Osada y retadora

Cualquiera que diga que “Noé” es una película atípica de Darren Aronofsky, seguramente no ha seguido de cerca la filmografía del director. 

Por principio de cuentas, su ya lejano debut en 1998 con “Pi, el orden del caos”, no solo representó un solvente negocio al multiplicar la modesta suma (60 mil dólares) de su producción, sino que especialmente plantó al nuevo talento de forma inmediata entre los autores interesantes del momento.

Cualquiera que diga que “Noé” es una película atípica de Darren Aronofsky, seguramente no ha seguido de cerca la filmografía del director. 

Por principio de cuentas, su ya lejano debut en 1998 con “Pi, el orden del caos”, no solo representó un solvente negocio al multiplicar la modesta suma (60 mil dólares) de su producción, sino que especialmente plantó al nuevo talento de forma inmediata entre los autores interesantes del momento.

Nacido en Nueva York de padres hebreos, la formación cultural de Aronofsky abonó desde el principio a su propuesta discursiva, al abordar el cuestionamiento de Dios precisamente desde su ópera prima.

A diferencia del planteamiento intelectual de esa primera historia, donde el Creador es susceptible de ser desentrañado mediante una fórmula matemática aplicada al mundo bursátil y sus crímenes de cuello no tan blanco, “Noé” representa, no solo la primera incursión de Aronofsky en el cine de gran presupuesto (13 millones de dólares) sino un abordaje nada tradicional de la épica bíblica.

Opuesto por completo al tono intimista o de drama privado que compone mayormente su filmografía (“Réquiem por un sueño”, “El cisne negro”, “El luchador”), Aronofsky plantea aquí nada menos que el diluvio, en su más independiente y subversivo sentido de autor. 

Osado y retador, el filme sin embargo ha levantado ámpula en muchas regiones donde incluso ha sido censurado, de modo que este comentario requiere haberlo visto. Como en su debut  y especialmente en “La fuente de la vida”, donde el director retoma el mito maya de la creación para enlazar tres historias sobre la muerte, Noé (interpretado por Russell Crowe) representa el regreso a su preocupación básica: el sentido de la existencia como cadena de relaciones entre Dios, el hombre y la creación. 

Así, el drama de Noé, su familia y sus visiones, inicialmente se presenta través de una composición algo incómoda de primeros planos, como si la intención del cineasta fuera posponer la expresión de su personal visión del mundo postcreacional y el primer Apocalipsis.

Un mundo oscuro y violento, arrasado por la descendencia de Caín, por lo cual el Creador ordena exterminarlo mediante las aguas purificadoras.

Para su representación, Aronofsky mezcla elementos bíblicos de personajes y situaciones (el abordaje del Arca es de antología), con otros de mera ficción (ángeles de piedra como una de las metáforas mejor logradas), usando múltiples efectos especiales y el montaje “hip hop” que ya le caracteriza.

Así, el cineasta logra momentos visualmente impactantes, como la primera toma aérea del arca, o el diluvio en plena acción, pero la propuesta en conjunto perjudica mayormente el acuerdo fundamental del cine: la verosimilitud.

Por ello, hay que esperar a que la cinta aterrice en el nivel humano del protagonista, para ser confrontados por la revisión de este drama fundacional: un Noé psicológicamente desfigurado, que además arrastra consigo a los grandes personajes de la Biblia.

De la típica figura patriarcal, Aronofsky salta a la condición natural de un hombre sometido por los terribles designios de su Dios, que no son otros mas que eliminar a humanidad fallida, con el incierto propósito de comenzar de nuevo. 

Escrito por el propio Aronofsky con ayuda de Ari Handel, coautor precisamente de “Pi…” y “La fuente de la vida”, el guión también acredita a John Logan (“El aviador” y “Skyfall”) en este aventurado planteamiento.

Después de todo, “Noé” no es la versión típica del catecismo o la escuela dominical, sino una inmersión en los más oscuros retos de la búsqueda de sentido humano, abordada con eficiencia por Crowe en esta nueva perspectiva de fe y deber para con Dios. 

Si el público está dispuesto a afrontar este jaque mate al planteamiento de la obediencia divina, y asume la legítima exploración de las consecuencias meramente humanas que habría implicado la misión de Noé, quizá podrá perdonar el sentido de escándalo implicado.

La ventaja para quienes acepten este recorrido estrambótico a través de los diversos tonos que alcanza la cinta en su desarrollo, es que tendrán desde la mera acción de las batallas espectaculares, pasando por la dimensión personal de un Noé confrontado por su némesis (Ray Winstone), hasta el nada piadoso examen de la fe, la dinámica familiar y la moral.

El reparto de soporte, encabezado por Jennifer Connelly, con quien por cierto Russell Crowe ya había formado matrimonio cinematográfico en “Una mente brillante”, brinda un contrapeso agradecible que, además, le da un marco dramático muy adecuado a Emma Watson en plena madurez actoral.

Los desempeños técnicos son simplemente excelentes considerando la excelente fotografía de Matthew Libatique, así como la música del colaborador recurrente de Darren, Clint Mansell. 

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