‘Qué bonito soy…’

Seguramente todos hemos pasado por días en los que no nos gusta cómo nos vemos. Sea por el motivo que sea, la insatisfacción con nuestra apariencia física se refleja, inmediatamente, en nuestra conducta. “Queremos desaparecer”, pensamos. Y lo hacemos notar. 

Por el contrario, “nos pavoneamos” en esos días donde nos sentimos cómodos con la manera en la que lucimos frente al espejo. 

Seguramente todos hemos pasado por días en los que no nos gusta cómo nos vemos. Sea por el motivo que sea, la insatisfacción con nuestra apariencia física se refleja, inmediatamente, en nuestra conducta. “Queremos desaparecer”, pensamos. Y lo hacemos notar. 

Por el contrario, “nos pavoneamos” en esos días donde nos sentimos cómodos con la manera en la que lucimos frente al espejo. 

Y más allá de eso, según un estudio encabezado por Margaret Neale, profesora de administración y Peter Belmi, estudiante de doctorado, ambos de la Escuela de Negocios de la Universidad de Stanford, considerarnos físicamente atractivos contribuye a que creamos que pertenecemos a una mayor clase social. 

“(…) en consecuencia, crees que las jerarquías son un medio legítimo para la organización de grupos y personas. También eres más propenso a creer que las personas que están más abajo en la jerarquía están ahí porque se lo merecen”, señala un comunicado. 

Mientras que la autopercepción de virtudes como la empatía y la integridad no hacen diferencia en la manera en la que percibimos nuestro rango social.

Neale y Belmi consideran que los resultados, que fueron publicados en la revista científica Organizational Behavior and Human Decision Processes, tienen implicaciones importantes para el estudio de la inequidad. 

Para estudiar la conexión entre las autopercepciones del atractivo físico y las actitudes hacia la desigualdad y jerarquías, se solicitó a los participantes que escribieran sobre un momento en el que se hayan sentido más o menos atractivos. 

Y se les preguntó si estaban de acuerdo con declaraciones como “algunos grupos de personas simplemente son inferiores a otros grupos” y “los salarios más bajos para las mujeres y las minorías étnicas simplemente reflejan menor capacidad y nivel educativo”. 

Con solo recordar los “bad hair days” (malos días para el cabello), por ejemplo, los participantes eran más propensos a ver la desigualdad como un problema. 

Pero al acordarse de que una persona atractiva les había sonreído, apoyaban la idea de las jerarquías. También era más probable que las personas en este último grupo no dieran donaciones a una causa de desigualdad social. 

Neale y Belmi concluyen que, dado a que la creencia que tenemos del lugar que ocupamos en la jerarquía social y organizacional es tan importante, valdría la pena invertir tiempo y recursos en pequeños cambios que “me pueden dar una ventaja”, dice Neale.

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