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El por qué de los narcos

El por qué de los narcos se reduce a una simple respuesta: ¡Dinero! Los narcotraficantes envenenan a la sociedad, a la juventud, la parte más valiosa de una nación, por dinero. Enajenan estupefacientes en las puertas de las escuelas, en colonias, pueblos y ciudades por dinero. Disputan a balazos nuevos territorios por dinero. Se matan entre sí con tal de apoderarse de nuevos mercados, por dinero. Sobornan a policías mexicanas y a la DEA, entre otras más, mexicanas o extranjeras, para lograr una expansión más acelerada de su negocio y comprar impunidad, por dinero.

El por qué de los narcos se reduce a una simple respuesta: ¡Dinero! Los narcotraficantes envenenan a la sociedad, a la juventud, la parte más valiosa de una nación, por dinero. Enajenan estupefacientes en las puertas de las escuelas, en colonias, pueblos y ciudades por dinero. Disputan a balazos nuevos territorios por dinero. Se matan entre sí con tal de apoderarse de nuevos mercados, por dinero. Sobornan a policías mexicanas y a la DEA, entre otras más, mexicanas o extranjeras, para lograr una expansión más acelerada de su negocio y comprar impunidad, por dinero. Siembran grandes extensiones de terreno y asesinan a quienes se niegan a entregárselo para hacerse de más dinero. Desafían a las fuerzas armadas del país, por dinero. Se juegan la vida o su estancia por el resto de sus días en una prisión de alta seguridad al introducir drogas en Estados Unidos o comerciar con ellas en México, por dinero. Exponen a sus familiares a terribles venganzas como las de recibir las cabezas de sus hijos o las de sus seres queridos en cajas de zapatos o encontrarlas tiradas en un bar de mala muerte, solo por dinero. Subsisten sepultados en el pánico de ser traicionados en cualquier momento por colegas, socios, amantes o fuerzas del orden, antes a su servicio salvo que hubieran recibido una oferta mejor por atraparlos, por dinero. Viven escondidos en ratoneras —nunca se les sorprende en casinos de lujo vestidos con smokings de seda— para estar a salvo supuestamente de denuncias para cobrar recompensas, por dinero. Construyen laboratorios clandestinos a lo largo del país para fabricar anfetaminas de gran toxicidad, solo por dinero. Blanquean sus gigantescos recursos y se exponen a pasar miles de años en cárceles en cualquier parte del mundo, por dinero. Compran en el extranjero armamento reservado para uso exclusivo del ejército y lo internan ilegalmente en nuestro país a cambio de dinero.  

Sobornan a jueces y magistrados y corrompen a los sistemas de administración de justicia para obtener su libertad, por dinero. Son capaces de venderle su alma al diablo por dinero. Donan una parte de sus capitales a la iglesia católica para tratar de garantizarse el perdón divino y adquirir un pedazo de cielo por toda la eternidad. El clero lava los recursos mal habidos a la voz de “en esta santa casa, la casa de Dios, se purifican las limosnas pagadas por los narcos…”, también, solo por dinero.

Si por dinero matan, secuestran, acribillan, lavan capitales, contrabandean, sobornan e incendian una sociedad y arrinconan a un gobierno, ¿por qué no orientar todos los esfuerzos de la autoridad a quitarles precisamente el dinero, cuando se sabe que es la parte más sensible de estos despreciables rufianes? 

De poco o de nada sirve arrestarlos ni entregarlos a la justicia yanqui porque surgen nuevos capos en sustitución de los apresados o expatriados. Es poco práctico destruir un cártel porque de inmediato aparece otro. 

La “guerra” no la ganará quien dispare más balazos, sino quien sea más inteligente. Con un gran diseño de ingeniería financiera y honestidad se puede recorrer el camino del dinero e interceptarlo. Si el nombre del juego es el dinero y los capos lo esconden con gran éxito, a un gobierno inteligente le corresponde encontrarlo y expropiarlo… 

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