José Alvarado Santos, del olvido a la gloria

El escritor y periodista José Alvarado Santos recibirá un homenaje el próximo primero de septiembre en el Palacio de Bellas Artes, acto que muestra el interés de la llamada 4T por rescatar a personajes relegados por la historia

José Alvarado Santos fue un intelectual neoleonés que demostró que la literatura y el periodismo no son exclusivos de las élites, al escribir sobre personalidades consagradas en la historia, la filosofía y la cultura, pero también de personajes de la calle, y es que Alvarado volteó a ver a esos anónimos, no desde una perspectiva lastimera, sino humanizándolos como seres que están, pero que son ignorados.

El escritor, quien nació en Lampazos, Nuevo León, el 21 de septiembre de 1911 y murió en la Ciudad de México el 23 del mismo mes, pero en 1974, siempre se mostró como un hombre nacionalista, de izquierda, que nunca tuvo miedo de escribir lo que pensaba.

A pesar de codearse con los grandes intelectuales de su época, debido a sus tendencias políticas, la historia lo ha olvidado, quitándole el lugar que por derecho le corresponde; sin embargo, parece que con la Cuarta Transformación esto cambiará.

El próximo primero de septiembre, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, José Alvarado Santos recibirá un homenaje a 45 años de su muerte. Participarán Rafael Pérez Gay, José Luis Martínez, Marcos Daniel Aguilar y el poeta Margarito Cuéllar

“Este homenaje es una oportunidad para que los mexicanos conozca quiénes fueron estos personajes como José Alvarado, que no están de todo en el olvido, porque hay una vieja guardia que los conoce como José de la Colina, como el mismo Gabriel Zaid”, explica Cuéllar.

Zaid ha dicho que Alvarado fue un hombre que hizo más claro este país con su prosa admirable, que se tomó el trabajo de escribir bien para los lectores de periódicos y que hacía milagros con el aire sucio. Además, ha expresado que le hubiera gustado escribir un texto como Las escaleras.

“Casi todas las escaleras tristes son de madera: gimen bajo el peso de los seres. Casi todas las bellas, en cambio, son de piedra y alcanzan un préstamo romántico”, se puede leer en el texto de Alvarado, el cual se volvió paradójico en su vida, ya que José se tropezó con unas escaleras de su casa y debido a ello, se dice, murió días después.

Surgió de las cenizas

José Alvarado, en los años 50, 60 y 70, fue el periodista más importante del país, quien además se convirtió en rector de la ahora Universidad Autónoma de Nuevo León.

En 1961, el entonces gobernador del estado Eduardo Livas Villarreal, lo designó rector. Dicho cargo causó la alarma de algunos, pero también el beneplácito de muchos otros. Su paso por esta institución fue complicada, por decirlo menos, ya que fue atacado hasta que renunció por motivos políticos.

“Los capitalistas de Monterrey prácticamente lo echaron, y junto con un periódico de acá (El Norte) le hicieron la vida imposible y tuvo que renunciar, dura sólo un año y se va a la capital de México, pero es cuando hace su mejor época como periodista”, opina Cuéllar.

En aquel momento, la presión fue contra la Universidad por quienes estaban gobernando en ese momento, es decir, los grupos poderosos de Nuevo León no toleraban que alguien con esa mentalidad estuviera dirigiendo un espacio académico tan importante en el norte de México

“La UANL siempre ha mantenido en alto su nombre, y aquí siempre se le ha reconocido. José está junto a los fundadores de la Universidad, porque él también lo es, siendo estudiante luchó por la autonomía universitaria; su busto está en rectoría”, asegura el poeta.

“El 7 de marzo de 1930, hace cuarenta y dos años, llegué por primera vez a la Ciudad de México, en un vagón de segunda, por la Estación de Colonia y luego de un viaje de veinticuatro horas, desde Monterrey. El sol dorado de la tarde brillaba en las ramas del Paseo de la Reforma. ¿Eran más grandes sus árboles o más ingenuos mis ojos?”, escribió Alvarado, de su llegada a la capital del país.

El poder de la obra de José Alvarado Santos

Entre sus libros publicados están Memorias de un espejo (1953) y El personaje (1955), que contienen sus dos novelas cortas, además de cuentos. También cuenta con relatos como El retrato muerto (1965) y Cuentos (1977); los ensayos Tiempo guardado (1976) y Visiones mexicanas y otros escritos (1985); textos periodísticos reunidos en Escritos (1976), Lucesde la ciudad (1978) y Alvarado el joven (1992).

Colaboró en publicaciones como, Cuadernos Americanos, El Nacional, El Popular, Excélsior, Futuro y Romance, Partido, Revista Mexicana de Literatura, Siempre! y Taller.

Escribió mucho, pero muy breve, su prosa ágil mostraba todos los problemas del país; además, fue el cronista de esa época, ya que en sus textos está el nacimiento del metro, retratos de filósofos, de un joven Carlos Fuentes, de Octavio paz y de Juan José Arreola.

“Tenía una preocupación por lo que estaba sucediendo en el país y en el mundo, y la reflejó en sus artículos cortos, se adelantó a una época, en la que no había una sociedad virtual y despierta como ahora. También hizo periodismo de viaje, que no fue turístico, sino que agudizó su mirada y recogió elementos de ciudades como Buenos Aires; ciudades egipcias, alemas e inglesas; de México mismo hay una cantidad de registro de pequeñas calles, de plazas de Monterrey, de Morelia, de la ciudad de México. Su visión de tratar de abarcar todo en un espacio muy breve, pero a la vez profundo”, dice Cuéllar.

Su obra habla de la historia del país, como la Revolución Mexicana o de la Decena trágica, pero también de filosofía y de poesía, siempre con agudeza para fiarse de unas cuantas páginas y plasmar un boceto de la realidad.

“Tiene unos textos fabulosos sobre el Club de los cacarizos, sobre cada mes del año, las características del país en un abril o un septiembre, de la ciudad bajo la lluvia, creo que es entre poético y mundano”, señala Margarito Cuéllar.

Grande entre los grandes

Alvarado Santos, Premio de Periodismo 1929 otorgado por el Centro Libanés, fue amigo de grandes intelectuales, como Efraín Huerta y Octavio Paz, a quien conoció una mañana de 1930 en el patio mayor de la Escuela Nacional Preparatoria, por la calle de San Ildefonso, entonces vía principal de la existencia estudiantil.

“Era un adolescente con unos tres o cuatro años menos de mi edad, inquieto, vivaz, lector infatigable y dueño de una dilatada curiosidad. Había escrito ya sus primeros poemas, publicados luego en Barandal”, escribió Alvarado.

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