La historia de Los Caballeros Templarios, cuyos rituales de iniciación generaron terror

Según testimonios de pobladores de Tumbiscatio, Michoacán, uno de los líderes de la organización, apodado como El Chayo, agasajaba a los integrantes del cártel con parrilladas y pozole hechos de carne humana
Fernando Franco Fernando Franco Publicado el
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En 2011 surgió en México un grupo criminal que se diferenciaba de los demás por dejar mantas en sus puntos de operación con mensajes en los que aseveraban que impondrían el orden entre la sociedad, azotada en esos años por una guerra contra el crimen organizado emprendida por el expresidente Felipe Calderón.

El grupo, que además decía tener un férreo código de honor, se hacía llamar ‘Los Caballeros Templarios’, al más puro estilo de aquella orden de caballería que surgió en la época de las Cruzadas (1120 dC), cuyos integrantes hacían votos de obediencia, pobreza, castidad y se sometían a las órdenes de la Iglesia.

Los Caballeros Templarios, esos que en Jerusalén defendían los territorios arrebatados a los musulmanes, se diferenciaban de los demás guerreros por su capacidad de administrar el dinero, que siempre obtenían a caudales y que prestaban a casas reinantes de Europa quienes lo aceptaban “de mala gana” debido a su origen.

En México, específicamente en el estado de Michoacán, el grupo nació después de la escisión de la célula de narcotraficantes conocida como “La Familia” tras la muerte de su líder Nazario Moreno González, cuyo cuerpo nunca fue hallado y cuya imagen es objeto, todavía, de rituales paganos por parte de sus seguidores, quienes lo ven como un santo.

Emulando los pasos de sus nombrados antecesores, quienes en 1307 finalmente fueron arrestados por ordenes de uno de sus principales deudores, el Rey V de Francia, y condenados a la pena capital ‘por herejía en sus ritos de iniciación’, los michoacanos crearon un código de honor plasmado en un documento de siete capítulos y 53 artículos.

En dicho texto se especifica que los integrantes de la banda, quien llegó a ser considerada como la tercera agrupación de narcotraficantes con mayor presencia en el país pues llegaron a expandirse a Baja California, Tamaulipas, Colima, Chiapas, Querétaro y Nayarit, estaban obligados a establecer rigurosos votos de silencio.

La organización, liderada por Servando Gómez Martínez, “La Tuta”, contaba con un concejo que decidía qué personas podían integrarse al grupo y cómo lo harían.

Los “elegidos” debían hacerse exámenes antidoping para que no cayeran en la tentación de consumir lo que traficaban, estaban obligados a abstenerse de tener relaciones sexuales.

 En la hermandad no eran aceptados violadores, homicidas o ladrones y su código, basado en las enseñanzas de Nazario Moreno, se basaba en su culto a Dios y su supuesto permiso divino para “trabajar” y, de paso, acabar con la maldad representada en sus rivales.

Si en la edad media Los Caballeros Templarios causaron escándalo por sus extraños rituales de iniciación, que incluían el aislamiento de sus futuros miembros y algunos besos fraternos en la boca y otras partes del cuerpo como su último contacto con la carne humana, en Michoacán la develación de que sus integrantes comían carne humana causó horror generalizado.

Emulando la antropofagia ritual de los Aztecas, Los Caballeros Templarios eran obligados a comer carne humana “para agarrar fuerza”. Según testimonios de pobladores de Tumbiscatio, Michoacán, uno de los líderes de la organización, apodado como El Chayo, agasajaba a los integrantes del cártel con parrilladas y pozole hechos de carne humana.

En marzo de 2014, el entonces comisionado de seguridad de Michoacán, Alfredo del Castillo, hizo declaraciones reveladoras: Los Caballeros Templarios sí extraían los órganos de algunas de sus víctimas, menores de edad incluidos. Las versiones de que “El Chayo” realizaba rituales de iniciación utilizando corazones humanos crecía, mientras las autoridades aducían dicha práctica a un delito igual de siniestro: el tráfico de órganos.

Si por algo se caracterizaba el grupo criminal era por sus prácticas sangrientas para terminar con sus rivales o “soplones” a quienes colgaban de puentes vehiculares con mensajes clavados en sus cuerpos.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) dio un informe francamente desolador en 2015, en el que le atribuía a Los Caballeros Templarios el desplazamiento de más de 500 personas de distintos puntos de Michoacán, 440 asesinatos y 524 secuestros.

La aparición de dicho grupo criminal y la falta de acción de las autoridades provocó el hartazgo de la población quien conformó grupos de autodefensa con presencia en 33 municipios, cerca del 56 por ciento del territorio michoacano. Esto devino en cruentos enfrentamientos que dejaron un saldo indeterminado de desaparecidos.

Tan sólo en Buenavista, se contabilizaron 616 muertos, víctimas del clima de violencia que en menor grado, aún impera en Michoacán, cifra que se suma a los más de 121 mil fallecidos por la violencia generada en el sexenio de Felipe Calderón.

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