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Elogio a la locura

Para el Doctor CoNeJo “-¡Estoy loco de amor! -Loco no ¡Demente! -Quizás, pero hoy el mundo es mucho mejor ¿Me escuchas?” Memorias de mis putas tristes (2011) En un cuarto de hospital, en medio de la noche, Edward Bloom convalece en sus últimos momentos de vida. Su hijo lo acompaña en silencio y se da […]

Para el Doctor CoNeJo

“-¡Estoy loco de amor! -Loco no ¡Demente! -Quizás, pero hoy el mundo es mucho mejor ¿Me escuchas?”

Memorias de mis putas tristes (2011)

En un cuarto de hospital, en medio de la noche, Edward Bloom convalece en sus últimos momentos de vida. Su hijo lo acompaña en silencio y se da cuenta que su padre tiene la mirada perdida y le alcanza a decir “dime cómo pasa, cuéntame cómo me voy”.

William Bloom, que toda su vida ha pensado que su progenitor es un mitómano debido a sus historias extraordinarias, busca entre los resquicios de su imaginación y empieza a narrarle al viejo Edward cómo es que amanece y él se encuentra revitalizado, ambos escapan del nosocomio como si fuera una persecución policial, tal como forajidos que retan a la ley.

“Llévame al río”, dice Bloom padre, mientras que Will conduce a toda velocidad esquivando el tránsito vehicular, al llegar a la orilla del afluente, Edward se topa con todas las personas que han sido parte de su vida, “y lo extraño es que no hay una sola cara triste, todos están tan felices de verte”, continúa la descripción de la película.

Padre e hijo se adentran en el agua, mientras que el viejo se escabulle apenas tocando el líquido vital, convirtiéndose en un gran pez, un bagre negro que se pierde en las profundidades del río.

Con este preámbulo casi del final, es que El gran pez, de Tim Burton, cautivó a millones de personas hace 15 años con su llegada a cartelera, una cinta que sobresale de la filmografía del realizador, por ser distinta a su característico tono sombrío.

Burton lo que quería era hacer un retrato fílmico con el que pudieran reconciliarse las relaciones afectivas familiares, ya que él pasó por la pérdida de su padre en el año 2000 y posteriormente la de su madre, dos años después.

Cuando ocurre el funeral de Edward Bloom, los rostros son largos y los presentes visten de negro, pero William se topa con que las personalidades que acuden al velorio, son justo las que su padre describió en sus historias.

Tal vez, después de todo, su procreador era un verdadero contador de historias, que tomaba un fragmento de la realidad para construir anécdotas fantasiosas a la posteridad, un auténtico elogio a la locuacidad, que le permitió trascender a la inmortalidad.

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