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¡Ponte a jalar!

He escuchado eso cientos de veces, no solamente cuando hemos protestado por algo, incluso con el sólo hecho de sacar temas importantes para debatir en una conversación. 

También es la mejor forma que han encontrado los regiomontanos para evadirse de una realidad que le duele en los bolsillos, pero aún con eso, protestar no ha sido valorado como un derecho, sino criminalizado como una forma de “no hacer nada”. 

He escuchado eso cientos de veces, no solamente cuando hemos protestado por algo, incluso con el sólo hecho de sacar temas importantes para debatir en una conversación. 

También es la mejor forma que han encontrado los regiomontanos para evadirse de una realidad que le duele en los bolsillos, pero aún con eso, protestar no ha sido valorado como un derecho, sino criminalizado como una forma de “no hacer nada”. 

Tampoco quiero decir con eso que los ciudadanos que protestamos tenemos la razón y que, aunque haya quienes sólo se dediquen a quejarse, existen muchos otros que además de eso realmente trabajan para la transformación diaria de este país. 

Sin embargo, es curioso como en nuestras ciudades nos hemos acostumbrado a alabar lo que hacen en otras cuando protestan.

 Y cuando se protesta aquí, hacemos lo que he escrito en el primer párrafo, decimos: ¡ponte a jalar!…

Puedo mencionar las más recientes, surgidas en su mayoría en países como España, Brasil o Turquía, y todas organizadas por jóvenes. 

La defensa de un parque, del derecho al empleo y a un transporte eficiente que tenga un costo razonable, han sido las banderas de los ciudadanos que suman sus voces para frenar la voracidad de quienes tienen el poder económico y político, pero no han podido resolver estos graves problemas. 

Hace días, en las manifestaciones álgidas en Sao Paulo, un amigo español me preguntaba por Twitter qué le falta a la juventud mexicana para movilizarse. 

Aunque nuestro contexto sociohistórico ha cambiado y contamos con nuevas formas de comunicarnos, a pesar de que hace algunos meses el movimiento #yosoy132 nos enseñó la espontaneidad de su causa, falta mucho para que tengamos nuevas generaciones que se asuman  como ciudadanos con derechos y obligaciones. 

Basta también ver la “otra cara de la moneda” y encontrarnos con los princesos, mirreyes y ladies, que como hijos de una clase política protectora de sus propios intereses, también ponen el “ejemplo” de la superficialidad en la que estamos sumergidos. 

Para qué decir en este país lo que pensamos, si de cualquier manera mi “papi”, o su parentela, puede beneficiarse de los excesos de la política partidista. 

Esta es la generación de la contradicción. 

Generación que necesita ser mucho más firme ante las atrocidades que suceden en el mundo. 

Como la joven del vestido rojo que defendiendo su parque en Turquía es capaz de enfrentarse a un gas lacrimógeno.  

O como los jóvenes que salieron en estos días a exigir un mejor transporte público. 

¿Sucedió algo? Sí, al menos nos enteramos todos y desde ese momento somos corresponsables de lo que está sucediendo en otros países. 

En Brasil las autoridades tuvieron que ceder a esa presión justificada. 

No subieron los precios del transporte. 

No se trata de realizar actos de resistencia por el mero acto de “resistir”. 

Sino de una resilencia civil que pueda hacer que nuestras autoridades hagan su trabajo, para destapar actos de corrupción o para exigir justicia.  

Pero también para hacernos visiblemente corresponsables. 

Dar la cara, gestar ideas, implementar proyectos, comenzar procesos sociales de cambio en las ciudades de México. 

Porque eso es “ponerse a jalar” por un país que está necesitando de ciudadanos responsables que lo amen. 

Que aprendan no sólo a quejarse, sino actuar, proponer, ir más allá. 

Pero sobre todo, a responder de manera pacífica a lo que nos está afectando en las sociedades a nivel mundial. No podemos quedarnos así, inmóviles.

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