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¡Lo público es público!

“El problema de lo público es que los ciudadanos piensan que es gratis y los políticos que es suyo”.

Podría finalizar la columna con tan sólo esa frase en esta semana de sentimientos encontrados sobre si celebrar o no al país. 

En gran parte el desencanto, en medio de la crisis económica, se deriva de tales dos salvedades como si fueran dos caras de una misma moneda. 

Por una parte, durante décadas nos vendieron el cuento de que cualquier problema público se resolvía sin nosotros. 

“El problema de lo público es que los ciudadanos piensan que es gratis y los políticos que es suyo”.

Podría finalizar la columna con tan sólo esa frase en esta semana de sentimientos encontrados sobre si celebrar o no al país. 

En gran parte el desencanto, en medio de la crisis económica, se deriva de tales dos salvedades como si fueran dos caras de una misma moneda. 

Por una parte, durante décadas nos vendieron el cuento de que cualquier problema público se resolvía sin nosotros. 

En un “santiamén” conservando la esperanza que no se equivocaran, nos enseñaron a ser codependientes de los “dedazos”, de los “milagros” y del “disculpe usted”.  

Antanas Mockus afirma que no se nace ciudadano, sino que se hace. Si es así, en el camino sinuoso andamos. 

Hemos ido aprendiendo a descifrar qué quiere decir que tengamos cada quien una responsabilidad ante lo que es común. 

Aunque la frase “participación ciudadana” esté en boca de prácticamente todos, sobra el entendido que en la práctica desconocemos por dónde empieza, qué significa y hacia dónde nos lleva.

 Por más que incluso existan instituciones públicas, por más que existan leyes para tal propósito, por más que la nombre la sociedad civil organizada como si fuera la panacea para nuestros dolores, está claro que nos falta para entender que la gratuidad no es gratis, aunque parezca una incoherencia. 

Se genera en el esfuerzo, tiempo y dinero que podemos invertir para ser parte de las soluciones. 

Pero, por otra parte, de nada le valdría a una sociedad saberse dentro de ese proceso de cooperación sino obtiene respuesta del otro lado. 

Nos hemos también acostumbrado tanto a esto que la gran mayoría piensa que cooperar es ingenuo porque lo público tiene dueños: los políticos. 

No es fortuito. Es que realmente, hay quienes así se ven hasta frente del espejo. 

En este grupo de individuos, a las muestras nos remitimos, gana el poder, la ambición, los amigos y familiares cercanos, como el cinismo. 

Lamentablemente, si ambos grupos no sabemos reconocernos como parte de las limitaciones de esta sociedad de la que constantemente nos quedamos, poco podremos hacer para cambiar. 

Esto es como el perro que cree morderse la cola. 

Los políticos piensan que siguen viviendo en el siglo pasado donde eran inmunes a la conciencia colectiva y los ciudadanos que pueden exigir con la mano en la cintura sin poner nada de su parte. 

Así, creemos que avanzamos, pero en realidad estamos parados en el mismo círculo. 

Hoy las realidades requieren de nuestra disposición a dejar de pensar automáticamente que lo que exigimos (incluyendo lo que es por derecho) es fácil, gratis y que nos lo deben de dar en la palma de la mano y que lo público es de todos, no tiene dueño. 

Lo que implica que las instituciones, los recursos y los administradores no son de los políticos. De ninguno. 

Quizá este planteamiento sea un sueño del futuro. 

Pero créame que a veces entre discusiones donde pocos quieren ceder, todos quieren ganar no importa cómo, nadie quiere perder y hay más intereses individuales que colectivos de por medio, lo cansado es seguir tirando la misma moneda y darse cuenta que sus caras no son diferentes más que en los nombres. 

Tan perverso y limitante un lado como el otro. 

Estamos tan necesitados de cambios urgentes que lo primero que habría que transformar lo que pensamos sobre lo público y cómo nos vemos ante la magnitud de los problemas como las soluciones. 

Si no intentamos ahora cuando más necesitados estamos, entonces, ¿cuándo vamos a aprender que lo público es público?

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