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El dormitorio 14

El plan lo puso en marcha el 12 de marzo de 2015. Requería de un arma efectiva pero discreta, nada mejor que una “cola de rata”. Desprendió un trozo de alambre galvanizado de la malla que delimitaba su celda en el penal de Puente Grande, y le dio forma de Z.

Era jueves, tres días después aprovecharía la visita familiar para tocar con una de sus puntas de metal el corazón de su novia, y el de sus dos pequeños hijos y su hijastra. La reinserción social nunca cupo en su pequeña cámara de cuatro por cuatro metros: el dormitorio 14. 

El dormitorio 14 es apenas una de las 64 celdas que debe vigilar un solo custodio
La Comisión local de Derechos Humanos halló omisiones de dos custodios que nunca se percataron de lo que pasaba, también protocolos violados y carencias estructurales
"Me la llevé al taller para recoger el alambre al que yo ya le había sacado punta para llevármelo y con ese amenazarla, ya que me cansé de discutir con ella y de que ella no entendiera a los niños y los estuviera tratando mal”
Domingo Villa Arellanoreo, en su declaración
ministerial
https://youtu.be/XD3PrPPxIvg

El plan lo puso en marcha el 12 de marzo de 2015. Requería de un arma efectiva pero discreta, nada mejor que una “cola de rata”. Desprendió un trozo de alambre galvanizado de la malla que delimitaba su celda en el penal de Puente Grande, y le dio forma de Z.

Era jueves, tres días después aprovecharía la visita familiar para tocar con una de sus puntas de metal el corazón de su novia, y el de sus dos pequeños hijos y su hijastra. La reinserción social nunca cupo en su pequeña cámara de cuatro por cuatro metros: el dormitorio 14. 

Domingo Villa Arellano, de 40 años, estaba preso en el Reclusorio Preventivo desde 2006, y hacía dos meses que tenía discusiones continuas con su novia, Erika Isela Velázquez Cocula, de 39 años, porque, decía él, maltrataba a sus hijos. 

Así que cambió las artesanías del penal por la confección de esa “cola de rata”: “Con una lija me puse a sacarle punta a una de sus orillas hasta que quedó con una punta filosa (…) y ya que lo tuve listo lo dejé en el interior del taller”, confesaría a las autoridades. 

El domingo 15 de marzo Erika llegó acompañada de sus hijos, Ángel, de cuatro años, y Valeria, de sólo un año; también de Erika Lizeth, de 17 años, hija sólo de ella. 

Eran cerca de las 9:30 horas y dado que era una mañana con lluvia, se les permitió que pasaran del área de comedor a la celda de Domingo para desayunar ahí el caldo de cocido que Erika le había llevado. 

Ellos dos se conocieron en 2002, Domingo vivía entonces con otra mujer desde 1996, pero como era miembro de la Policía Rural del Estado, “a las dos les decía que andaba de comisión y así ninguna se daba cuenta de que andada con otra”. 

En 2006, Domingo presuntamente mató a puñaladas a la mujer con la que vivía y abandonó su cuerpo en un cerro de Zapotlanejo, habría violado también a una de las hijas de la víctima; eso causó su ingreso a Puente Grande, aunque hasta 2015 seguía sin una condena. 

Erika lo encontró en el penal en 2009 a través de su madre, y fue a verlo hasta ahí para reanudar la relación.

Una familia

Domingo y Erika concibieron a sus hijos dentro de los muros de Puente Grande, donde la relación con su hijastra, a la que llamaba “enana”, se hizo igualmente cercana. 

No obstante, los problemas de la pareja eran recurrentes. Así se le dijo a la Fiscalía: “Me daba cuenta de que ella golpeaba todos los días a mis hijos, diciéndome que era porque los dos hacían muchas travesuras, y de esto me daba cuenta porque mis niños me decían que su mamá les pegaba”. 

Según éste, ese día su mujer les pegó a los dos pequeños y le dijo que “ya estaba harta de los niños, que yo tenía la culpa de que fueran así porque nunca les decía nada, por lo que entonces yo abracé a mis hijos y les dije que no se preocuparan, que ya iba a salir y que todo se iba a arreglar”. 

Domingo esperó a que retornara la calma, tomó la bolsa de Erika donde cargaba con las cosas de los niños y salió de la celda:

“Me la llevé al taller para recoger el alambre al que yo ya le había sacado punta para llevármelo y con ese amenazarla, ya que me cansé de discutir con ella y de que ella no entendiera a los niños y los estuviera tratando mal”. 

Cuando regresó al dormitorio 14 con la “cola de rata” en la bolsa, la puso en la cama y terminó de desayunar con su familia. 

Les pidió a sus hijos que salieran a jugar, y así lo hicieron Erika y Ángel, a quien llamaba “bebé”. Así se quedó con su pareja y la bebita que dormía. 

La pesadilla

Domingo besó y acarició a Erika; quería tener relaciones sexuales, a lo que ella habría accedido primero, aunque luego cambió de parecer, y eso lo enfureció. 

“De pronto ella me dijo que no quería y empezamos a discutir porque yo quería hacerlo y ella no, y le dije que tenía que hacerlo cuando yo quisiera porque por eso era mi mujer, y entonces yo me enojé porque no quería tener relaciones conmigo, y por eso me le dejé ir”.  

La tomó con fuerza por el cuello y le dijo que “no tenía que pegarle a mis hijos, y ella me dijo que ya estaba harta de los niños, y entonces yo comencé a apretarla del cuello, mientras que comenzó a forcejear conmigo”. 

Domingo le bajó la blusa, tomó la “cola de rata” y atravesó sin más una de sus puntas en el lado izquierdo del pecho de la mujer; se le desvaneció frente a él, la sujetó y la acostó en la cama sobre su costado izquierdo, como si mirara hacia la pared, así parecería que dormía. 

Después siguió con su bebita. Salió de su celda en busca de su hijastra y de Ángel, su “bebé”. Los halló jugando lotería con los hijos de otros reclusos, y como ella le pidió más tiempo, tomó de la mano sólo a su niño para llevarlo al dormitorio. 

“Yo de camino le dije a mi hijo que ya nos íbamos a ir, que lo iba a llevar al Niño Dios, y mi hijo se puso muy contento porque yo lo iba a llevar con el Niño Dios”. 

El padre se sentó en la cama, donde yacían Erika y la bebita, y recostó a su hijo de tal forma que la cabeza de Ángel quedó apoyada en sus piernas, ahí le descubrió su pecho para picarlo con el arma.

Faltaba su “enana” y fue por ella. Mientras la traía de regreso, Erika le contaba de la fiesta a la que había ido un día antes, y a la cual Domingo le había dado permiso de asistir. 

Ya en el cuarto, él la sujetó por el cuello como hizo con su madre, mientras ella se defendía arañándole los brazos. Otra vez la estocada en el corazón, otra vez la cama. 

Cuando terminó, se tomó dos pastillas de paracetamol y dos aspirinas, se acostó en el piso y se dio dos pinchazos en el pecho, también a la altura del corazón. Perdió el conocimiento, pero no moriría. 

La joven Erika, con un último aliento, se levantó de la cama para dar unos pasos y caer apenas al salir del dormitorio 14; sólo así otros internos y custodios se darían cuenta de lo ocurrido. La madre y los niños ya no tenían vida, aquella murió al día siguiente en el Hospital Valentín Gómez Farías. 

El caso se consignó como parricidio y feminicidio, uno en las narices del Estado. La Comisión local de Derechos Humanos halló omisiones de dos custodios que nunca se percataron de lo que pasaba, también protocolos violados y carencias estructurales. 

El dormitorio 14 es apenas una de las 64 celdas que debe vigilar un solo custodio. 

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