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El árbitro de la vida

En los primeros días de 1959 abrió sus puertas al público la Ciudad Deportiva.

Por el radio se conocía del triunfo de la Revolución Cubana encabezada por Fidel Castro, el “Che” Guevara y Camilo Cienfuegos.                                                                                              

Debajo de su chamarra de mezclilla trae como si fuera piel un uniforme de árbitro que ya pasó sus mejores épocas
"A lo que más me gusta es hacerla de árbitro, aunque ya cada vez lo puedo hacer menos, porque ya hay menos ligas, menos partidos”
Héctor Pérez López
Héctor no es ajeno a la problemática que actualmente enfrentan los deportistas y los usuarios de la Ciudad Deportiva
https://www.youtube.com/watch?v=pIIXVvfD9UQ

En los primeros días de 1959 abrió sus puertas al público la Ciudad Deportiva.

Por el radio se conocía del triunfo de la Revolución Cubana encabezada por Fidel Castro, el “Che” Guevara y Camilo Cienfuegos.                                                                                              

El niño Héctor Pérez López esperó durante meses con ansias el día de la inauguración.

Llegó el día. Se cristalizaron los sueños: una pelota y un campo de futbol.

En aquella época la gente no quería acudir, recuerda aquel Héctor que ya no es un niño  pero aún mantiene la mirada encendida.

Además de las largas distancias en los accesos había mucho lodo por los canales naturales abiertos. Eso dificultaba la entrada. Junto con otros jóvenes, vecinos y trabajadores, iban por toda la ciudad repartiendo volantes invitando a la población para que se acercara.

Héctor fue testigo de las mejores épocas de la Ciudad Deportiva.

Poco a poco el lugar fue mejorando. Se reforestó, se mejoraron las entradas, se habilitaron canchas. Las familias se daban cita los fines de semana para diversas actividades deportivas o recreativas. Entre semana era un flujo constante, muchas ligas amateur de futbol. También basquetbol o beisbol se jugaba. Ahora muy pocas de estas actividades continúan. Ya no es lo mismo.

“Todo el día se jugaba, desde que amanecía, hasta que anochecía, y había partidos diario”, dice Héctor, quien quizás ha pasado más tiempo en la Ciudad Deportiva que en su casa.

A sus 70 años ha trabajado en todo. Sin duda lo que más le gusta es el deporte, sobre todo el futbol. Y su vida ha estado dedicada al polémico arbitraje. Es americanista.

“Trabajé en tiendas, fábricas, panaderías, talleres mecánicos, paleterías, carnicerías; también se coser de todo. Lo que más me gusta es hacerla de árbitro, aunque ya cada vez lo puedo hacer menos, porque ya hay menos ligas, menos partidos”.

Todos lo conocen y parece que conoce a todos.

Él es árbitro de futbol oficial del lugar. Y -aunque sus labores van más allá- se encarga de pintar los campos para los partidos de las ligas de aficionados que se dan cita en este espacio. Coloca y retira las redes de las porterías. Hace labores de limpieza y mantenimiento que se les puede dar a las canchas, las cuáles son de tierra en su mayoría, pues desde hace algunos años que no cuentan con agua de riego.

En una bolsa de lona -ya muy desgastada por los años- guarda las redes de las porterías. Lleva en su costado otra bolsa más pequeña con cal que usa para rayar las canchas. Bajo de su chamarra de mezclilla trae como si fuera piel un uniforme de árbitro que ya pasó sus mejores épocas.

Es, muy probablemente, el más experimentado entre las personas que trabajan en la Ciudad Deportiva; aunque no es precisamente un empleado de la administración del recinto.

Su sueldo es se lo pagan los presidentes de las ligas de fútbol que aún juegan en este espacio.                                
Los más jóvenes ven en él a un amigo y consejero. Aún en estos tiempos cuando hay un desapego a los valores y al conocimiento de aquellos con más experiencia en la vida, Héctor sigue siendo un referente, tanto para los árbitros, jugadores y todos aquellos que participan en el futbol aficionado.

Tiene 3 hijos, todos varones, de 36, 34 y 26 años, así como 7 nietos. Ahora ya casi no puede llevarlos a la Ciudad Deportiva con él, pues ya no los puede ver tanto como quisiera, entre las obligaciones de sus hijos y la escuela, apenas le queda tiempo para poder verlos.

Trabaja de martes a domingo, por las tardes; normalmente su jornada empieza a las 2 de la tarde, preparando los campos de juego para los partidos vespertinos, y termina a las 7 pm, cuando cierra sus puertas la Ciudad Deportiva.

Héctor ha visto durante estos años la transformación de la Ciudad Deportiva.

Tiempo atrás buscó ser árbitro profesional. No recuerda precisamente el año, pero intentó probarse como profesional, incluso llegó a pasar los cursos y capacitaciones. Pero el desencanto entró a la cancha, ya que, según su testimonio, solo aquellos con alguna relación familiar, de amistad o compadrazgo tenían la posibilidad de hacer carrera en el arbitraje profesional y nunca pudo probarse en el máximo nivel.

Declive de la Deportiva

Héctor no es ajeno a la problemática que actualmente enfrentan los deportistas y los usuarios de la Ciudad Deportiva. Para él, los nombres de la compañía OCESA o de su subsidiaria CIE quizá no digan mucho, pero él vive de primera mano el deterioro que han ido ocasionando las obras de remodelación del autódromo, los conciertos masivos o, más recientemente, el inicio de la construcción del estadio de beisbol de los Diablos Rojos.

“Aquí vienen de universidades, de empresas, policías, bomberos, doctores, ingenieros, toda clase de gente. Había muy buenos partidos, de muy buenas ligas. Se jugaba el torneo de los barrios, la copa Ciudad de México”.

En donde antes había 60 o 70 campos de futbol, apenas quedan 12, además de encontrarse en condiciones precarias. Toda la semana había juegos, durante todo el día. Hoy solamente hay juegos por las tardes, y no todos los campos están llenos. Áreas que anteriormente eran abiertas para la ciudadanía en general, hoy se encuentran cercadas y sin acceso, todo esto por obras de construcción y remodelación de particulares.

Héctor lamenta esta nueva etapa.

“Aquí no es para que construyan nada; estos espacios no son de nadie, esto es del pueblo, no tiene por qué disponer nadie de esto. Además, esto viene siendo un pulmón para toda la ciudad, y ya se lo están acabando”.

Una de las grandes satisfacciones es cuando en alguna ocasión ve a algún jugador debutar en primera división, y recordar que lo vio jugar en la Ciudad Deportiva Magdalena Mixihuca, en uno de los muchos equipos, de las muchas ligas que han desfilado aquí.

Es cierto que en el rectángulo del terreno de juego muchas veces se calientan los ánimos. El consejo de este experimentado árbitro siempre es el mismo: “Calladitos y a lo que vienen. Yo siempre les digo que el deporte es para distraerse, para superarse, no para venir a hacer tonterías”.

“Es preferible que vengan aquí y griten dos o tres cosas al rival, que al fin y al cabo que todo queda en el juego, y no que vayan a sacar su frustración en otro lado”.

No está dispuesto aún a dar el silbatazo final a su carrera como juez de cancha. 

Le sacó la tarjeta roja al verbo renunciar. 

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