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En tierra de macho

En representación de México, asistí a un encuentro internacional sobre población y desarrollo enfocado en la protección de los derechos de las mujeres y las niñas. Me sigue asombrando no sólo los casos que conocemos sobre las realidades violentas que vivimos, sino los que no sabemos. En el silencio en el que se vive con […]

En representación de México, asistí a un encuentro internacional sobre población y desarrollo enfocado en la protección de los derechos de las mujeres y las niñas. Me sigue asombrando no sólo los casos que conocemos sobre las realidades violentas que vivimos, sino los que no sabemos.

En el silencio en el que se vive con altos grados de impunidad. México no es excepción en el rezago que tenemos en el mundo respecto a que entendamos que tenemos iguales derechos. Pero estos no vistos como un favor, privilegios o pleitesía, sino como un digno acto de justicia ante el maltrato constante de las que somos sujetas (unas más que otras dependiendo el contexto).

Es increíble que en pleno 2018 estemos defendiendo a las niñas, por ejemplo, de la mutilación genital o el matrimonio infantil. O a las mujeres embarazadas de la violencia obstétrica o la falta de acceso a los servicios de salud pública. O que por prejuicios, estigmas y otros paradigmas sigamos negándole la educación sexual (que es antídoto de las creencias y los embarazos no deseados) a las adolescentes y más jóvenes.

En pleno siglo donde debatimos sobre la vida en otros planetas o la vida artificial, lo que hay en el mundo es una crisis que paraliza las ideas de otorgarles a las mujeres no más garantías, sino sus garantías individuales que deberíamos tener por derecho.

Así pues en una tierra de machos en donde la vida de nosotras poco importa para las instituciones, para la justicia o hasta para la iniciativa privada, es un lujo darse a la tarea de representar una pequeña parte de una lucha que lleva décadas en el país para que las mujeres dejemos de ser vistas con menosprecio, sino al contrario, seamos incluidas en lo que sí importa.

He repetido hasta el cansancio que es la política la que me dejó descubrir no al machismo, sino a sus machos. A los que puedes ponerles nombre y apellido porque en lugar de colaborar y respetar, violentan, golpean, se deshacen en aferrarse a un pasado que ya no debe ser. Y que muchas han estado por décadas dispuestas a alzar la voz y defender esta agenda para que más mujeres tengamos oportunidades que han sido negadas y que siguen siéndolo por una costumbre que será muy difícil de cambiar, pero no imposible: la de poner un “alto” y un “hasta aquí” a la tierra de los machos.

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