Rock y clases sociales

En México y en el mundo prevalece una desigualdad que inevitablemente da lugar a un mosaico de diferencias, recordándonos que la realidad no es la misma para todos
Xardiel Padilla Xardiel Padilla Publicado el
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Sería una exageración decir que la clase social determina con rigor absolutista el tipo de música, y en particular el tipo de rock, que escuchamos. Pero sí podemos detectar una relación que señala tendencias muy claras en cuanto a preferencias auditivas y estéticas según sea el contexto socioeconómico en el que vivimos.

Por ejemplo, es difícil hallar aficionados al ska, el punk hardcore o el “rock urbano” entre la que podríamos considerar clase alta de nuestro país.

En el entorno de las personas pudientes puede ser que escuchen rock alternativo, a las bandas de moda en Nueva York y Londres, o incluso heavy metal o rock progresivo (sobre todo de artistas extranjeros), pero no lo que produce la gente que de una u otra manera está en contacto directo con la calle. Salvo algunas excepciones, que siempre las hay.

Y antes de seguir, una aclaración: con todo lo odioso que resulta dividir –dividirnos– en clases sociales, aceptemos, porque es innegable, que en México y en el mundo prevalece una desigualdad que inevitablemente da lugar a un mosaico de diferencias, a veces muy evidentes y otras no tanto, pero que ahí están para recordarnos que la realidad no es la misma para todos.

Enmarcar estas diferencias en una terminología de clases sociales es solo para simplificar el tema del artículo, no porque desee abonar a la polarización que hoy predomina en varios aspectos de la vida nacional.

De inicio, diremos que hay tipos de rock, como el llamado “urbano” y el hard rock, así como otros géneros afines (el ska y el rap, por ejemplo) que se consideran rudos y hasta “agresivos”, y que tienen muy buena recepción del sector de clase media hacia abajo.

También el heavy metal es bien recibido entre la población rockera de menores recursos, y mejor que sea cantado en español.

El metal es el tipo de rock con el público más heterogéneo, pues cuenta con seguidores provenientes de cualquier punto del espectro socioeconómico, sobre todo el metal más tradicional (heavy, death y thrash) donde prácticamente confluyen todas las variantes sociales de la fauna rockera.

El mayor rasgo diferenciador está en el idioma: si es en español, y más si es mexicano, contará con mayores adeptos en la base de la pirámide social. Los grupos de metal más sofisticados y que cantan en inglés suelen ser mejor recibidos por el público metalero de clase media hacia arriba.

De nuevo, quiero aclarar que estos apuntes señalan solamente tendencias y no pretenden ser verdades absolutas, de ninguna manera. No se descarta que en alguna mansión de San Pedro Garza García, Nuevo León, haya algún fanático escuchando CDs de Transmetal, pero es más probable que eso ocurra en los barrios de Neza.

A las clases privilegiadas por lo general no les agradan los artistas que expresan alguna inconformidad o representan la calle, por eso resulta muy difícil que las bandas que retratan (o son) la vida cotidiana en México sean aceptadas allí.

No es regla, pero entre más inocuo, apolítico o inofensivo es el mensaje del artista, mayor probabilidad de aceptación por la clase alta.

Y si damos por hecho que un amplio porcentaje de la clase media mira a la clase alta como el ideal a seguir, pues entendemos que a muchos clasemedieros no les interesa el trabajo de artistas con algún grado de estridencia social. O que si lo tienen, mejor que lo canten en inglés.

Es fácil entender por qué ocurre está división musical de clases: la música en general, pero quizás más el rock (y los géneros que son sus parientes cercanos, como el reggae, el rap y el ska), conlleva signos culturales que nos identifican. Buscamos o nos atrae la música con la cual nos sentimos a gusto, no solo consumimos la música que nos gusta.

Lo mismo sucede con las bandas o los artistas que preferimos: nos identificamos con esos personajes y/o hay un grado de admiración de tipo aspiracional hacia ellos.

Con frecuencia la gente suele referirse a su música predilecta y sus artistas favoritos con calificativos de elogio, mientras que lo que escuchan los demás es “basura”.

Ocurre en todos los estratos sociales: sólo los valores que nos identifiquen o nos conecten con determinada música nos permitirán sentirla y apreciarla, y pensamos que es la única que merece ser escuchada.

Es un tema muy amplio sobre el cual se puede debatir desde varias perspectivas, pero no es mi intención caer en un toma y daca interminable al estilo de la polarización política de nuestros tiempos.

Expongo lo que he observado con absoluta claridad durante muchos años de transitar en los caminos del periodismo y la música, sin mayor interés que hacer notar esta relación entre las preferencias musicales y el contexto socioeconómico del público. Quizá alguien más podría profundizar en el tema y hasta elaborar una tesis universitaria (de preferencia que no sea plagiada).

 

Correo: xardiel@larocka.mx

 

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