Como director huésped de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, el guanajuatense ofreció una noche de belleza y precisión en el Teatro Juárez, como parte de los 50 años del Festival Internacional Cervantino

Enrique Arturo Diemecke se “enfrenta al mar” de la “Quinta Sinfonía”, de Gustav Mahler

Como director huésped de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, el guanajuatense ofreció una noche de belleza y precisión en el Teatro Juárez, como parte de los 50 años del Festival Internacional Cervantino

El maestro toma su lugar, alza la batuta y el viaje comienza. Enrique Arturo Diemecke y la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato se enfrentan al reto de navegar por la “Quinta Sinfonía”, de Gustav Mahler, en el Teatro Juárez.

El primer movimiento inicia y en el recinto cultural se escucha la marcha fúnebre “Trauermarcsch”, el llamado de la séptima trompeta que anuncia que el fin de los tiempos ha llegado y todos irán a la vida eterna.

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Con destreza y simpatía, Diemecke hacía arte sobre el escenario. Creaba de la nada una atmósfera llena de emociones que bañaban a los presentes del recinto de Guanajuato. Los sumergía en cada una de las notas de las piezas, a veces, hasta el fondo, donde la luz ya no llega y parece que falta el aire, para después elevarlos hasta la superficie, donde el Sol calienta y la brisa del mar roza la cara.

El mar estaba bravo, con sonidos potentes y largas interpretaciones que exigían precisión, pero el director de orquesta ya lo había recorrido, no le era extraño, se conocían a la perfección. Mahler y Diemecke tienen una larga historia que se ha ido entrelazado con el tiempo y que ahora no se entendería una sin la otra.

La Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato estuvo al nivel. Nunca dejó solo al maestro, quien estuvo como director huésped. Sus percusiones, cuerdas, vientos y metales lo respaldaron en cada una de los cinco movimientos que la forman.

 

Los aplausos se contenían cada que una parte terminaba y es que Mahler agrupó los cinco movimientos en tres partes, porque los temas se parecen entre ellos.

Los músicos tomaban aire para continuar con el viaje. No estaba siendo fácil, la exigencia era demasiada, pero, sin duda, lo estaban entregando todo para que nadie se quedara atrás, para que todos salieran avante.

El cuerpo de Diemecke sentía la música. Saltaba y sus manos se movían para dar dirección. Marcaba el tempo, el ritmo y la velocidad. Todo dependía de él, como buen capitán.

“Esta sinfonía tiene una gran potencia y un mensaje que para mí es muy importante, siempre considere que las quintas sinfonías eran la mejores de sus compositores”, había explicado el maestro antes de que el concierto iniciara y sobre el escenario, ya con el viaje iniciado, lo estaba demostrando.

Diemecke también dijo que los compositores han escrito sus obras como si fueran enciclopedias de sus vidas y este era el quinto toma de la vida de Mahler, un gran director de orquesta.

“Así es cómo está escrita esta obra y todas sus obras, con la visión de un director, donde todos los instrumentos que van a participar están diciendo algo de él, de Mahler. Yo me hice una historia para que ustedes también puedan elaborar la suya”, comparte.

El viaje termina, todos llegan a puerto seguro, aunque mojados, empapados, por ese mar que fue la “Quinta Sinfonía”, de Gustav Mahler, que los revolcó, acarició, pero, sobre todo, que los sorprendió por su grandeza.

Enrique Arturo Diemecke lo había logrado otra vez y aunque la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato había parado, la música continuaba, pero ahora en forma de aplausos y ovaciones, de gritos y sonrisas. Más de cinco minutos el público del Teatro Juárez se rindió ante el ganador de la Presea Cervantina.

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