La historia de ‘La Güera de Saltillo’, quien en un arranque de locura mató a toda su familia

Fue una trágica noche del 23 de marzo del 2009 cuando tras una discusión con su pareja, Rocío decidió “castigarlo” en donde más pensaba que le iba a doler

“Nunca los quiso”, dijeron los vecinos que conocían a Rocío Hernández, conocida como “La Güera” de Saltillo – lugar donde residía -, al ser cuestionados por medios locales sobre la relación que llevaba con sus dos hijos, un varón de 11 años y una niña de apenas cinco.

La pregunta se hizo con el humo y algunas llamas todavía saliendo de una vivienda marcada con el número 410 de la calle Múzquiz, muy cerca de su cruce con General Cepeda en Saltillo, Coahuila.

En el lugar, además de la prensa, se arremolinaban policías municipales, bomberos, personal de Protección Civil y uno que otro vecino que no podía creer lo que había ocurrido: Rocío había provocado el incendio y lo había hecho para matar a las dos inocentes criaturas a quienes los cuerpos de emergencia lograron rescatar maltrechos, con pulso débil y cerca del 70 por ciento de su cuerpo quemado.

ENLOQUECIDA POR “EL AMOR”

A decir de vecinos, citados por medios locales como Zócalo, Vanguardia o El Diario de Coahuila, “La Güera” siempre fue rara, presuntamente sufría esquizofrenia y su adicción por el alcohol no la ayudaba.

Rocío era una madre de familia soltera que laboraba por la tarde y gran parte de la noche en un bar llamado La Jirafa, ubicado en la transitada avenida Reforma, cuyo dueño, llamado Jesús Mata, era su amante y quería a sus hijos “como si fueran suyos”.

La relación entre ambos no era buena. Algunos testimonios refieren que “La Güera” no respetaba las reglas laborales más mínimas y acompañada de algunos clientes del bar armaba “su propia fiesta”, lo que molestaba sobremanera a su pareja.

Fue la trágica noche del 23 de marzo del 2009 cuando tras una discusión con Jesús, Rocío decidió “castigar” a su pareja en donde más pensaba ella que le iba a doler: haciéndole daño a sus propios hijos, al pequeño Saúl Alexander y su hermanita Fátima.

LA LOCURA TOTAL

En el inicio de una serie de trágicos hechos, tras salir de trabajar de “La Jirafa”, Rocío tomó un taxi. Era la 1 de la mañana del 24 de marzo.

Cuando fue interrogado por unos aterrados agentes de la Fiscalía del Estado, el taxista les dijo que, en completo estado de ebriedad, la mujer le pidió que se parará en una ferretería pues quería conseguir “veneno para ratas” … Dada la hora no encontraron ningún negocio que vendiera dicho producto.

Frustrado su intento por conseguir el veneno, “La Güera” le pidió al chófer que la llevara a su casa y la esperara. Minutos después salió con dos garrafones y le pidió ir a la gasolinera más cercana en donde los llenó hasta el tope.

DESENLACE FATAL

Tras ser alertados, los primeros que llegaron a la calle de Múzquiz fueron policías municipales quienes tras escuchar los gritos de dolor de los niños y su madre decidieron entrar sin esperar a los bomberos para ver una escena que seguramente perdurará en su mente toda su vida: los dos pequeños y la mujer retorciéndose, rodeados por las llamas, en el suelo.

Con cobijas y lo que encontraron lograron sofocar unas cuantas llamas y sacar los tres cuerpos carbonizados, aún con vida, al patio de la vivienda de donde fueron trasladados al Hospital Universitario de Monterrey.

En el nosocomio el pequeño Alexander le alcanzó a decir a los paramédicos que su madre los había “bañado” con gasolina y luego les había aventado un cerillo. Posteriormente cayó en un coma del cual nunca despertó

Los menores iban a ser trasladados a un hospital en Galveston, Texas, debido a la gravedad de sus heridas. Ella tenía el 70 por ciento del cuerpo con quemaduras de segundo y tercer grado, él presentaba las mismas heridas en el 60 por ciento del cuerpo.

Ambos fallecieron cuando eran preparados para ser trasladados. Su muerte significó para Saltillo una de las peores tragedias de las que se tenga memoria.

EL CASTIGO QUE NUNCA LLEGÓ

Roció estuvo internada unos días más en el Hospital Universitario de Monterrey bajo el estatus de detenida por probable asesinato. Su cuerpo, consumido también por las llamas, no soportó mucho y justo el día en que enterraron a sus pequeñas víctimas, murió.

Refería el diario Zócalo, en aquellas fechas, que al salir de la iglesia Jesús Obrero, donde les daban el último adiós a los niños, Marta Rivera, la abuela, se desplomó tras enterarse de la muerte de su hija; sin embargo, logró resistir unos minutos más para ver a sus nietos cubiertos de flores.

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