Alondra de la Parra dirige a la Orquesta Filarmónica de la Américas para recordar el trabajo de uno de los compositores más importantes del siglo pasado. Foto. Pablo Abundiz.

Alondra de la Parra embelesa a la ciudad con Gershwin, la vida en azul

En su noche inaugural de un espectáculo multidisciplinario la conductora junto a un equipo de bailarines, cantantes y músicos de clase mundial rinden homenaje a la vida y obra de George Gershwin

El centro de la Ciudad de México, con sus siempre apurados peatones y la orquesta de claxons, gritos y silbidos que la musicaliza, parece tener poco en común con el mundo de George Gershwin; sin embargo, de la mano de Alondra de la Parra la melancolía y el fervor de las partituras del estadounidense ahogan el frenetismo de la ciudad.

La gente se amontona en las puertas, la elegancia de sus sacos y vestidos parecen estar en casa cuando en medio de las molduras del recinto que lleva nombre de la más grande cantante de ópera que ha dado México.

En el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris cientos de personas ocupan sus lugares en la primer presentación de la noche y el estreno mundial de Gershwin, la vida en azul, un concierto más grande que un recital, un espectáculo de música, canto y baile que más que evocar da vida al tiempo en que el compositor musicalizó una era.

Las luces bajan hasta morir por completo y Thomas Enhco aparece en el escenario, sus dedos vagan entre el piano y un radio de bulbos cuyos sonidos e interferencias transportan al escenario a otra era. El golpetear de las teclas y las anotaciones en las partituras transmutan el instrumento en un piano de cola y dibujan trazos de art deco a su espalda.

El piano comienza a tener acompañamiento y El art Deco se eleva para descubrir la espalda de Alondra de la Parra. La batuta en su mano calla y enciende instrumentos en un acto de equilibrio entre la Orquesta Filarmónica de las Américas y las manos de Enhco; los musicos, el pianista y la directora cruzan la rapsodia de Gershwin y entran en terrenos no menos complicados cuando el telón electrónico que divide al piano de la orquesta cae.

Con el piano al centro del espectáculo, el espectro de la música parece materializarse cuando bajo el hechizo de Enhco y una ilusión hace su aparición tras él. El cuerpo de Robbie Fairchild se contorsiona con cada golpe en el marfil y, casi como floreciendo, Amelie Flores aparece en escena para que el ritmo avasalle la sala.

Mientras el piano y la orquesta continúan su jueego de desaparecer y hacerse evidentes, la voz de Neïma Nauri nos dice lo que necesita, lo que busca en un anhelo escrito por el hermano mayor de Gershwin casi un siglo atrás. En la voz de la cantante se escucha la necesidad de protección, un cariño que apuesta por seguridad, cuando Someone to watch over me se eleva en su voz.

Desde el corazon del país, en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, la gente se arremolina para ser parte de Gershwin, la vida en azul. Foto: Pablo Abundiz.

La lastimera súplica de Nauri termina por ser atropellada por una pregunta Shall We Dance? Y el espesor se derrite al compás de la exigencia de golpear el bajo y para que el espíritu fílmico de Gershwin asfixie a la audiencia, que rendidos solo responden con aplausos que estremecen la sala mientras la luz ocre de un tiempo de musicales y orquestas ilumina a la conductora.

Por más de una hora las manos de de la Parra electrifican a los músicos, aunque por momentos el piano y la voz la convocan, la hacen bajar del templete en lo que parece una desconexión con los instrumentos, para bailar con Enhco y Fairchild. Mientras las letras recuerdan que el amor está ahí para quedarse, que su corazón permanece sin cambios, la batuta regresa a las manos de la directora y se hace evidente que no hubo momento en que perdiera el control de sus músicos.

Tanto es su dominio de la escena que el conjuro de la música convoca a Fairchild y a Flores que, en movimientos que ocupan no solo el escenario sino también la mente de la audiencia, se atraen y se repelen en un juego de seducción que termina por encantar a la audiencia

En las penumbras los músicos sudan, infundados en etiqueta, cuando las luces deciden caer sobre ellos. Las notas de jazz que estuvieron siempre de fondo pasan al frente de los reflectores y una banda de jazz asalta a la orquesta con un golpeteo preciso de la batería que acelera hasta explotar, y en esa explosión emerge la conductora a bailar con quien de deje.

La vida azul no parece tal, la vida musicalizada por Gershwin toma colores y matices que ocupan más que solo la orquesta, el cine, el canto o el espectáculo mismo. Más de una hora de un asalto a los sentidos termina con imágenes de Gershwin en su vida cotidiana, la vida azul de uno de los compositores más prolíficos e influyentes del siglo pasado alcanzan su clímax cuando de la Parra agita por última vez su batuta para matar a las luces y envolver el Teatro de la Ciudad en un aplauso que no deja dudas del encanto en el que continúan.

Las luces vuelven a encenderse y no solo los músicos y bailarines ocupan el escenario, las palmas los envuelven mientras agradecen el recibimiento que el estreno mundial de Gershwin, la vida en azul tuvo en la Ciudad de México. El espectáculo continuará con su viaje por la república cautivando teatros en Puebla, Guadalajara, Mérida y Monterrey; por tan solo una semana.

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