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Reetiquetando

Hace tiempo se hizo un experimento en una escuela con tres salones de tercer grado de secundaria. Este consistía en decirle a los maestros de cada grupo que iban a separar a los niños de acuerdo a su coeficiente intelectual, en el salón A estarían los alumnos que tuvieran un grado alto de IQ, en el  salón  B pusieron a los de IQ promedio y en el C a quienes lo tenían bajo. 

Y así iniciaron el año escolar sin que los niños supieran del experimento. 

Hace tiempo se hizo un experimento en una escuela con tres salones de tercer grado de secundaria. Este consistía en decirle a los maestros de cada grupo que iban a separar a los niños de acuerdo a su coeficiente intelectual, en el salón A estarían los alumnos que tuvieran un grado alto de IQ, en el  salón  B pusieron a los de IQ promedio y en el C a quienes lo tenían bajo. 

Y así iniciaron el año escolar sin que los niños supieran del experimento. 

Los resultados fueron sorprendentes, ya que en el salón de los “inteligentes” se lograron superar las expectativas obteniendo calificaciones altísimas y logros académicos excepcionales, en el de IQ promedio se obtuvieron los resultados de siempre y en el salón de los alumnos con IQ “bajo” casi todos salieron reprobados.

La realidad es que nunca existió esa selección de niños según su IQ, era información falsa que esperaba medir el efecto de la “idea” que tuviera el maestro sobre sus alumnos en sus resultados académicos. En la realidad todos estaban revueltos, en cada salón había alumnos de IQ alto, de IQ promedio y de IQ bajo, pero el hecho de que el maestro pensara que estaba tratando con determinado tipo de alumno, provocó que aún los que hubieran pertenecido a la medición de IQ bajo pudieran ofrecer resultados muy por arriba de lo esperado.  

Con este experimento nos podemos dar cuenta del poder que tiene el etiquetar a las personas. El maestro ni siquiera tuvo que decirle a su grupo que eran tontos, con el simple hecho de tratarlos y verlos así, provocó que los resultados fueran bajos.

Esto nos pasa todo el tiempo, a la amiga que ves como traicionera te acaba traicionando, a tu jefe que ves como injusto compruebas que lo es, a tu hijo que ves como el inútil termina por serlo, a tu pareja que ves con ojos de “todos los hombres son iguales” termina por ser igual que los demás. 

A tus empleados que percibes como incapaces te lo acaban demostrando.

Con esto volvemos a comprobar que nuestra mente es la que crea los escenarios, los de afuera son solo personajes de nuestra película, pero nosotros seguimos siendo los productores y escritores del guión. Es importante recordar que podemos cambiar la historia en el momento que queramos.

Te invito a que ahora seas tú el que haga este mismo experimento, pero te recomiendo utilizar únicamente etiquetas positivas y diferentes a las que has puesto. Tu trato, tus ojos y tu energía hacia los demás cambiará por completo y los demás lo percibirán con facilidad. 

Te impresionarás al ver cómo las personas se transforman, entre más lo practiques más claro lo vas a poder ver.

Siempre es más fácil amar, atender, respetar y valorar a quienes etiquetamos con una lista de atributos positivos. Preferiremos confirmar que nuestros seres queridos tienen las cualidades que necesitan para ser exitosos y si realmente deseamos ser felices entonces lo seremos cuando etiquetemos al mundo y a nosotros mismos como seres capaces, valiosos y llenos de amor.

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