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Crítica ‘El diablo entre las piernas’: Arturo Ripstein y la violencia de género

Querido cinéfilo: esta crítica de la película ‘El diablo entre las piernas’ del cineasta Arturo Ripstein NO CONTIENE SPOILERS

El hombre ya no sabe qué otro tema crudo, y supuestamente por esto interesante, tratar. Ahora Arturo Ripstein va, en el El diablo entre las piernas, con la misoginia de un anciano que maltrata sin aparente final final a su esposa de muchos años.

En conferencia de prensa, Ripstein, discípulo a medias del español y nacionalizado Luis Buñuel, fue cuestionado acerca de su nuevo filme, que se distingue a primera lectura por una sobrecarga de violencia de género.

“Aquí no hay víctima ni victimario, hay víctimas y victimarios. Los dos tienen esa noción. La película no era una consigna ni un afán de denunciar nada sino tener el placer de contar esto”, dijo el cineasta.

¿DE QUÉ VA?:

Cada día, Beatriz sufre las vejaciones de su anciano esposo, pero ya no sabría vivir de otra manera. Él tiene una amante y ella, cuando puede, escapa en secreto para tomar lecciones de tango con un hombre joven a cuyo atractivo no desea resistirse.

LO MALO: SU VISCERALIDAD

La obra de Ripstein está repleta de temas que espantan al persignado y moralista. En no pocas veces, el cineasta mexicano ha dejado ver que lejos del morbo de tales tramas busca barnizar lugares poco comunes que son degradantes en los ojos de la sociedad.

En su nueva película, el director adapta el guion de la escritora Paz Alicia Garciadiego, también su esposa, que se desborda en violencia de género de un anciano quien le dice, al menos en 78 ocasiones, puta, wila y ramera a su pareja.

Se trata de un viejo interpretado por Alejandro Suárez. Un hombre que se atormenta a sí mismo por los celos de que su esposa haya tenido tantas parejas sexuales durante su juventud. Celos que le extraen odio, violencia que le escupe en la cara a su esposa.

Puta naciste, puta envejeciste, puta me vas a enterrar y puta te has de morir
El diablo entre las piernas

No sorprende el cansancio de tal violencia. Tampoco impresiona la insistente violencia con que el sujeto se dirige a la mujer. Lo posesivo, y a veces psicópata, del anciano es, al final de cuentas, una realidad en México.

Esta violencia normalizada en un pasado, e incluso en el presente, es también el preámbulo de los feminicidios que ocurren día a día en el país. Pese a ello, el anciano reclama mientras a espaldas de su esposa vive un amorío, a unas cuantas cuadras de su casa.

No por esto el guion de Garciadiego deja a la esposa como una víctima. Mucho menos como una figura débil. Muy al contrario, la mujer vive el ocaso de su sexualidad con plena certeza de lo que experimentó en el pasado.

Eso sí, la violencia de su marido le es recalcitrante. La mujer vive somatizada por este desprecio del anciano y mendiga por fuera de la casa un cariño sincero.

Ripstein aborda tales elementos con placer, como dijo, y a través de diálogos inverosímiles y teatrales, frases que bordean la poesía y planos secuencia que muchas de las veces terminan en planos cerrados.

LO BUENO: LA FOTOGRAFÍA

Por el lado muy contrario, es el cinefotógrafo Alejandro Cantú quien a base de blanco y negro y escenas que buscan mucho la luz natural logra acentuar un ambiente que es muy de la Ciudad de México.

De hecho, la fotografía subraya en muchas de las veces las sombras de los actores y objetos, es un vaivén entre luz y oscuridad que desemboca en un contraste muy marcado que le otorga volumen a la película.

RECOMENDACIÓN: 2 ESTRELLAS DE 5

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