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Un voto histórico

A menos de un mes de la elección presidencial, el bombardeo de la propaganda electoral y dos vacíos debates dejan en muchos votantes una sensación contradictoria de miedo y esperanza. En medio de una ola de ruido politiquero-vacío y francamente aburrido, se destacó un spot donde aparece Beatriz Gutiérrez Müller, esposa de Andrés Manuel López […]

A menos de un mes de la elección presidencial, el bombardeo de la propaganda electoral y dos vacíos debates dejan en muchos votantes una sensación contradictoria de miedo y esperanza.

En medio de una ola de ruido politiquero-vacío y francamente aburrido, se destacó un spot donde aparece Beatriz Gutiérrez Müller, esposa de Andrés Manuel López Obrador, hablando de la poesía transformadora y el poder de la palabra.

En el video, también hablaba del arte revolucionario, es decir de la vida, esa que se nos ha escapado entre tanta violencia, corrupción y un mar de desilusión.

Tiene razón. La palabra, el arte y la política pueden ser transformadoras y el recordatorio- en medio de tanto ruido, me regaló algo de esperanza.

El problema de los candidatos es que prometen una ruptura con los males del pasado al mismo tiempo que demandan credibilidad gratuita. Yo no logro conciliar la transformación con el pacto, el futuro con el anacronismo, el voto de confianza con la contradicción empírica.

A pesar de que el voto implique cierta dosis de fe ciega, éste no debe de ser un salto religioso, donde se apueste, esperando lo mejor, al cambio por el cambio, a creer por creer. Ni tampoco refutar por capricho, descartar por miedo ni omitir por conveniencia.

Tampoco creo en el cómodo cinismo de reconocer y diferenciar la máscara de la realidad social, la del político-actor y la persona, las promesas y la factibilidad de cumplirlas para desde ahí alimentar el nihilismo o la relativización.

Bertol Brecht se pregunta en su obra ‘La ópera de los tres centavos’: ¿Qué es el robo a un banco comparado con la fundación de un nuevo banco?” La mera comparación anula lo negativo de ambas premisas. Pero no elegir ninguna, es no comprometer, ni jugarse nada. Se juega mucho en esta elección: el futuro, el rumbo, la posibilidad.

La conocida frase de George Bernard Shaw utilizada por los hermanos Kennedy, John y Robert, en dos momentos distintos de su carrera política: “Hay aquellos que miran el estado de las cosas y se preguntan ¿porqué? Yo sueño con cosas que nunca fueron y me pregunto , ¿porqué no?

Se trata, supongo de imaginarnos lo que no es, y lo que podía ser. Pero en este momento, seguimos sin responder el porqué y el cómo llegamos aquí. Y quizá este haya sido el error más grave de todos.

En su libro, Benjamin Rhodes, excolaborador de Barack Obama, relata un momento de claridad que tuvo el expresidente al reflexionar sobre la inesperada victoria de Donald Trump, y todo lo que representaba: exclusión, nativismo y una vil cachetada al liberalismo cosmopolita impulsado por el primer presidente afroamericano. Obama admitió: “Quizás nos equivocamos, quizá presionamos demasiado, quizá la gente solo quiere regresar a su tribu,” reconociendo así que falló no solo en identificar, sino en empatizar con aquello que gran parte de la sociedad estadounidense siente, quiere y cree.

En México, el reprochar que este proceso electoral carezca de rigor intelectual, sustento ideológico, y propuestas concretas, quizá sea también un síntoma de miopía social.

Quizá no es eso lo que importa, ni lo que debería importar. La política, después de todo, es más humana de lo que nos gusta aceptar. Esta elección se resume en gran parte a aquello o a quien logre hacer sentirnos mejor con nosotros mismos, o por lo menos vistos, escuchados. Voz y parte de este país.

Quizá las contradicciones inherentes de la retórica politiquerade los tres candidatos- palidezcan comparado con la urgencia de mirarnos unos a otros y tratar de entender porqué uno de los tres tiene una intención de voto del 50 por ciento- y seguidores que recorren el país con tal de sacarse una foto con él.

Más allá del ya gastado “hartazgo, corrupción e impunidad,” es inevitable reconocer que la fuerza del López Obrador radica en que él representa aquel abismo, despectivo e insultante, entre la clase política y la mayoría de los mexicanos. La deuda histórica.

No creo que esto sea cualidad inherente a su persona ni un argumento para votar por él. Pero sí una realidad social de México frente a sus políticos, su pasado y su futuro, que ya no se puede negar. Votar sin ser conscientes de ello es no querer que eso también cambie. Es traicionar los sentimientos de una nación.

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