Tres de cada diez mujeres que dan a luz en México viven algún tipo de agresión antes, durante o después de dar a luz. Foto: Especial

‘Cállese y puje’, ecos de la violencia obstétrica en México

El problema abarca cualquier acción u omisión por parte del personal de salud que cause daño físico o psicológico durante el embarazo, parto o posparto

En México, al menos tres de cada diez mujeres sufren violencia obstétrica. Aquí se narran los testimonios de algunas víctimas.

Un médico toma un bisturí, rasga la vagina de Leticia y mete las manos para tratar de sacar al bebé. Otro doctor sube a la camilla, le entierra los codos en la boca del estómago y comienza a empujar.

“¡Señora, ya tiene al bebé aquí y me lo regresa!, ¿por qué no puja?, ¿qué le pasa?”, le dice uno de ellos; mientras, las fuerzas de la mujer disminuyen.

El bebé nació con el cordón umbilical enredado y los doctores entendieron por qué Leticia no podía dar a luz. “Ya ni para qué te ponemos anestesia para suturarte. No tiene caso”, le dijo el encargado de traer la aguja y el hilo para coser la incisión.

La experiencia de Leticia García la coloca como una víctima de violencia obstétrica, que consiste en cualquier acción u omisión por parte del personal de salud que cause daño físico o psicológico durante el embarazo, parto y posparto.

Es decir, regaños, burlas, insultos, amenazas, humillaciones, falta de información, negación al tratamiento, aplazamiento de la atención médica, indiferencia frente a las solicitudes de las embarazadas, no consultarles sobre las decisiones que se tomen en torno a su persona ni la del recién nacido, utilizarlas como recurso didáctico y el uso del dolor como castigo.

En México, el tema comenzó a ganar visibilidad en 2013 a partir de la fotografía de Irma López Aurelio, una mujer indígena mazateca, quien dio a luz en el pasto del Centro de Salud de San Felipe Jalapa de Díaz, en Oaxaca, al no haber camillas suficientes. Sin embargo, no fue la primera mujer en parir en esas condiciones.

‘Si tienes otro hijo, te vas a morir’

Fernanda Daniela ingresó al Hospital General Regional N. 200 de Tecámac, Estado de México, el 5 de enero de 2018. Desde las 7:45 de la mañana, la fuente se había roto y el líquido amniótico continuaba saliendo. Nadie le ofreció un cambio de ropa ni apósitos para secarse.

Ella acató todas las indicaciones, incluso toleró los constantes tactos que la hacían sangrar, mientras la información que recibía sobre su parto era poca. A las 6:00 de la mañana del día siguiente, tuvo la última revisión y le dijeron que debía ingresar al quirófano. Aunque les informó sobre los medicamentos a los que es alérgica, la ignoraron.

Le suministraron anestesia y la cirugía comenzó. Fernanda tiene lagunas mentales, pero sabe que tuvo taquicardia y luego perdió el conocimiento. Al despertar no podía ver bien, solo escuchaba una frase que la enfermera le repetía a su compañera: “¡Acércale al niño!” .

El bebé estaba junto a ella, sin embargo, ella solo podía distinguir un bulto. Una enfermera comenzó a darle palmadas en la cara al recién nacido para que reaccionara, pero sus ojos se cerraron. Ninguno de los presentes dijo algo al respecto.

La mujer quiso preguntar qué había ocurrido, pero no lo logró. La vivencia fue traumática.

Sola, en la sala de recuperación, lloró toda la noche mientras abrazaba a su bebé y se preguntaba qué fue lo que salió mal.

“Tú no debes tener otro hijo, te pusiste muy grave y por poco te mueres. Si tienes otro, te vas a morir”, fueron las últimas palabras que le dijo el médico.

Hablemos de cifras

En 2016 y 2021, la Encuesta Nacional de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) agregó un apartado para conocer la experiencia de las mujeres de 15 a 49 años durante su último parto: tres de cada 10 fueron violentadas.

Los datos señalan que la violencia se presenta con más frecuencia en instituciones estatales, seguidas de aquellas que pertenecen al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y los Centros de Salud.

Por su parte, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) emitió 66 recomendaciones por violencia obstétrica entre 2015 y 2021.

A pesar de ello, el problema sigue y se agravó con la pandemia por COVID-19, pues presionaron a las mujeres a aceptar cesáreas y parir sin acompañantes, de acuerdo con la plataforma de noticias internacional Open Democracy.

En 2020, el número de nacimientos por cesárea llegó a ser más del 50 por ciento, según datos preliminares del Subsistema de Información sobre Nacimientos, pese a que la Organización Mundial de la Salud recomienda que este método no debe superar el 15 por ciento.

‘Voluntariamente a fuerzas’

Tras su parto, Fernanda Daniela tuvo depresión y fuertes migrañas causadas por un implante hormonal que le obligaron a usar. “Ojalá y me hubiera muerto en la cirugía, esto no es vida”, pensaba.

Leticia pasó por una situación similar: la presionaron de manera insistente para ponerse un método anticonceptivo hasta que eligió uno.

Dicha situación fue medida por la ENDIREH:  En 2021, a 333 mil 284 mujeres mexicanas les colocaron algún método anticonceptivo, las operaron o esterilizaron permanentemente sin su consentimiento.

Un problema estructural

Para intentar reducir los casos de violencia obstétrica Baja California Norte, Aguascalientes, Chiapas, Estado de México, Guerrero, Quintana Roo, Yucatán y Veracruz la han incluido en sus códigos penales.

Pero se no garantiza que tengan acceso a la justicia, ya que no contempla una reparación integral, puede ser revictimizante, y se requieren recursos económicos y acompañamiento legal.

De esta forma, el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) señala que lejos de criminalizar, se deberían atender los problemas estructurales: la gran demanda de servicios, la inversión en el sector salud insuficiente y un sistema de justicia débil. Así como enfocarse en transformar las actitudes y rutinas dañinas; la falta de infraestructura, personal e insumos.

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