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En memoria de Javier Valdez

He dejado de llevar la cuenta del número de columnas publicadas en este medio de comunicación. Honestamente, ninguna ha sido publicada con alguna edición que no vaya más allá de la corrección de texto cotidiana.

Quizá no me crea porque se tienen diversos prejuicios sobre el oficio de escribir para reportear, analizar o dar una opinión: todos los medios de comunicación están vendidos, periodistas “chayoteros” (vendidos también), escriben lo que les conviene y un largo etcétera.

He dejado de llevar la cuenta del número de columnas publicadas en este medio de comunicación. Honestamente, ninguna ha sido publicada con alguna edición que no vaya más allá de la corrección de texto cotidiana.

Quizá no me crea porque se tienen diversos prejuicios sobre el oficio de escribir para reportear, analizar o dar una opinión: todos los medios de comunicación están vendidos, periodistas “chayoteros” (vendidos también), escriben lo que les conviene y un largo etcétera.

No es que eso esté tampoco alejado de la realidad en México cuando en este país ni el gremio periodístico se ha defendido ni tampoco tenemos voluntades empresariales y de la función pública que consideren que el periodismo es indispensable para fortalecer la democracia.

“Bueno” o “malo”. La nota “rosa”, “roja”, “amarilla”, los de izquierda o los de derecha, los de espectáculos de la escuela de Patricia Chapoy o los de la crónica de Carlos Monsiváis pasando por un gran espectro de grandes o pequeños, peores o mejores periodistas.

Lo cierto es que eso se lo deberíamos dejar a la opinión pública en un país que se supone es libre. En donde el derecho a la libertad de expresión sea responsable y éticamente ejercido, pero sobre todo, en donde el Estado, las empresas de los medios y los ciudadanos entiendan la importancia que significa esa diversidad de voces independientemente de todo lo anterior.

Por tanto, esa frase que parece tan trillada de “no se mata la verdad matando periodistas”, más que hablar de “verdad”, porque cada quien carga con la suya, habría que entender que no se puede vivir en un país considerado el más o uno de los más peligrosos en el mundo para ejercer la profesión cercana a este derecho constitucional.

Por eso mismo, cimbra tanto la muerte de un ser humano que se dedica al periodismo. “Vendido” o no, todas las vidas son sagradas y nadie merece morir solo porque a alguien o algunos nos le parece lo que se escribe.

Todos tenemos una gran responsabilidad ante el asesinato de Javier Valdez como de los muchos otros periodistas que han sido asesinados durante los últimos años.

La parálisis, el miedo, el seguir fomentando prejuicios sobre los comunicadores son naturales pero no abonan al cambio social que tanto estamos necesitando.

La que le escribe y supongo que quienes lo hacen en éste y otros medios queremos, necesitamos, demandamos vivir en un país que no sólo otorgue garantías, sino que también no deje impune cualquier asesinato que cuyo móvil esté evidentemente vinculado a su derecho de ejercer el oficio.

Necesitamos que las futuras generaciones tengan claro que en este país podemos asumir con conciencia y corresponsabilidad nuestras vidas y las vidas de otros.

Por la defensa de nuestros derechos. Por el México justo y en paz que nos merecemos. En memoria de quienes como Javier intentan no mantener al silencio, ese que tanto daño nos está haciendo.

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