Es válido confrontar las visiones opuestas sobre la preferencia sobre géneros musicales, colocarlas con la mayor frialdad posible en la balanza, y sacar conclusiones. Foto: Cuartoscuro

Por qué a los rockeros no nos gusta el reguetón (ni los corridos tumbados)

La idea de la brecha generacional suele anteponerse para explicar el rechazo y la falta de comprensión por parte de los de mayor edad, hacia la música de moda entre los más jóvenes

No conozco a alguien que siendo aficionado al rock, ame también al reguetón (y sus derivados) y/o a los corridos tumbados y similares. Habrá increíbles excepciones, tal vez, pero el disgusto, mejor dicho repudio, de los rockeros hacia estas modas musicales es general.

Sabemos que entre los habitantes del universo rockero hay quienes se oponen en automático a cualquier música diferente a su favorita. Incluso desprecian los subgéneros del rock distintos a lo que ellos veneran. Duros, sin fisuras, son como una viga de acero, obstinados y radicales.

Pero también hay un amplio segmento que muestra tolerancia, aceptación y hasta agrado por expresiones musicales que se alejan de los convencionalismos rockeros, como la música norteña o ranchera, la salsa, las cumbias, la música electrónica y el pop más plastificado, entre otros géneros, estilos y movimientos. Depende casi siempre del contexto: en una boda difícilmente querremos death metal para el momento del baile.

Y qué decir de los géneros “afines”, como el rap, el ska, el reggae y otros, es muy natural la interacción con el rock y los rockeros. A mí por ejemplo me gusta el rap en español de la vieja escuela.

Al margen de las preferencias personales, la mayoría de las veces la indiferencia prevalece: a quienes nos gusta el rock ni nos va ni nos viene lo que escuchan los demás. Cada quien sus gustos.

Sin embargo, tratándose del reguetón y los corridos tumbados –dos modas que han llegado una tras otra, para nuestro horror–, el rechazo estridente es casi unánime… ¿por qué?

Las redes sociales, plaza pública y torre de Babel al mismo tiempo, consignan las quejas y acusaciones lanzadas desde el bando rockero: el reguetón, los corridos tumbados y otras vertientes de la llamada “música urbana” y de la música regional mexicana contemporánea carecen de calidad musical, es música muy “corriente”, las letras de las canciones son vulgares, sexistas y tontas, incitan al consumo de drogas, hacen apología del delito, los artistas son muy mal ejemplo para los jóvenes…

Porque son interminables, podría continuar citando las descalificaciones públicas y publicadas de los rockeros hacia la música que actualmente prefiere la mayoría de los jóvenes en México y, según reportes de Spotify, también en otros países.

En resumen, para los enfurecidos rockeros, el reguetón (y sus derivados) y los corridos tumbados (y buena parte de la llamada música regional mexicana contemporánea) son un asco.

No quiero hacer sentir mal a quienes detestan con toda su alma estas expresiones musicales, pero creo que son críticas superficiales, de escasa contundencia y que incluso pueden ser como un bumerang.

No puede ser que tipos como J Balvin y Peso Pluma nos disgusten en extremo solo porque sus canciones son simplonas, sexistas y de evidente pobreza lírica; o porque sus voces no tienen mucha gracia. Digo que no son razones suficientes para aborrecer a este tipo de artistas, porque en el ámbito del rock contamos con infinidad de ejemplos de canciones y personajes que padecen de los mismos “males”, y así nos gustan.

Veamos: 1) la letra de “Whole lotta love”, tema clásico de Led Zeppelin, es tan sexosa y burda que se podría traducir al español con acento boricua y arreglarse para perrear sabrosamente; 2) los dos cantantes de rock más populares de México, Álex Lora y Saúl Hernández, no pueden presumir de voces fenomenales, tal vez Peso Pluma y J Balvin son superiores técnicamente, y 3) no creo que haya canciones más básicas que “Mercedes Benz” y “We will rock you”, de Janis Joplin y Queen, piezas geniales que demuestran que la sencillez no necesariamente denota ausencia de talento.

No soy ingenuo, sé que los anteriores ejemplos se pueden rebatir para “demostrar” que no son comparables con lo más representativo de la música urbana. No se claven, la intención es sólo plantear que dentro del rock también se cuecen habas, lentejas y otras yerbas… Y ya que tocamos el tema culinario, otro ejemplo: ¿qué tal esa canción de Charlie Monttana de sofisticada lírica, “Empanízame la mojarra”?, ¡totalmente a la altura de un buen reguetón!

Sobre la acusación de que estos músicos incitan al consumo de drogas, ¿cómo podemos los rockeros crucificarlos, si muchísimas de nuestras deidades le han metido con frenesí a las sustancias y hasta se han muerto varios famosos por sobredosis? No seamos hipócritas ni ignorantes, las drogas son parte de la realidad de hoy, con música y sin música.

Hay razones de fondo por las cuales no nos gustan ni tantito los géneros en cuestión, pero como resulta más fácil decir “esa música es basura”, vociferamos nuestra molestia con esa clase de ataques. Y podemos hacer el ridículo…

Vamos, si los rockeros estuviéramos tan preocupados por la excelsitud artística, escucharíamos jazz, rock progresivo y música clásica y contemporánea en dosis abundantes, visitaríamos la Cineteca local en vez de dedicar tiempo a Netflix, y leeríamos novelas y poesía a diario en lugar de textos como éste.

“Música de calidad” es un concepto cargado de subjetividad, a pesar de los parámetros académicos y los cánones que nos orientan con indudable eficacia. Comprobar científicamente la superioridad de U2 frente a Bad Bunny resulta imposible, y por lo tanto dictaminar que el rock es mejor música que la música urbana también deviene en despropósito en cualquier discusión, y más si se dialoga con fanáticos de Maluma, Natanael Cano y similares; nunca los vas a convencer.

Lo único que sí podemos establecer con claridad es por qué nos desagradan, a veces en grado de repugnancia, el reguetón, los corridos tumbados, los bélicos, el movimiento alterado, una buena parte del rap y el trap, y otras corrientes musicales por el estilo (sólo por practicidad, aquí he englobado todo en “música urbana”, pero se aclara que hay diferencias marcadas entre unos y otros géneros y estilos, sobre todo si hablamos de música regional mexicana).

Solo podemos ofrecer razones –nuestras razones–, fundamentarlas, y a partir de ellas que cada quien piense lo que quiera.

Yo creo que a los rockeros nos repatea el reguetón, los corridos tumbados y otra música urbana y similares por lo que representan y lo que reflejan, más allá del aspecto musical.

La música, las canciones –el arte en general– son retratos de la historia, muestran a detalle algunas peculiaridades de su época. Y no hay duda que como humanidad y como sociedad hoy vivimos una decadencia cultural pre apocalíptica, somos testigos de la debacle del humanismo y nos abruma la desesperanza ante el panorama ecológico, económico y político del mundo.

Caminamos hacia la inmundicia en términos sociales, culturales, ideológicos, de relaciones humanas… Si el soundtrack de esta era viene cargado de canciones que nos parecen basura, es porque esa música refleja –y peor, reivindica– la basura en que nos estamos convirtiendo como sociedad y como planeta.

El rechazo a los corridos tumbados no es por cómo suenan. A final de cuentas, al igual que sucede con tantas otras canciones de otros géneros que no nos llaman la atención, lo normal sería simplemente decir que no nos gustan y ya, no pasa nada.

La reacción en su contra, al igual que en el caso del reguetón, proviene de su contenido simbólico, no de sus tonadas o sus ritmos. Incluso desde la perspectiva del punk rock más anárquico –de tintes destructivos–, la música urbana es una expresión cultural nefasta, porque abandera conductas que perpetúan y extienden el sistema alienante en el que hemos caído.

Nos rebelamos ante la visión futurista de una sociedad cuyos referentes culturales sean artistas que explícitamente validan el hedonismo, el egoísmo, el cinismo, la arrogancia más grotesca, la riqueza monetaria y la intoxicación como las grandes metas de la vida, a las cuales se vale acceder incluso mediante actos delincuenciales que incluyen el asesinato.

Muy importante hacer notar que los personajes líderes en estos géneros musicales y sus seguidores no son los “culpables” del lado oscuro de la civilización que estoy describiendo, ni la música es la causante del caos social actual; son solo el reflejo de lo que está pasando o bien, un diagnóstico.

Si en su momento el rock musicalizó cambios profundos en la sociedad y animó la rebeldía de la juventud y el rompimiento de un sistema anquilosado, la música de hoy parece ser el ritmo del espíritu derrotado, el conformismo, el consumismo y la decadencia ética y moral que se van imponiendo como norma comunitaria; y en ese contexto, la llamada música urbana y similares van a la cabeza.

¿Cuál es el punto de vista contrario?

Quienes disfrutan del perreo y las canciones que hablan de “gallos” al amanecer (no precisamente gallos de los que cantan), por lo general jóvenes, se burlan de la edad de quienes expresan su malestar por la popularidad de la música urbana. El rock es un género que caducó junto con sus seguidores, casi todos ya de la tercera edad, dicen mientras se ríen.

Algo hay de eso, aunque no debemos omitir que, a pesar de su descenso de popularidad entre la juventud mundial, el rock sigue captando la atención de muchos jóvenes y está lejos de que se le declare en peligro de extinción.

En México siguen naciendo miles de bandas de rock integradas por adolescentes y veinteañeros que por el entorno social propio de los jóvenes, conviven cercanamente con la música de la cual estamos hablando. Y al igual que en otros países, ya hay aquí artistas de rock que incorporan elementos de música urbana y de música regional a sus obras, y se escuchan bastante bien (lo cual refuerza la premisa de que no es la forma, sino el fondo, lo que causa aversión).

Suele anteponerse la idea de la brecha generacional para explicar el rechazo y la falta de comprensión por parte de los de mayor edad, hacia la música de moda entre los más jóvenes. Se cita la canción “Pachuco” de La Maldita Vecindad y el segmento clásico de Los Simpsons acerca de la onda de ayer que ya no es la onda de hoy, para exhibir el anacronismo de quienes critican a la música en boga.

Por supuesto, también hay algo o mucho de cierto en estos señalamientos. Es válido confrontar las visiones opuestas, colocarlas con la mayor frialdad posible en la balanza, y sacar conclusiones. Una opinión fundamentada es mucho más valiosa que un prejuicio.

Mi labor profesional me ha llevado a entender y aceptar que los gustos de las personas son muy diversos y no tienen porqué coincidir con los míos, así que trato de no caer en el insulto cuando me refiero al reguetón o a los corridos tumbados, y creo que lo consigo, aunque también sé que con este artículo habrá quienes se sientan ofendidos por lo que he dicho; lo siento, aunque no hay insultos en el texto, no encontré una manera de analizar este fenómeno de una manera menos áspera.

Tal como se establece desde el encabezado, mi intención ha sido sólo ofrecer una explicación general sobre por qué a ciertas personas, los rockeros, no nos agrada un determinado tipo de música.

Y no presumo de tener la razón; sólo digo que los rockeros tenemos nuestras razones.

 

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