Ser un adicto al sexo: Lucía y las mujeres que desean demasiado

La sexualidad femenina ha sido musa de poetas, pensadores y músicos a lo largo de la historia. Y la ninfomanía, uno de los mitos más polémicos en la vida de las mujeres que desean demasiado

Cuando Lucía se enfrentó por primera vez con los demonios de su soledad y tras reconocer que su cuerpo exigía una atención sexual mayor que la de una persona normal, decidió que, de una forma u otra, debía dar escape al sexo que nacía y crecía en su interior. Y que podría estallar si no lo saciaba. “Soy una ninfómana”, dice.

Como princesa medieval, Lucía vive en una hermosa casa en Barcelona, España, custodiada por los polizontes de su esposo, quien sólo pasa la noche en su hogar una o dos veces al mes por sus continuos viajes de trabajo.

Los dragones cuidan que la mujer no salga sola de su domicilio ni reciba visitas; en primer lugar, porque la cantidad de euros que maneja el marido los podría convertir en víctimas de algún delito; y en segundo, porque los celos del hombre no permitirían que otros ojos contemplen la voluptuosa figura de su joven esposa.

Lucía tiene 29 años y se casó desde los 14, poco antes de dar a luz a su primer hijo. Entonces su marido tenía 34. Aunque su boda fue un ejemplo del matrimonio infantil al que son forzadas millones de niñas en el mundo, ella platica que nadie la obligó.

–¿Te casaste por dinero?, le pregunto.
–No, no.
–¿Por amor?
–No. Yo me casé por sexo.

Ella reconoce que es una adicta. Una “ninfómana”, aunque el término clínicamente correcto es ser hipersexual o alguien con “comportamiento sexual compulsivo por trastorno de hipersexualidad”.

Descubrió su sexualidad desde muy pequeña, dice, cuando se masturbaba escuchando los gemidos de sus padres en la habitación contigua. Luego lo hacía mientras espiaba a su papá y hermano en la ducha.

Poco después quiso más. Por eso no dudó en entregarse al desconocido de treinta y tantos que, siendo aún menor de edad, le ofreció una casa bonita, dinero y el tiempo necesario como para hacer lo que le diera la gana durante el resto de su vida.

Y, para ella, lo más importante: la cantidad de sexo suficiente como para satisfacer su lujuria, por lo menos, durante el tiempo que le durara el marido.

Pero ella no sabía que esos momentos de éxtasis serían pocos, pues algunos años después de que naciera su primer niño, el marido comenzó a viajar por el mundo para mantener vivo su negocio.

Y se quedó sola.

“Mi marido no me deja tener visitas. Tampoco me puedo ir de viaje. Sólo puedo ir por el niño a la escuela, y eso, acompañada de uno de sus guarros. Él es muy celoso. Si se entera que hablé con alguien en la calle, me mata”.

Entonces tuvo que buscar un escape que mantuviera a su fidelidad casi incorruptible; aún cuando tuviera que recurrir a una parafilia, como el sexo con los animales.

La sexualidad femenina: musa de la humanidad

A lo largo de la historia, la sexualidad femenina ha sido musa de poetas, filósofos, músicos y pensadores que encontraron en ella motivos que van desde lo romántico hasta lo político.

La virginidad, por ejemplo, fue móvil de conflictos familiares, sociales e incluso bélicos en la antigüedad y durante las edades Media y Moderna, donde no había tesoro más valioso que una noble casta para engendrar con ella la descendencia de poderosos linajes.

Durante el siglo XII en el Viejo Mundo, la nobleza recurrió a cierto tipo de artilugios para preservar la virginidad de las mujeres y, en el caso de las que ya no eran castas, evitar que mantuvieran relaciones adúlteras durante las largas ausencias de sus maridos.

El cinturón de castidad era un artículo dedicado a controlar la sexualidad femenina, “aplicado al bajo vientre y zona genital de la mujer permitía por un pequeño orificio, la emisión de orina y sangre, pero impedía el acto sexual”, según el Diccionario Ideológico Feminista.

Y es que varios arquetipos se construyeron sobre la idea de la virginidad eterna, tales como el de la Virgen María, cuya condición de castidad le arrebató la humanidad para convertirla en una figura etérea e inaprehensible.

En la mitología griega también encontramos a Artemisa, diosa de la caza, los bosques, la naturaleza y la virginidad.

Y hablando de mujeres que no son vírgenes pero que su sexualidad puede provocar conflictos, podemos recurrir a la versión de Homero de la Guerra de Troya, cuyo origen fue el rapto de Helena, esposa del rey de Esparta, por Paris, el príncipe de Troya.

Ese secuestro no representó una privación de la libertad, sino una afrenta contra el dueño de la sexualidad de Helena, su esposo. Un conflicto entre hombres por el sexo de una mujer.

Pero hay otros motivos, como la lesbianidad, el adulterio y la ninfomanía, cuyas primeras definiciones nacieron desde el ojo y pluma masculinos.

Ninfomanía y las mujeres que deseaban demasiado

Aunque en nuestra época la ciencia ya logró avanzar en los estudios de la adicción al sexo o hipersexualidad, como vimos en la segunda parte de este trabajo periodístico (la puedes leer aquí) los primeros científicos, siglos atrás, la consideraban un tipo de histeria.

En el siglo XIX, los diccionarios de medicina clasificaban a la ninfomanía dentro de las vesanias, es decir, “demencias furiosas” que podían presentar la psique y alma de las personas.

Según el Diccionario de medicina y cirugía, publicado en 1805 por la Imprenta Real de Madrid, una vesania comprendía enfermedades cuyos principales síntomas eran la pérdida del entendimiento, la enajenación, el delirio y la demencia.

“O bien, una depravación de la imaginación, del juicio, del deseo o de la voluntad”, cuyo origen se encontraba relacionado con los nervios y estos, a su vez, con el alma.

Según el diccionario, la ninfomanía iniciaba con la masturbación y se daba en tres niveles:

En primer lugar estaba la Ninfomanía luxuria, donde las doncellas vírgenes que, al llegar a la pubertad y contagiadas por novelas románticas y canciones apasionadas, comenzaban a descubrir su sexualidad a través de la masturbación.

“Entregadas a la lectura de novelas amorosas, y a las canciones lascivas obsequiadas por jóvenes libertinos, principalmente cuando han vivido largo tiempo sujetas al cuidado de una madre severa… y han excitado su pasión por medio de una masturbación vergonzosa”.

Luego viene la Ninfomanía furibunda, cuando “abandonando el pudor se prostituyen al primero que llega, retirándose del combate más cansadas que satisfechas”.

En este nivel, dice el diccionario, se registra un continuo engrosamiento del clítoris y el acto termina en la “melancolía”. Para estas mujeres, se aconsejaba utilizar pócimas anti afrodisíacas o la cicuta.

Y finalmente estaba la Ninfomanía ferviente, donde las mujeres sentían “un dolor que les permitía satisfacer sus deseos y así se considera como una afección inflamatoria de la matriz”.

A lo largo del siglo XIX, en Europa y Estados Unidos, médicos intentaron “contener” la ninfomanía con acciones tales como la extirpación del clítoris, práctica que todavía se realiza en varios países africanos para cercenar el placer femenino desde su nacimiento.

En el México de 1910, se inauguró La Castañeda, un manicomio conocido ahora por las inhumanas condiciones en que los enfermos mentales eran tratados, lo cual le valió el mote de “Las puertas del infierno”.

Ese lugar recibía a “ninfómanas” y prostitutas, quienes eran encerradas en pequeñas habitaciones para recibir terapias de electrochoque. Pero muchas de esas mujeres no eran verdaderas adictas al sexo, sino seres humanos con vagina que decidieron romper con el conservadurismo de su época y ejercer su sexualidad con libertad.

Un perro amante para Lucía

Lucía dice que no puede tener amantes: está tan vigilada que el esposo se enteraría enseguida y, asegura, no dudaría en “matarla” y desaparecerla para siempre. En realidad, su mayor miedo es que le arrebate todos los lujos a los que está acostumbrada.

Al principio, la mujer se consolaba tocándose ella sola, embriagada por fantasías con extraños imaginarios que podrían existir más allá de los muros de su casa; o proyectándose en la cama con los amiguitos de su hijo adolescente, los únicos hombres que tienen permitido pisar su casa.

–¿Tienes perros?, me preguntó durante nuestras primeras charlas.

–Sí.

–¿Puedes mandarme fotografías?

La solicitud, más que extraña, parecía bizarra. Cuando le envié una fotografía de mi perrito pareció desilusionada. Primero lo adjudiqué a que, quizá, una mujer acostumbrada a la vida costosa y lujos sólo podría apreciar la belleza en un perro de raza, pero estaba equivocada.

–Está muy pequeño, respondió desencantada.

¿Pequeño para qué?, quise preguntar, pero no fue necesario porque ella sola continuó:

“Yo tengo cuatro pitbulls. Son de mi marido. La primera vez ocurrió cuando me puse ebria, sola en mi recámara. Uno de ellos se me acercó mucho y como yo estaba ardiendo no lo pensé nada. Después de eso pasó muchas veces, incluso se pelearon entre ellos porque todos querían tenerme”.

–¿Por qué lo haces?

–Ociosidad, tal vez. No lo sé. O quizá ganas de tener sexo y que mi esposo no me vaya a descubrir con un hombre, que es capaz de quitármelo todo.

“Mi esposo es muy machista. Prefiero ponerle preservativo al perro y que me haga ver estrellas”.

Una de las reacciones en cadena que puede provocar la hipersexualidad es caer en parafilias o trastornos parafílicos, que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), son aquellos que involucran la realización de actos sexuales con quienes son incapaces de dar su consentimiento, tal como un perro.

Ente los trastornos parafílicos reconocidos por la CIE-11 de la OMS, se encuentran el exhibicionismo, vouyerismo, la pedofilia, el sadismo y el frotismo, realizado por quienes sienten placer al tocar o frotarse con otra persona sin su consentimiento en espacios públicos.

Aunque las causas pueden ser desde químicas hasta genéticas, permanecer mucho tiempo aislados o sin contacto social, como Lucía, puede hacer a las personas susceptibles a desarrollar hipersexualidad, dice Gabriela Orozco Calderón, especialista de la Facultad de Psicología de la UNAM.

Lucía sabe que tiene tres problemas: su hipersexualidad, el encierro draconiano al que la somete el hombre con que se casó y las consecuencias que puede traer a su salud el mantener relaciones eróticas con un animal no humano.

–¿No sientes culpa por utilizar a un ser indefenso, sin capacidad de decidir, para saciar tus necesidades?, le pregunto.

–No. La única culpa que puedo sentir es contra mí misma, por permitirle a alguien tenerme así, encerrada, como si yo también fuera uno de los perros. Y al final creo que sí me convertí en uno de ellos.

¿Eres adicto al sexo? Resuelve este test

Y para cerrar este especial de Ser un adicto al sexo, acá les dejo un test obtenido de SA literature. Aunque no se trata de una herramienta científica, ellos aseguran que, de responder “sí” a más de cinco de las siguientes preguntas, alguien podría estar en problemas.

1. ¿Se te ha ocurrido alguna vez que necesitas ayuda para modificar tu comportamiento o pensamientos sexuales?

2. ¿Que te iría mucho mejor si no te “dejaras llevar” por los impulsos sexuales?

3. ¿Que el sexo o los estímulos exteriores te controlan?

4. ¿Has tratado alguna vez de parar o limitar aquello que consideras perjudicial en tu conducta sexual?

5. ¿Utilizas el sexo para huir de la realidad, aliviar la ansiedad o porque no sabes resolver los problemas que la vida te plantea?

6. ¿Tienes sentimientos de culpa, remordimientos o depresiones después?

7. ¿Se ha vuelto más compulsiva tu búsqueda de sexo?

8. ¿Perjudica a las relaciones con tu cónyuge?

9. ¿Te ves obligado a recurrir a imágenes o a recuerdos durante el acto sexual?

10. ¿Se apodera de ti un impulso irresistible cuando la otra parte toma la iniciativa o te propone relaciones sexuales?

11. ¿Estás siempre saltando de pareja en pareja o de amante en amante?

12. ¿Crees que el “amor verdadero” te ayudaría a liberarte de la lujuria, a abandonar la masturbación o a dejar de ser tan promiscuo?

13. ¿Tienes una necesidad destructiva, una necesidad sexual y emocional desesperada de alguien?

14. ¿La búsqueda de sexo hace que no prestes atención a tus necesidades o al bienestar de tu familia y de los demás?

15. ¿Se ha reducido tu rendimiento y tu capacidad de concentración en la medida en que el sexo se ha vuelto más compulsivo?

16. ¿Te roba tiempo que debieras dedicar al trabajo?

17. ¿Cuando buscas sexo acudes a un medio social más bajo?

18. ¿Te entran ganas de alejarte lo más rápidamente posible de la otra persona una vez finalizado el acto sexual?

19. ¿Te masturbas y tienes relaciones sexuales con otras personas, a pesar de que tu cónyuge es sexualmente satisfactorio?

20. ¿Te han arrestado alguna vez por algún delito relacionado con el sexo?

@ItsMonseOrtiz

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