Reseña: Chucky, el muñeco diabólico; ¿qué clase de Black Mirror es este?

Chucky, el muñeco diabólico, regresa a los cines para deleitar a sus fieles seguidores, pero también para tratar de conquistar a parte de las nuevas generaciones

Remakes por aquí, remakes por allá. De terror, aventura y, todavía más, de Disney. Ahora es el turno de una de las películas más famosas de los 80; Chucky, el muñeco diabólico.

La franquicia que se convirtió en todo un hito desde 1988 cuando Don Mancini y Tom Holland trajeron a este juguete endemoniado a los cines.

Ahora, el cineasta noruego Lars Klevberg (Polaroid, 2017) reinventa al personaje con un estilo muy peculiar. Hay que recordar que este director fue muy criticado por su obra Polaroid.

Además, llamó la atención de muchos cuando creó el video sobre el niño héroe de Siria, el cual se viralizó como si fuera real.

“Soy tu amigo hasta el final, y más que tu mejor amigo soy el único. Y no te dejaré hasta que mueras”.

Lo bueno de Chucky, el muñeco diabólico

Quizás muchos ya le tengan desconfianza a los remakes. Y con tanta razón pues son escasos los filmes que logran igualar a sus antecesoras. Aún más raro que las superen.

Sin embargo, El muñeco diabólico es una propuesta fresca respecto a la cinta de 1988. Y toma el camino del avance descomunal de la tecnología y la paranoia del desarrollo de la inteligencia artificial.

Lo anterior, con un estilo muy a lo Black Mirror. Con una sociedad sumamente dependiente de la tecnología y con avances futuristas (o quizás no tanto) como Ubers que se conducen automáticamente.

Esta premisa, aunque no original, funciona con los muñecos Buddi. Los cuales, más que juguetes funcionan como dispositivos tecnológicos que facilitan las tareas del hogar y sirven como una compañía artificial.

Klevberg juega con esto y nos muestra como un niño con debilidad auditiva, Andy, logra empatar con un muñeco Buddi averiado, Chucky.

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Por ello es que el guion es una de las fortalezas de la cinta. Siendo de esas historias que corren y corren sin descanso. Asimismo, el introducir a un padrastro indiferente y una madre con poca comunicación con su hijo, solidifica la relación Andy-Chucky.

Si a esto le aplicamos una pizca de terror slasher, fundamentalmente Masacre en Texas (Tobe Hooper, 1974), conseguimos una película muy ágil y digna de horror.

De esta manera, las muertes que el cineasta Klevberg desarrolla por medio de Chucky son puramente gore y esencialmente ridículas como un guiño a filmes como The Evil Dead (Sam Raimi, 1982) con sangre y más sangre.

Por último, la voz de Mark Hammill (The Joker) no hace más que ensalzar la presencia acechadora de Chucky. Por medio de risas, frases y canciones con una voz a veces chillante, a veces rasposa, a veces malvada.

Aunque quizás muchos ya están cansados del mismo estilo futurista y los miedos que se tienen respecto a la inteligencia artificial.

Lo malo

Lo que más resalta para quienes han seguido a Chucky desde su inicio es la imagen del nuevo muñeco. Más que aterradora, su cara provoca, por momentos, risa.

Por otro lado, las actuaciones no son convincentes ni reales, y rayan lo ridículo e irreal. Aunque, en el género de terror es, en la mayoría, normal.

Y si bien el guion es muy ágil, al principio falla en apresurarse tanto que los espectadores tenemos toda la información en apenas 5 minutos.

Esto, dicho por los estudiosos de los guiones, no hace más que seamos indiferentes con los personajes.

Recomendación

Para los amantes del terror esta película es muy valiosa. No sólo cumple con su función de remake, sino logra ir más allá y aportar varias escenas que son dignas de un filme de terror.

Mientras que para el público ocasional esta es una buena opción para disfrutar. No es, en ninguna manera, un largometraje del cual arrepentirse.

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