una realidad de carencias, inseguridad y miedo

En Ecatepec, el municipio más poblado del país y uno de los que tiene el mayor grado de marginación, cientos de miles de personas llegaron desde muchas horas antes a la misa que oficiaría el Papa para escuchar su mensaje.

Esperaban que les hablara de los estragos de la violencia, de los feminicidios que se han desatado en la zona, de la pobreza que los invade. Y lo hizo, sí, pero sin meter de lleno la mano en la herida.

“Quiero invitarlos nuevamente hoy a estar en primera línea, a primerear en todas las iniciativas que ayuden a hacer de esta bendita tierra mexicana una tierra de oportunidad, donde no haya necesidad de emigrar para soñar; donde no haya necesidad de ser explotado para trabajar; donde no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos, el oportunismo de pocos.

“Una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños, que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte”, afirmó el Papa en un mensaje antes de dar por concluida la misa.

Antes, el pontífice se había referido a las tentaciones que degradan a la humanidad –la riqueza, la vanidad y el orgullo-.

No habló de las dos mujeres que, al día, son asesinadas en Ecatepec. No mencionó la palabra feminicidio. No habló de equidad de género ni de cómo se asesina a las mujeres jóvenes de la entidad.

No hubo madres de las víctimas recibiendo consuelo, ni referencias específicas al asunto. Todo quedó en la generalidad de los “traficantes de la muerte”.

Lejos quedó aquella esperanza de que el Papa se refiriera con más claridad a los hechos que ocurren en el Estado de México, y específicamente en Ecatepec, y que fueron enterrados por unas horas en el olvido por la novedad de la visita del líder de la Iglesia católica.

El otro Ecatepec

Ecatepec se vistió de gala para esta visita. Los propios vecinos referían una y otra vez que el municipio cambió de rostro en las áreas donde el pontífice pasaría para ocultar un poco la marginación con que muchos viven ahí.

“Ojalá viniera cada año para que siempre tengan todo arreglado”, comentó uno de los vecinos.

Pintaron fachadas, remodelaron banquetas, arreglaron el pasto, bombearon agua y pavimentaron las calles. Ecatepec lucía como nuevo.

Digno de un mitin político, el acarreo fue visible. En las calles aledañas por donde pasaría el Papa, filas interminables de autobuses llegaron cargados de peregrinos para asistir a la misa o a la valla.

Cientos de personas con chalecos del gobierno mexiquense repartían banderas de papel impresas, por un lado, con la bandera de México, y del otro, con la del Vaticano.

Esas personas, representantes del Ejecutivo del Estado de México, tenían a su cargo la logística, el acomodo de personas y la asistencia en caso de alguna emergencia.

La afluencia fue mucho menor de la esperada. En lugares donde había gradas, apenas se llenaron en una tercera parte.

Sobró espacio para los fieles que querían ver pasar al Papa Francisco en su papamóvil.

Hasta eso fue una desilusión: el pontífice pasó a una velocidad inusualmente rápida para un recorrido en el papamóvil. Fue un vistazo de tres segundos.

Es el lugar donde el Papa ha circulado con más velocidad que en otros recorridos.

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