Bruno Santamaría describe cómo el narcotráfico sigue afectando a comunidades rurales de México

El director Bruno Santamaría describe la violencia en Nayarit a través del cine documental

Con el documental Cosas que no hacemos, Bruno Santamaría describe cómo el narcotráfico sigue afectando a comunidades rurales de México, además de mostrar cómo persiste la hostilidad en contra de sus habitantes LGBT+. El director considera que políticas laborales en estas áreas del país son necesarias para mitigar ambos problemas en la sociedad

En un ejido en el noreste de México, ubicado entre Nayarit y Sinaloa, los habitantes alejados de toda urbe tienen una vida precaria, rústica y más cercana al narcotráfico que a una oportunidad real de trabajo digno. Ahí, en El Roblito, Nayarit, Bruno Santamaría descubrió con su mirada a una comunidad que de día es prácticamente dominada por infantes, ya que sus padres se van lejos para trabajar como pescadores.

El encontrar historias distintas a su realidad y ver cómo son marginadas las personas atrapó a Santamaría, quien es parte de la comunidad LGBT+, por ello decidió realizar Cosas que no hacemos, documental de corte experimental.

“Entendí que la ausencia de adultos no es una visión romántica, es una opción de que están trabajando desde los 12 años fuera de sus casas o migrando y uno de los pocos adultos o adolescentes que había en el pueblo era Arturo”, describe el documentalista.

El personaje central de su documental se volvió Arturo de Dios Cisneros, quien vive una crisis de identidad, por ser incomprendido en El Roblito. Él se declara abiertamente gay y desea aspirar a ser transexual, pero esto es totalmente un lenguaje desconocido para la gente del ejido nayarita donde vive.

Cosas que no hacemos recorrió festivales internacionales y ahora llega a la cartelera independiente del país, además de que tendrá una exhibición especial en El Roblito, Nayarit, justo en la cancha donde sucedió el homicidio descrito en la película

Aunado a esto, Santamaría observó que en este poblado el crimen organizado azota a sus habitantes, quienes han normalizado la violencia y los asesinatos impunes. El mismo director fue testigo de una balacera, donde una persona perdió la vida y parte de esto quedó grabado en Cosas que no hacemos.

“La realidad era la que nos iba ofreciendo la película, en ese sentido, en varias ocasiones, cada que hay fiestas nos tocó vivir encuentros fuertes, pero nunca tan fuerte como el que está grabado, que fue la graduación de los niños de la primaria”, comparte.

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Al día siguiente de este tiroteo, que sucedió en la cancha de El Roblito, el lugar donde la comunidad se reúne, los niños se acercaban al charco de sangre que dejó el cadáver.

“Después de eso se limpia la cancha y la gente vuelve a trabajar y los niños vuelven a hacer fiestas, obviamente. Para mí, era importante mostrar eso, cómo ese acontecimiento espantoso, horrible y fuerte, que ocurrió y que miran también niños y niñas, detiene la vida de las personas”, subraya Bruno Santamaría.

Para detener esta violencia, tanto a la transfobia como a la comunidad misma que es asediada por sicarios, el director considera que es necesario que existan políticas laborales rurales que ayuden a tener empleos dignos en estas comunidades, y así se podría empezar a subsanar el tejido social.

“Creo que está ligado a regular el trabajo, condiciones de trabajo dignas para todas y para todos, no solo de un grupo LGBT+; entonces, tendrá consecuencias positivas para la comunidad LGBT+, porque todas las personas tendrán menos coraje, porque los crímenes de odio son muy irracionales, son consecuencia de una cultura capitalista que nos hace no reflexionar ni ser críticos”, insiste.

Cosas que no hacemos recorrió festivales internacionales y ahora llega a la cartelera independiente del país, además de que tendrá una exhibición especial en El Roblito, Nayarit, justo en la cancha donde sucedió el homicidio descrito en la película.

La mirada de las emociones de Bruno Santamaría

El documental hecho por Bruno Santamaría se narra desde una perspectiva distinta a otros testimoniales, porque no tiene entrevistas de sus protagonistas y apela a una mirada observacional, en donde las imágenes son las que describen lo que sucede en la comunidad.

“Para mí, el cine es una oportunidad de intentar, al menos, compartir, no solo racionalmente, sino emocionalmente, qué es lo que se está viviendo, a partir de imagen y sonido, por eso tratamos de observar y estar ahí con las niñas y niños de El Roblito”
Bruno SantamaríaCineasta

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Santamaría comenta que para lograr un acercamiento con los infantes utilizó una cámara pequeña profesional, para así capturar momentos de juego, mientras ellos podían correr, estar chapoteando en el agua o hacer sus actividades cotidianas.

“Para lograr eso era importante que estuviéramos las mínimas personas, y siempre fuimos dos en el rodaje, la sonidista y yo, con el equipo más pequeño posible y tomando las menos decisiones, técnicamente hablando, durante el rodaje; entonces, sólo la cámara, un tripié, un lente, un micrófono y una grabadora de sonido, esas eran las herramientas”, agrega.

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En la película se ve cómo Arturo se va convirtiendo en Dayanara, hasta revelarle a sus padres que ella aspira a su cambio de identidad. Bruno Santamaría retrata cómo ella es de las jóvenes responsables en El Roblito, ya que se encarga de las tareas básicas por cuidar a los pequeños del lugar, mientras los adultos se ven desplazados del ejido para trabajar.

“Es Dayanara quien les prepara de cocinar, quien los cuida, porque los adultos están trabajando, y es una de los pocos adolescentes que no lo está haciendo, creo que esa es la violencia más dominante, la explotación laboral, la que marca todas las otras violencias como el crimen organizado, la xenofobia y la precariedad”, puntualiza.

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