La historia del policía mexicano que secuestraba niños, cobraba rescate y nunca los devolvía vivos

Aureliano Rivera Yarahuán cobró tristemente notoriedad en la década de los ochenta por desatar el terror entre padres de familia, pues sus víctimas eran niños a los que secuestraba y torturaba para pedir luego un rescate por el cadáver

El policía judicial Aureliano Rivera Yarahuán tenía una consigna de la que nunca se alejaba: no regresar con vida a sus víctimas.

El tristemente célebre criminal actuaba en la década de los ochentas en varios estados de la República y sus víctimas eran niños, a los cuales antes de arrancarles el último suspiro abusaba sexualmente y torturaba.

El judicial era apodado “La hiena” y por inconcebible que parezca era una banda de niños quien lo ayudaba a cometer los secuestros, saciar sus apetitos sexuales y hasta matar a las víctimas; el grupo, en el que también participaba una mujer, era conocido como “las hienas”.

LA CLOACA SE DESTAPA

El entonces agente judicial y su pareja, Carmen Salcido, actuaban al amparo de la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD) que, precisamente, comenzó su eclosión tras darse a conocer en todos los diarios y noticieros de la época la trágica noticia.

Quizá las autoridades nunca habrían dado con la pareja de maniáticos de no ser porque su última víctima, una jovencita que trabajaba como sirvienta en el entonces Distrito Federal (1983), sobrevivió milagrosamente a la tortura, vejaciones y tres balazos que “La hiena” le propinó en el pecho.

La mujer fue encontrada en un camino de terracería en Ecatepec, Estado de México, completamente desnuda, desangrándose, pero con signos vitales. Después de ser trasladada al Hospital de Traumatología de Lomas Verdes, en la misma entidad, su relato dejó boquiabiertos tanto a enfermeros como policías que la escucharon.

Dijo haber sido narcotizada por Rivera Yarahuán, abusada sexualmente para después recibir varios disparos de bala en el pecho. El criminal la había abandonado entre matorrales pensando que había muerto; en ese momento la cloaca se destapó.

LOS CRÍMENES DE YARAHUÁN

Casi de inmediato, tras los clásicos protocolos de preguntas a superiores de la DIPD – ya que “La hiena” era un agente policiaco- autoridades entraron en acción y lo ubicaron, junto con su pareja, en un hotel de paso en Toluca.

Era claro que la captura de la temible “hiena” no sería cosa fácil por lo que decenas de agentes se presentaron en el lugar para tumbar la puerta y ser recibidos a balazos. En la confrontación el criminal y Carmen murieron abatidos por las balas sin haber recibido el castigo que merecían por sus atroces crímenes.

Cuentan las anécdotas judiciales, y de los diarios de ese entonces, que pasaron días para que alguien se presentara al Servicio Médico Forense a reclamar los cuerpos de “las hienas”, hasta que una misteriosa mujer, vestida completamente de negro, se presentó no para reclamar el cadáver de Rivera Yarahuán sino para percatarse de que en realidad estaba muerto.

Lo que les contó a los peritos los dejó helados… en otro tiempo, no muy lejano, el agresor había sido su marido y había asesinado a los dos hijos que habían procreado… Una vez divorciados, el agente judicial secuestró a los menores, los torturó y luego los mató sin piedad… ¡eran sus hijos!

Los agentes no tardaron en asociar estos crímenes con las desapariciones de otros menores que estaban sin esclarecer: Miguel Ángel Arizmendi, por el que sus padres habían pagado un rescate de 350 mil pesos; María Margarita Ramírez Chávez, de 16 años; Juan Carlos Granado Sosa, de 17 y Valentín Barrera Torres de la misma edad.

La llave se iba cerrando y los agentes lamentaban que “La hiena” estuviera muerto… en la cárcel “le hubieran dado su merecido”, se escuchaba decir entre ellos.

¿Y SUS CÓMPLICES?

Poco después fueron detenidas “las hienas”, aquellos menores de edad que ayudaban a Yarahuán a cometer los crímenes que se registraron en Querétaro, Michoacán, Estado de México y Guanajuato.

Durante sus confesiones, por separado, Antonio Rivera Bocanegra, Juan Carlos Covarrubias y Roberto Díaz, quienes no pasaban los 18 años, corroboraron que “su patrón” mataba niños para saciar sus instintos más salvajes y desdeñables; ellos los atraían y se los llevaban y en más de una ocasión lo ayudaron a deshacerse de los cuerpos.

En enero de 1983 todos hablaban del caso y tanto medios como población en general pedían la pena de muerte para los menores de edad, un castigo ejemplar. El debate se abrió.

Finalmente, acusados de lesiones, violación, disparo de arma de fuego, asociación delictuosa y homicidio, todos cumplieron su condena de no más de dos años en el Tutelar de Menores y luego el Estado los acogió para “rehabitarlos” lo que generó el enojó de mucha gente, algunos de los cuales los empezaron a buscar para ajusticiarlos.

Los compinches de “la hiena” aún viven, pero se mantienen protegidos bajo otra identidad, viviendo como vecinos de alguien quien, ni remotamente, se imagina los crímenes que cometieron.

Para los familiares de los menores secuestrados, torturados y vejados, la herida sigue abierta… Hasta la fecha las fotos de Rivera Yarahuán y sus cómplices han desaparecido misteriosamente.

Fuentes:

https://www.nexos.com.mx/

https://www.sinembargo.mx/

http://periodicolavoz.com.mx

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