Licencia para odiar

Mezquinos, canallas, conservadores, fifís, neoliberales, adversarios, prensa mal portada, son algunos de los adjetivos discriminatorios con lo que se podrían llenar páginas enteras. Se discrimina a médicos: “Cómo se decía antes de los médicos que solo buscaban enriquecerse, que llegaba el paciente y lo primero que hacían era preguntarle ¿qué tienes? Es que me duela […]

Mezquinos, canallas, conservadores, fifís, neoliberales, adversarios, prensa mal portada, son algunos de los adjetivos discriminatorios con lo que se podrían llenar páginas enteras.

Se discrimina a médicos: “Cómo se decía antes de los médicos que solo buscaban enriquecerse, que llegaba el paciente y lo primero que hacían era preguntarle ¿qué tienes? Es que me duela acá, doctor. No, ¿Que qué tienes de bienes?”, tachándoles de mercantilistas.

Discrimina a ingenieros, arquitectos y economistas: “Así como a los ingenieros les cuesta trabajo aceptar que la gente puede hacer un camino sin ellos, o a los arquitectos, que también les cuesta que una familia pueda hacer una casa sin ellos”; “la economía era asunto de los economistas, como si fuese algo tan complejo, inalcanzable”.

A este tipo de sentencias le podemos sumar una que contrasta brutalmente con la dureza cotidiana: “piensen en sus mamacitas”, cuando refiere a los integrantes de la delincuencia organizada que amenazan a gasolineros para que no vendan combustible a la Guardia Nacional.

Discrimina y desprecia a las mujeres pretendiendo que el aumento de la violencia contra ellas es una mentira, “en el caso de la violencia en general y la violencia contra las mujeres no hemos nosotros advertido un incremento”, cuando el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública declaró más de 77 mil 682 casos de violencia de pareja en todo el país durante los primeros cuatro meses del 2020; 6 mil 243 casos más que en el periodo del año pasado.

También discrimina a la prensa nacional e internacional tachándolos de “fifís”, de no hacer “periodismo profesional”, o bien, les exige “disculpas” como sucedió con el Financial Times, cuando afirmó que el presidente debía “aceptar la realidad económica” y no confiar en “sus datos”; pero además, al señalar a los periodistas por nombre, apellido y medio que representan, los coloca en la lista de enemigos y en la hoguera del linchamiento.

En sus afirmaciones cotidianas nos queda claro que no está en sus planes cambiar de retórica, basta con escucharle: “los conservadores me echarán la culpa también del coronavirus. Los conservadores quisieran echarnos la culpa de todo, están desesperados”.

Una evidencia muy poderosa es haber desconocido al Conapred: “Ahora que hubo una polémica por un comentarista de redes sociales que fue invitado para un debate me enteré de que existe”, y así de tajo, el organismo canceló el foro y llevó a la renuncia de su titular.

Aunado a ello afirma: “Soy el más atacado. Estoy buscando la manera de que cooperen (críticos), porque al atacarme es para ellos una empresa lucrativa (…), porque es una prensa vendida o alquilada, que ayuden en algo, y ya con eso mantienen su permiso o licencia para seguirme atacando”.

Ahora resulta que quien ha llevado un libro de epítetos, adjetivos, amenazas, descalificaciones y burlas, con todo poder se coloca como víctima solo para renovar la licencia del gran discriminador.

Este ejercicio de desprecio y discriminación ya normalizado por las mañanas no es más que un elogio a la división, al rechazo, a la enemistad, a la repulsión y a la animadversión entre las y los mexicanos.

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