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Crítica Malasaña 32: basada en hechos reales pero…¿para morirse de miedo?

Querido cinéfilo: esta crítica de ‘Malasaña 32’ NO CONTIENE SPOILERS, por lo que si no has visto la película puedes leerla tranquilamente

Clásico: te dicen que la película de terror que estás a punto de ver está basada en hechos reales y te predispones para morirte de miedo porque no es mera ficción, eso en realidad pasó. En Malasaña 32 así es.

Y es que basta con echar un vistazo al Google para conocer que el barrio de Malasaña, en España, tío, tiene cierta fama con las leyendas acerca de apariciones y fantasmas.

Dirigida por el español Albert Pintó, Malasaña 32 aborda, desde el terror, temas como la familia, la maternidad, el machismo y el problema de identidad.

¿DE QUÉ VA?:

Manolo y Candela se instalan en el madrileño barrio de Malasaña, junto a sus tres hijos y el abuelo Fermín. Atrás dejan el pueblo en busca de la prosperidad que parece ofrecerles la capital de un país que se encuentra en plena transición. Pero hay algo que la familia Olmedo no sabe: en la casa que han comprado, no están solos.

LO MALO: GENÉRICA

Se escribe primero de lo que abunda y sobre. En este caso, y para desgracia del cine español, es la mala ejecución que Malasaña 32 tiene respecto al cine de terror.

Lo anterior a causa de su base construida a partir de los más convencional del género de terror. Esto podrá ser constatado por el cinéfilo que haya revisitado una y otra vez la fórmula básica de ese ámbito.

De esa forma, en la cinta se presenta el argumento típico de la familia acechada por una presencia sobrenatural, los padres incrédulos ante los comentarios de sus hijos y el niño que tiene una conexión especial con el fantasma.

Quizás esto no sería negativo en sí si la ejecución fuese eficaz; pero, precisamente es ahí donde Pintó vuelve a errar al tener personajes desiguales en su desarrollo.

En principio, pareciera que la trama atenderá a los padres y su agridulce relación; más tarde, el foco alumbra a la hija, para después trasladarse al más pequeño de la familia y, finalmente, se aborda un poco la historia del hermano tímido.

Este desarrollo desigual comienza con una narrativa medianamente interesante que, con el paso de los minutos, decae y se torna genérica al punto de volverse olvidable.

Para rematar, los jumpscares que el cineasta Albert Pintó establece dentro de la trama son predecibles y no contienen puntos de tensión en sí mismos. Tanto la música como el maquillaje del fantasma quedan a deber en cuanto a su horror, lo que repercute seriamente en la calidad del largometraje.

LO BUENO: LA TÉCNICA

Lo que es de reconocerse de Pintó es la técnica que cada vez es más impecable en su cinematografía. Con Matar a Dios (2017) en su historial, el español ya vislumbraba cierto cuidado en sus planos y fotografía.

Ante ello, es interesante que el color anaranjado con distintas degradaciones predomine en varias de las escenas. El director juega con tal color valiéndose del edificio en el que gran parte de la película transcurre.

Por otro lado, Pintó emprende un maravilloso trayecto de cámara al deleitarnos con pequeños planos secuencia y movimientos que son poco comunes, pero elegantes.

RECOMENDACIÓN: 2 ESTRELLAS DE 5 (Mejor la veo cuando la pasen en el cinco)

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