“Ellas no solo cocinaban”… Los testimonios de las mujeres de 1968

Al remontarnos al movimiento estudiantil de 1968 es común referirnos a los dirigentes, pero las mujeres fueron una parte fundamental de las actividades y aunque pocas de ellas eran parte del CNH, mostrar cómo el movimiento transformo a una generación y los roles de género es tarea obligada a 50 años

El movimiento estudiantil de 1968 marca la transformación de un generación que se rebeló en contra del orden establecido, y no solo en el plano político, también en el ideológico y en los roles de género.

Al pensar en la mujeres y su participación en el movimiento, la historia nos remonta de manera inmediata a Roberta Avedaño (La Tita) y Ana Ignacia Rodríguez (La Nacha), ambas estudiantes de derecho y presas en Lecumberri tras la masacre del dos de octubre. Las dos famosas activistas formaban parte del Consejo Nacional de Huelga (CNH), y eran las más reconocidas, sin embargo, no fueron las única.

En la revista “La transición ininterrumpida 1968-1988”, específicamente en  texto “No solo cocinabamos, historia inédita de la otra mitad de 1968”, las autoras Deborah Cohen y Lessie Jo Frazier recogieron el testimonio de al menos 20 mujeres que participaron en el movimiento estudiantil, y su relatos dan cuenta de que su participación fue más allá de los roles que en aquel entonces la sociedad les asignaba.

Susana era estudiante de la Normal de maestros durante el movimiento y de manera inmediata asumió el rol en la cocina con el fin de alimentar a los huelguistas pero, en algún momento su participación se transformó y afirma:

“Sí, cocinar era nuestro papel y lo hicimos bien. Pero también acabamos con ese rol. Nos separabamos de nuestro estatus y convocamos a mítines espontáneos en los mercado y en las esquinas de las calles de diferente colonias”.

En 1968 no existían la facilidad que ahora tenemos para reproducir un volante, pero tenían el mimeógrafo; un aparato capaz de reproducir cientos de copias de una página. Aunque primero se tenía que utilizar la máquina de escribir, pero en lugar de una hoja de papel, a la máquina se le ponía un esténcil que era una hoja de plástico transparente que se picaba con las teclas de la máquina, y ahí se redactaba el volante.

En la publicación “El 68 una historia más allá de Tlatelolco” se recogen testimonios de las mujeres que lograron que los mensajes del movimiento estudiantil llegarán a más población. Josefina fue una de ellas,  se apoderó del mimeógrafo y afirmaba que con ese aparato se sentía como un “soldado de la revolución”.

La participación de Josefina en el movimiento la dejó sin el apoyo de su padres, al igual que muchas mujeres de aquel entonces. En el texto se detalla que ella era hija de un químico y para impedir que siguiera en el movimiento le dejo de dar dinero, pero la estudiante busco opciones e incluso se movía pidiendo aventón para llegar a su destino.

“La escuela era como mi casa. Me llegué a sentir más cómoda que con mi propia familia, a quienes les gritaba ‘burgueses’ porque no me apoyaban”, señala Josefina.

Movimientos de mujeres como la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas, se unieron de manera activa a la lucha estudiantil y en el texto “No solo cocinabamos, historia inédita de la otra mitad de 1968” se describe parte de su participación.

El 13 de septiembre de 1968 se llevó a cabo la marcha del silencio donde la mujeres que pertenecían a la Unión se vistieron de negro para simbolizar el luto que vivían ante la represión, tras la masacre del 2 de octubre se convirtieron en parte activa las personas que visitaban a los y las presas, y a través de la visitas experimentaron el encierro.

Raquel era estudiante de Ciencias Políticas cuando formaba parte de esas brigadas que visitan a los presos. y de aquella experiencia relata:

“Todos lo lideres del movimiento estaban ahí...también estaban detenidos otros presos como los ferrocarrileros e integrantes del Partido Comunista, al visitarlos me involucre de manera más activa en la política y deje de romantizar el movimiento”.

Las relaciones afectivas y la manera en cómo se relacionaban entre hombres y mujeres cambio, ya no solo existían relaciones de pareja sino de amistad, compañerismo e incluso los encuentros casuale, que no eran mal vistos.

Al respecto Alicia de la Escuela Nacional de Antropología e Historia relata: “comenzamos a desarrollar nuevos tipos de relaciones con nuestros compañeros… Antes del movimiento decíamos que debíamos casarnos, ser vírgenes y dedicarnos al hogar…Pero si veías a un compañero quizas al siguiente día podía ser arrestado o desaparecido, y a veces nos decía: ‘ven conmigo, quiero dormir contigo’ y te decias a ti misma; es mi compañero, no se que pase mañana con el ( y nos íbamos)”.

El texto de Deborah Cohen concluye con una reflexión de Kati, maestra normalista; “peleamos hombro a hombro (con los hombres) no podíamos ver alguna diferencia entre cuales eran nuestros roles y luchas y cuáles eran los de nuestros compañeros. Sabíamos que la democracia era para todos y que los cambios tenían que ser para todos”.

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