La Feria Internacional del Libro (FIL) de la Ciudad de México volvió al Zócalo capitalino después de dos años de no estar

FIL del Zócalo, sin pandemia ni cubrebocas: crónica de un resurgimiento

Tras los dos primeros años de pandemia y una Feria Internacional del Libro híbrida, el festejo regresó al Zócalo de la Ciudad de México con todo su esplendor

La Feria Internacional del Libro (FIL) de la Ciudad de México volvió al Zócalo capitalino después de dos años de no poderse llevar a cabo de manera totalmente presencial ante la suspensión de actividades por la emergencia sanitaria de COVID-19.

En 2020, el evento se hizo de forma virtual a través de la página de la Secretaría de Cultura del Gobierno de la ciudad y, para 2021, se organizó un modelo híbrido.

Este año, ante el levantamiento de todas las medidas de prevención, regresó completamente en vivo y con el tema central “Latinoamérica a la vanguardia”. Además, representa uno de los eventos educativos más importantes en materia bibliográfica y de cultura a nivel local, junto con la Feria Internacional del Libro de Minería.

En un recorrido por el lugar es notorio que la pandemia ya no es un impedimento para los asistentes, quienes, en su mayoría, ya no portan cubrebocas dejando sus sonrisas al descubierto. Después de dos años, como dijo el presidente Andrés Manuel López Obrador, el COVID-19 ya no causa daño.

Desde el 7 de octubre se instaló la feria en la plaza pública de mayor relevancia en la capital y del país, su último día será el 16 de octubre próximo.

Visita al evento 

Son las 10:00 de la mañana del jueves 13 de octubre, en la plancha del Zócalo comienza el movimiento de personas que instalan los stands de la FIL. El de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) es uno de los primeros en abrir.

Los demás puestos y carpas aún permanecen cerrados y se escuchan ruidos al interior, como si se movieran vigas de madera o tubos metálicos. Después de que la librería Marea abre su espacio al público, se puede apreciar que los ruidos provenían de la colocación de las tablas que sostienen los libros en venta.

A las 10:30 horas, un grupo de jóvenes de entre 15 y 18 años llega a la FIL y, al no poder entrar, preguntan a un policía el horario de apertura solo para enterarse de que tendrán que esperar 30 minutos más.

Ulises Vázquez es uno de ellos, dice que su maestra de preparatoria les dejó ir al evento a comprar libros porque son muy baratos, y les pidió buscar, particularmente: Un Mundo Feliz de Aldous Huxley.

Cerca de las 11:00 de la mañana comienza a arribar más gente, quieres se pegan a las vallas metálicas que resguardan la FIL. El lugar se convierte en el escenario de sus fotografías.

Si bien la FIL cerrada y sin actividades no es atractiva, las carpas color guinda, gris y blanco con el fondo de la catedral metropolitana crean un encuadre llamativo para los transeúntes.

El olor a libros, atractivo de la FIL

Cerca del mediodía, la feria abre sus puertas (en este caso, vallas) y las editoriales se muestran listas para recibir a los ciudadanos y lectores.

Al ingresar ya no hay filtros sanitarios ni gel antibacterial, un clásico de los años previos, y tampoco hay policías que pidan a los asistentes utilizar correctamente el cubrebocas. Dentro del evento, el uso de dicho insumo es mixto porque hay quienes sí lo usan, quienes lo traen mal puesto y otros que simplemente no lo utilizan.

Comienza la búsqueda de libros: las personas caminan entre stands, voltean de izquierda a derecha leyendo los títulos y autores que puedan ser de su interés; algunas  más solo miran por unos instantes y se marchan a continuar su paseo, que se traduce en kilómetros de ejemplares literarios.

Ocasionalmente, hay quienes levantan un título, lo ven y preguntan por el precio, si éste no los convence, lo dejan y siguen su búsqueda. De lo contrario, pagan, esperan su cambio y observan la compra de reojo antes de abrirla, ya  tendrán días y horas de entretenimiento.

En los montones de libros de editoriales económicas parece tianguis, gente que agarra, mira y deja el ejemplar, como si se tratara de una prenda de vestir que se ve, se mide y, si no ajusta, se descarta.

En el stand de JMA Libros hay un hombre que mira sonriente los tomos viejos. “Huele rico a libros”, dice.

Se identifica como Gonzalo Martínez y afirma que extrañaba la FIL porque le parece un ejercicio relajante.

“Oler los libros, verlos y comprar unos es una experiencia muy bonita”, indica.

Aunque no todos los stands y editoriales tienen obras antiguas, también hay un aroma de ejemplares recién impresos, con tinta nueva, hojas firmes y empastados duros.

Para las 12:30 del día, los pasillos de la FIL se ven cada vez más llenos y se van reduciendo los espacios sin gente: ha resurgido la fiesta de los libros.

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