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Cantar en la oscuridad

Las últimas palabras de Nessun Dorma –aria de la ópera Turandot, de Giacomo Puccini-, inundan con potencia la pequeña sala donde Alan Pingarrón platica sobre su vida.

“¡Vincerò! ¡Vincerò!” –“¡Venceré! ¡Venceré!”- se oye cantar a Alan, con la misma fuerza del corazón con que un devoto recita una oración o un necesitado repite el mantra que salvará sus días.

Alan es un joven tenor invidente, cuya discapacidad no ha evitado que viva su sueño de ser cantante profesional de ópera.

Se sabía elegido para cantar y planeaba llegar lo más lejos que pudiera. Planea, más bien, en tiempo presente
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Las últimas palabras de Nessun Dorma –aria de la ópera Turandot, de Giacomo Puccini-, inundan con potencia la pequeña sala donde Alan Pingarrón platica sobre su vida.

“¡Vincerò! ¡Vincerò!” –“¡Venceré! ¡Venceré!”- se oye cantar a Alan, con la misma fuerza del corazón con que un devoto recita una oración o un necesitado repite el mantra que salvará sus días.

Alan es un joven tenor invidente, cuya discapacidad no ha evitado que viva su sueño de ser cantante profesional de ópera.

“Alan Pingarrón es un ser humano que va en busca de la felicidad”, es la frase con la que abre la charla, “porque pienso que la felicidad es una actitud”.

Y nada lo describe mejor. Desde su nacimiento, Alan ha sido un guerrero.

Al igual que Calaf, el príncipe desconocido de Turandot, Alan ha tenido que vencer a la oscuridad.

A sus 28 años, es graduado de la Licenciatura en Canto por la Escuela Nacional de Música de la UNAM, sueño que cumplió hace casi tres años.

Fue galardonado con la medalla Gabino Barreda, que le otorgó la Universidad por su alto rendimiento académico.

El tenor ha interpretado varias obras en el Palacio de Bellas Artes y otros escenarios, como el Auditorio Nacional, el Festival Cervantino o el Teatro del Bicentenario.

No solo ha dado conciertos acompañado de una orquesta; también ha participado en producciones en escena, como “La Bohème” o “L’elisir d’amore”.

Alan tiene la certeza de que Dios lo escogió para ser músico y lo envió con sus padres, Catalina y Enrique; y sus abuelas, María del Socorro y Carmen, quienes le han ayudado incondicionalmente a desarrollar su talento.

Ciego de nacimiento, la vida siempre ha representado un reto para Alan, hoy un cantante lírico profesional.

No usa bastón y camina seguro por su casa, un espacio del que ya conoce cada rincón.

Sentado en una sala de su casa que parece creada para que el tenor estudie y reciba a sus visitas, Alan se desenvuelve con seguridad y transparencia en sus respuestas. Abre el corazón cuando se le pide reflexionar sobre la música o sobre sí mismo.

En una esquina está el piano donde Alan ensaya y deleita a quien lo quiera escuchar.

Lentamente, quita el paño que cubre el instrumento y levanta la tapa que descubre las teclas.

“Nada más díganme si está sucio; mi mamá siempre me pide que sacuda mis muebles”, comenta, entre risas sonoras que llenan la habitación.

Fotografías suyas de diferentes etapas de su vida se distribuyen en toda la pieza. Imágenes de él en la escuela, en su primera comunión o para la credencial escolar se ubican aquí y allá.

Su título profesional y su medalla coronan el escenario.

En la escuela, los niños lo molestaban por su condición.

“Pero hoy les agradezco”, dice entre carcajadas. “Me fortalecieron mucho”.

Desde pequeño tuvo contacto con la música. Comenzó tocando la flauta dulce, después el pandero. Un día llegó a sus manos un pequeño teclado y ahí descubrió la magia del piano.

Al ver su interés, su tío, Rodolfo González, quien es profesor de música y dirige el coro de la iglesia de la Inmaculada Concepción –a donde por cierto Alan va a cantar cada domingo-, comenzó a guiarlo.

En su infancia pasó varias etapas musicales. Le gustaba el pop del Dr. Alban y el rock de Queen, pero lo que fue un verdadero descubrimiento para él fueron las canciones de José José, quien lo inspiró para dedicarse de lleno a la música.

Se aprendió sus melodías, intentaba imitar su estilo y fue con su música que comenzó a desarrollar su talento.

Alan llegó a los 14 años a las manos de Leonardo Mortera, un maestro especializado en enseñar música a niños con discapacidades auditivas o visuales.

Fue cuando aprendió a leer la música en el sistema Braille y descubrió su voz, más allá de la imitación que hacía de José José.

Alan Pingarrón, el cantante, había nacido. Encontró su estilo y su vocación.

Ser invidente no le iba a impedir perseguir su sueño y alcanzar su destino. Se sabía elegido para cantar y planeaba llegar lo más lejos que pudiera. Planea, más bien, en tiempo presente.

Comenzó a cantar obras completas y, en el 2010, participó en el reality show Ópera Prima, organizado por el Canal 22, en el que ganó el segundo lugar y se llevó el Premio del Público, que le otorgó la audiencia.

Aunque en un principio no quería participar en el programa televisivo, luego de la insistencia de sus familiares y maestros, Alan se inscribió. A partir de ahí ganó proyección nacional e internacional.

Ha cantado al lado de artistas como Eugenia León o Filippa Giordano.

Sin embargo, para llegar hasta ahí, tuvo que enfrentar retos que no muchos podrían superar.

“Muchas veces lo difícil no es que uno pueda o no realizar las cosas. En la vida siempre hay retos; pero cuando tienes una discapacidad, los retos se duplican y a veces se triplican. Nadie dice que sea sencillo, pero todo está en la actitud y en el corazón que le quieras poner”, dice, convencido.

Ser ciego no le ha impedido, por ejemplo, participar en puestas en escena donde ha interpretado a diversos personajes.

“Nosotros tenemos que ser capaces, con la limitación que tengamos, de poder lograr nuestros sueños”, dice, con una voz que parece una revelación.

El sueño más preciado que tiene Alan es seguir siendo feliz, consolidarse como cantante y encontrar a una mujer para compartir su vida.

Iluminado por la certeza que da haber superado incontables pruebas, el tenor reflexiona sobre lo que diría a los jóvenes que persiguen un sueño o que tienen una discapacidad.

“La vida no es fácil, los seres humanos no somos fáciles. Nos vamos a enfrentar a diferentes cosas, a envidia de la gente, pero no se debe minar nuestra actitud de triunfadores”.

Para cerrar la plática, Alan se revela también como todo un geek. Recita las ventajas de tal o cual teléfono celular, sobre todo en cuestión de grabación de audio.

También se confiesa fanático de la fotografía.

A pesar de estar impedido para ver, señala, le gusta que otros aprecien los lugares que ha visitado o la forma en que él experimentó tal o cual situación.

“Me gusta compartir si pienso que era un bonito paisaje o un bonito lugar; me gusta que los demás vean donde yo he estado”, expresa.

Sabe algo de técnica; intercambia puntos de vista sobre la cantidad de luz o la velocidad que debe tener la cámara para tomar una imagen lo mejor posible.

Aunque Alan considera que cantar es un don que recibió de la divinidad, los suyos piensan que el más grande regalo que tiene el joven –y que ellos recibieron también- es la generosidad y su gran corazón.

El corazón de un hombre que no se cansa de dar y transmitir a los demás un pedacito de esa divinidad a través del canto, la luz de su alma.

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