La injerencia cultural de Sjölander

El pintor y escultor sueco llegó a México a finales de 1947 para mezclar el trabajo artístico que aprendió en su país, con el arte que encontró en tierras aztecas, a través de los paisajes y su gente

Hay artistas que, aunque no sean mexicanos, dejan un legado cultural muy importante a la nación; como es el caso de Waldemar Sjölander, pintor y escultor sueco que se enamoró “locamente” de México, país que lo acogió por 40 años y que ahora posee y expone algunas de sus más importantes obras.

“Waldemar había visto páginas enteras (de libros) sobre este continente, del cual se enamoró locamente, pero en especial de México. Terminando la Segunda Guerra Mundial, no lo pensó dos veces, tomó sus cosas y se vino para acá”, detalla Aurora Quintero de Sjölander, viuda del pintor.

La voz de Aurora se escucha a través de unos audífonos expuestos en el Museo de Arte Carrillo Gil, gracias a que el Instituto Mexicano de la Radio (IMER) le otorgó la entrevista que le realizaron en 1990, para complementar la exposición Farg/Color. El racionalismo espontáneo de Waldemar Sjölander, la cual se inauguró este viernes y estará presente hasta el 10 de noviembre en dicho recinto.

Paula Duarte, curadora de la exposición, asegura que esa pequeña grabación le ayudó mucho para tener una referencia más personal del artista, ya que, según detalla, era alguien muy cerrado en ese sentido.

Siempre es muy bonito tener estas referencias personales (…) No supimos quién fue él como persona, entonces para esta exposición es muy importante narrar un poco sobre su vida, no sólo como artista sino como ser humano
Paula DuarteCuradora de la exposición

El interés de Sjölander por México se dio desde que éste era aún muy joven, llegó de visita con su familia gracias a los viajes de trabajo de su padre, un ingeniero e inventor. Veracruz, estado al que arribaron, lo encantó, haciendo que tuviera en mente esta tierra hasta que se convirtió en pintor, para llegar a interferir en la pintura nacional como muchos otros artistas extranjeros.

Dentro de las instalaciones del Museo de Arte Carrillo Gil, la curadora aceptó que aunque el legado artístico de Sjölander en México es muy amplio, el país sigue identificando más a otros nombres, como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco.

En ese sentido, explicó que los centros de investigación e investigadores siguen acudiendo más al trabajo de los tres pintores más característicos, dejando muchas veces atrás la vida y labor de los artistas extranjeros que también colaboraron para la construcción del arte en México. “Los artistas extranjeros necesitan también un valor de reconocimiento”, recalca.

Desarrollo de la exposición

La exhibición Farg/Color. El racionalismo espontáneo de Waldemar Sjölander, cuenta con el apoyo de la familia del artista, de la Embajada de Suecia en México y de coleccionistas privados, y está integrada por 75 obras y material documental distribuidos en cuatro ejes temáticos que narran el proceso creativo del pintor desde 1930, antes de su llegada al país azteca, hasta el año de su muerte, 1988.

En la primera parte, según cuenta la curadora, habla de Gotemburgo, están presentes algunas obras que Waldemar realizó en 1930, las cuales reflejan el gusto que el pintor tenía por los paisajes y los autorretratos, cuadros que empezó a desarrollar gracias al conocimiento del color que iba adquiriendo.

Waldemar perteneció al grupo “Los coloristas de Gotemburgo”, conjunto de pintores suecos cuya misión eran encontrar las tonalidades que no tenían en su tierra natal, y de experimentar con los que estaban a su alcance.

En la segunda parte, la gente podrá encontrar una serie de obras que enaltecen la presencia de la mujer istmeña, un personaje que podría considerarse típico de México y el cual se refleja de manera constante en la exposición, no sólo a través de la pintura, sino también de la escultura.

“Él decía que se sentaba en una banquita, en medio de los mercados de Tehuantepec, Oaxaca, a ver a sus tres musas, a las cuales conocía su nombre. Quizá sean las mismas tres que hace referencia en ciertas obras de litorgrafía presentes en esta exposición”, cuenta Paula Duarte.

A finales de los años 40, presentó el cuadro El burro del carnicero (1948), el cual representa un avance en sus técnicas de escultor y artista gráfico. “Esta es la primera referencia de este cuadro, con el paso de los años, Waldemar no lo olvida y lo representa a través de diferentes técnicas (…) Si alcanzan a ver toda la exposición, van a darse cuenta que es totalmente orgánica y circular, no hay un momento en que uno pueda decir ‘aquí paró de hacer esto y comenzó a hacer esto otro’”.

Para la tercera parte, se refleja la transición de la bidmensionalidad a la escultura. Sin dejar de lado a las mujeres istmeñas que se veían en pintura y dibujo, las retrata en bronce, haciendo énfasis en los trajes de tehuanas.

Finalmente, para la cuarta parte, se ve a un Waldemar Sjölander más surrealista, “entramos a otro núcleo en el que vamos a pensar que es un lenguaje abstracto, pero él insistía que nada era abstracto, que todo estaba dentro del canon de la realidad, como los círculos, los triángulos y demás”.

De acuerdo con la curadora, Waldemar, aunque no tuvo la misma reacción que sus contemporáneos en el campo del arte en México, llegó a recalcarle a los nacionales que este país posee la belleza en sí, a través de sus paisajes y su gente.

La exhibición cuenta con el apoyo de la familia del artista, de la Embajada de Suecia en México y de coleccionistas privados