El miedo y la duda

Como cada año la actividad “Cine entre muertos” del Festival Internacional de Cine de Guanajuato invita al público al Panteón Santa Paula a que reten su pavor a lo sobrenatural y presenciar cintas pasadas la medianoche, este 2018 el cierre fue con el clásico mexicano de horror “Veneno para las hadas”

Bajo una luna llena de verano, la noche fresca arrecia después de un diluvio inesperado en Guanajuato, las calles infestadas de gente en el centro de la ciudad se van quedando sin transeúntes entre más se desplaza fuera del primer cuadro hasta quedar casi desiertas.

Al subir la pendiente de la calle Tepetapa es casi nula la circulación tanto peatonal como vehicular, solo se alcanza a ver un ligero peregrinar de jóvenes que pasadas las 11 de la noche se acercan a un lugar inusual a visitar a esas horas, el Panteón Santa Paula.

Cuando los caminantes llegan al portón enrejado del cementerio se topan con que ya hay fila que ahí aguarda desde las 9:30 y que a falta de cupo tuvieron que esperar la siguiente función de la que muchos desconocen el título a proyectarse.

“Independientemente de la película o de que tan buena calidad sea, el ya estar aquí a estas horas en este lugar y con este clima y el ambiente lo hace único”, comenta Juan Roberto Caso quien lleva más de 10 años recurriendo al programa “Cine entre muertos” del Festival Internacional de Cine de Guanajuato.

Con un aforo de 140 personas lleno a su totalidad e incluso quedándose afuera del recinto mortuorio más cinéfilos que deseaban vivir la experiencia, es casi a las dos de la mañana que inicia la proyección de “Veneno para las hadas” (1984) dirigida por Carlos Enrique Taboada.

Rodeados de criptas, árboles y alumbrados con luz roja además del baño del reflejo lunar, es como se crea una atmósfera de temor entre los espectadores, que además también influye en cuerpos policiacos que resguardan el terreno público municipal.

“Aquí sí asustan, se pasea el catrín, este panteón ¡está encantado!”, pronuncia Julio César Rodríguez enfundado en su uniforme azul marino de la gendarmería guanajuatense, mientras su compañera de turno Ángeles Lugo se mueve involuntariamente por el escalofrío.

Iniciada la película las miradas permanecieron atentas a la pantalla que cuenta la historia de Verónica (Ana Patricia Rojo) una niña inquieta que dice ser bruja y cuando se lo confiesa a su amiga Flavia (Elsa María Gutiérrez) misteriosas situaciones empiezan a ocurrir en sus vidas.

Pasados apenas 20 minutos del filme, en la escena cuando Flavia tiene una pesadilla y su madre es convertida en una horripilante mujer, varias personas decidieron abandonar sus asientos para no volver.

Tal vez sea el frío, las altas horas de la noche o incluso el susto y la sugestión de estar entre los fallecidos, solo ellos sabrán sus motivos para huir de la función que invoca al demonio en los hechizos infantiles de las menores de edad a cuadro.

Y así poco a poco, cada que ocurre una escena de impacto es como discretamente algunos prefieren irse con rumbo desconocido, irónicamente hay momentos de la cinta donde las niñas visitan un cementerio en la noche para poder continuar su pócima secreta para matar a las hadas, el pleonasmo de la ficción se vuelve realidad en esa noche oscura de cine.

Al término del largometraje no hay aplausos, solo silencio, duda y un halo de miedo que hace que los visitantes salgan rápido del lugar donde reposan los difuntos, todavía no terminan los créditos y el sitio ya se encuentra vacío, como si nadie hubiera estado ahí.

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