CIUDAD DE MÉXICO, 31JULIO2018.- Avenida Paseo de la Reforma, donde se aprecia poca contaminacion y poco trafico.
FOTO: VICTORIA VALTIERRA /CUARTOSCURO.COM

CDMX enfrenta una catástrofe mayor a los sismos, afirma investigador de la UNAM

Los temblores duran segundos, a lo más un minuto, pero hay un peligro latente que pareciera ir en cámara lenta en el centro del país, afirmó la máxima casa de estudios

Cada año, la planicie lacustre de la Ciudad de México registra un hundimiento de entre ocho y 12 centímetros, debido a la excesiva extracción de agua de los acuíferos, lo cual denota un efecto más catastrófico para la infraestructura urbana que los mismos sismos, afirmó Efraín Ovando Shelley, investigador del Instituto de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

El especialista señaló que en la capital del país hemos llegado a considerar que los sismos provocan las mayores catástrofes en la quinta ciudad más habitada del mundo, sin embargo, “México está expuesto a muchos riesgos que no son de corta duración; uno de ellos es el hundimiento regional, que ocurre poco a poco, pero de manera constante, al menos desde mediados del siglo XIX”.

Los hundimientos contribuyen a la aparición de grietas en terrenos y causan afectaciones a la infraestructura urbana, vialidades, casas habitación y al patrimonio arquitectónico, artístico y cultural.

“Nos referimos a los temblores como fenómenos naturales que duran segundos, o cuando mucho un minuto, y que suelen tener consecuencias catastróficas, pero los hundimientos son siniestros que van en cámara lenta. Su velocidad es variable, dependiendo de la zona; incluso podría ser mínima, pero permanente”, abundó el investigador.

El centro histórico de la Ciudad de México es una de las zonas más afectadas, pues ahí han estado expuestos varios edificios desde hace mucho tiempo, aunque, en realidad, toda la cuenca está dañada.

Una buena parte de la capital del país está construida sobre una antigua área lacustre donde hay arcillas blandas y deformables, por lo que al sustraer agua del subsuelo se deforma y se hunde.

El hundimiento, reiteró Ovando Shelley, es producto de la excesiva extracción de los acuíferos profundos; sin embargo, este fenómeno se registra a diferentes velocidades. Por ejemplo, las subcuencas de Xochimilco y Chalco alcanzan hundimientos de entre 35 y 40 centímetros por año.

En el área donde se construye el nuevo aeropuerto se registra un hundimiento de entre 12 y 14 centímetros anuales, aunque hay puntos en los que es mayor. Todos estos datos son observables y se pueden corroborar, aseguró.

¿Hay alguna solución para detener el hundimiento?

Para el especialista, una solución sería la de dejar de explotar mantos acuíferos, sin embargo, dos terceras partes del agua que consumimos se extraen de los pozos y la otra porción es traída de otras cuencas, con el alto costo económico que representa.

Entre las medidas drásticas y a largo plazo estarían la de construir una red de drenaje paralela; una que recoja aguas pluviales y otra que saque las aguas negras. Para el especialista, técnicamente es posible tratar el agua de la lluvia para reutilizarse e incluso inyectarse en el subsuelo.

Otra medida sería la de aprovechar los escurrimientos de las serranías que rodean a la cuenca del valle de México pues su uso adecuado implicaría almacenar el recurso, tratarlo y distribuirlo, aunque en algunos casos, como el de la sierra Poniente, son aguas totalmente contaminadas.

El investigador vio con buenos ojos el plan de descentralización que ha propuesto el presidente Andrés Manuel López Obrador, pues el mismo, a su parecer, contribuiría a evitar el hundimiento aunque “sacar a las dependencias del Gobierno Federal llevaría un largo proceso, quizá decenios”.

Efraín Ovando Shelley subrayó que una iniciativa viable sería retomar el ejercicio que realiza la UNAM en Ciudad Universitaria y aplicarlo en diversas partes de la CDMX: reciclar el agua pluvial, pues sustraer el agua del subsuelo ya no es realista.

El investigador aseveró que en el Instituto de Ingeniería han observado de manera permanente cómo se sienten los temblores en la gran urbe y la forma en que se distribuyen los daños provocados, lo que les ha permitido saber que estos también se generan por el hundimiento regional.

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