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Las culpas absolutas

¿Dónde termina la culpa de una sociedad que consintió el regreso de Santa Anna en 11 ocasiones a la presidencia y dónde comienza la responsabilidad histórica de una nación cloroformada que lo permitió? No creo en las culpas absolutas. En toda ocasión encuentro una línea divisoria que deslinda las culpas y las reparte entre los protagonistas de un conflicto determinado.

¿Dónde termina la culpa de una sociedad que consintió el regreso de Santa Anna en 11 ocasiones a la presidencia y dónde comienza la responsabilidad histórica de una nación cloroformada que lo permitió? No creo en las culpas absolutas. En toda ocasión encuentro una línea divisoria que deslinda las culpas y las reparte entre los protagonistas de un conflicto determinado. Porfirio Díaz llega al poder como todo un golpista decimonónico, traiciona arteramente su propia campaña de no reelección y se reelige hasta hartarse durante más de 30 años… Traiciona las leyes de Reforma, cuya promulgación había costado sangre, atraso y miseria y, sin embargo, a pesar del mátalos en caliente y luego averiguamos, se mantuvo en el poder sin que los mexicanos lo hubiéramos largado a punta de bayonetazos hasta muchos años después… Otra pregunta: ¿Dónde termina la responsabilidad de un PRI que gobernó contra viento y marea durante 70 años (80 si se toma en cuenta la diarquía Obregón– Calles) y dónde comienza la de la ciudadanía que lo toleró haciendo, todavía, apuestas al “Tapado” para engañarnos con toda eficiencia entre nosotros mismos?

Los mexicanos —ya lo decía Álvaro Obregón, el mismo que sentenció que no había general mexicano que aguantara un cañonazo de 50,000 pesos— asisten a la política como a los toros: aplauden, chiflan y condenan desde el anonimato, pero ni se bajan a la arena ni se comprometen… De ahí que los políticos se atrevan a cometer todo género de excesos y de ilícitos: saben que las protestas ciudadanas no tienen mayor alcance que los comentarios vertidos a lo largo de una tarde cafetera o coñaquera… Nadie se explica el importe de la deuda en Coahuila, Michoacán o Veracruz, deuda que tendrán que pagar varias generaciones y, sin embargo, nadie protesta, una clara invitación a la reincidencia en el caso de los políticos corruptos.

Los mexicanos ignoramos los nombres de nuestros diputados y, por ende, jamás los llamamos a cuentas, de la misma forma en que desconocemos los nombres de los maestros de nuestros hijos. ¿Dónde está el verdadero compromiso con lo que, supuestamente, más nos importa…?

¿Qué mecanismo ciudadano se puede crear para vigilar el cumplimiento de las promesas de campaña de Peña Nieto? No podemos ser cómplices con nuestro silencio y nuestra inacción. Es inevitable, por ejemplo, que los maestros mexicanos se sometan a pruebas de evaluación académica porque hablamos, nada más y nada menos, que del futuro de México. Peña lo prometió, Peña debe cumplir. Necesitamos maestros de excelencia para tener un país de excelencia y no de mediocres.

Tenemos, pues, que hacer política con quienes nos rodean, llámense hijos, padres, familiares (esposa y suegra incluidas), amigos, conocidos y personas en general con quienes lleguemos a tener contacto, ya sean boleros, billeteros, taxistas, despachadores, vendedores, taqueros y todo género de trabajadores formales o informales, para hacerles saber la importancia de su participación política y de su preocupación nacionalista, en el evento de que esta exista. Si nos traicionan, llegado el caso, al no instrumentarse una reforma educativa integral, entonces que la sociedad no mande por una semana a sus hijos a la escuela. Protestemos, así la culpa no será nuestra ni seremos cómplices…

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