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¿Y Bernardo?

¿Dónde estás? ¿Por dónde has ido? Ayer te busqué Y te has desaparecido Pregunté por ti En el campo y en el río Caminé sin fin Me volví niño perdido. (Jerónimo) José Benítez de la O, Mario Alberto Orozco Sánchez, Alfredo Domínguez Díaz, Bernardo Benitez Arroniz, y Susana Tapia Garribo fueron detenidos por policías estatales […]

¿Dónde estás?

¿Por dónde has ido?

Ayer te busqué

Y te has desaparecido

Pregunté por ti

En el campo y en el río

Caminé sin fin

Me volví niño perdido.

(Jerónimo)

José Benítez de la O, Mario Alberto Orozco Sánchez, Alfredo Domínguez Díaz, Bernardo Benitez Arroniz, y Susana Tapia Garribo fueron detenidos por policías estatales del Estado de Veracruz en enero de 2016. Después de ser asesinados, sus cuerpos fueron quemados y triturados en un molino de caña.

Por el residuo de materia adherida a un hueso se pudo confirmar la identidad de Bernardo Basándonos en las declaraciones de los presuntos victimarios, se presupone que los demás jóvenes corrieron la misma suerte.

Los restos de Bernardo fueron encontrados en un rancho en el estado Veracruz, donde también se hallaron cientos de restos óseos. Las autoridades sospechan que todos son de víctimas del cartel en turno que aterroriza y somete a distintas regiones del país.

Hace treinta días, otros seis jóvenes -entre ellos una menor de edad- fueron vistos por última vez en la Feria de la Mojarra, en Oaxaca. Se dirigían a Tierra Blanca, Veracruz. No se sabe nada más de su paradero. Los gobernadores de las dos entidades debaten y niegan públicamente que la desaparición haya ocurrido en su Estado.

Las desapariciones pasaron casi desapercibidos a nivel nacional. La respuesta e indignación por parte de la sociedad civil fue casi nula y la cobertura mediática se concentró en medios locales.

Un nuevo caso de “estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado”, como lo definen las autoridades, se ha conocido recientemente. El joven rapero Christian Omar Palma, QBA, disolvió en ácido los cuerpos de Jesús Daniel Díaz García, Marco Francisco García Ávalos y Javier Salomón Aceves Gastélum.

Habían desaparecido en marzo e este año. Para la Fiscalía, el error fue acudir a una casa abandonada a filmar una película de terror como proyecto de la universidad. Un cruel destino, pues resultó que era propiedad del cártel Nueva Plaza.

La noticia indignó al país. Se convocaron marchas en Jalisco y Ciudad de México donde jóvenes levantaron pancartas con insignias que leían “¡Soy estudiante, no me desaparezcan!” Se creó el hashtag #NoSonTresSomosTodxs. Diversos grupos de la sociedad civil organizada se proclamaron en contra de la versión oficial y expresaron su rabia ante los hechos.

A estas expresiones se sumaron las de celebridades, actores, directores de cine, activistas, quienes condenaron los terribles y demandaron a las autoridades garantizar que algo así no vuelva a suceder.

La realidad es que esto ha sucedido por lo menos 30.000 veces. Este año, en tan solo tres meses desaparecieron más de 1,400 personas.

Mexicanos, niños, niñas, hombres, mujeres, desaparecen con una frecuencia insólita.

Los muy pocos casos que se resuelven generalmente concluyen con el reconocimiento de restos óseos y con las declaraciones de los dantescos métodos con los que se deshicieron de los cuerpos.

Para acabar con esta situación se tendría que confrontar y resolver de fondo una inmensa y compleja red de problemas, todos ellos acotados bajo la sombrilla de una falta de Estado de derecho y un sistema de justicia quebrado.

Pero también se necesitaría que a los mexicanos nos importaran y nos indignaran todos los desaparecidos por igual.

La reacción social asimétrica del caso de los estudiantes de cine con los otros episodios similares en el mismo periodo de tiempo nos recuerda que nuestra capacidad de ira, de insurrección y de sed de justicia es limitada y selectiva.

La canción “Jerónimo” de Centavrus nos trae a la cabeza a los jóvenes hablando de jóvenes que ya no están.

No podemos esperar 30 años para lidiar con el problema de los desaparecidos, solo cuando los intereses políticos actuales hayan cambiado, y exista capital y voluntad suficiente para afrontarlo.

Debemos reflexionar sobre la razón por la que no nos indignamos de igual forma por cada uno de estos casos.

¿De qué depende nuestra voluntad y nuestra rabia? ¿Es una cuestión de clase social o de raza?

En un país donde la tragedia impensable se repite, y la violencia no es la excepción sino el paisaje en el que transcurre la vida, la gente salta solo cuando el calor de la llama se acerca lo suficiente para poder quemarlo. Y no nos damos cuento que hace tiempo que estamos ardiendo.

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