El ocaso

En medio de la tormenta el presidente y su gabinete parecían aferrarse a una estrategia de silencio y apariencia, basada en discursos acartonados y frívolos.
Indigo Staff Indigo Staff Publicado el
Comparte esta nota

En el ocaso del presente sexenio, el de Enrique Peña Nieto, se creía que ya nada podría salir peor.

Con un presidente estadounidense beligerante y antagónico a los intereses mexicanos; un grave problema de violencia donde todo parece indicar que  las tasas de homicidio de este año serán las más altas desde 1997; escándalos de corrupción y violaciones a los derechos humanos acumulados en el imaginario colectivo y en las carpetas de investigación abiertas que parecen quedarse en un limbo eterno.

Los males eran muchos y complejos. El descontento social grave y profundo. Los números de aprobación del presidente lo reflejaban, y es que eran los más bajos que se habían registrado en los últimos 22 años de la historia de nuestro país.

En medio de la tormenta el presidente y su gabinete parecían aferrarse a una estrategia de silencio y apariencia, basada en discursos acartonados y frívolos. Era como si su propósito fuera que los meses pasaran y el país de pronto perdiera la memoria para así poder salir del huracán, si no bien librado, por lo menos flotando en una balsa sin haber resuelto absolutamente nada.

Pero después, justo en el peor momento, llegó el espionaje.

Los hechos ya los conocemos. El gobierno mexicano adquirió un sofisticado software de espionaje de comunicaciones a una empresa de ciberseguridad  israelí para vigilar -sin conocerse aún con exactitud qué agencias o secretarías de gobierno estuvieron involucradas- a periodistas, activistas y políticos de oposición.

¿Quiénes fueron los actores responsables, no solo materiales sino intelectuales de esta operación?, ¿el presidente estaba enterado?, ¿él pudo haber dado la orden de realizar estas actividades?  Son preguntas que abundan y aún siguen sin respuesta.

La noticia fue revelada por una red de organizaciones nacionales e internacionales especialistas en derechos digitales, quienes documentaron y verificaron los casos de espionaje que incluyeron a víctimas como la periodista Carmen Aristegui y los abogados de los padres de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa miembros del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez.

En el reportaje que publicó el diario The New York Times se subraya la grave violación a los derechos humanos que suponen estos hechos. En ese mismo artículo Juan Pardinas, director general del Instituto Mexicano para la Competitividad, dijo: “Somos los nuevos enemigos del Estado”, refiriéndose a los actores de alto perfil que impulsan proyectos y políticas públicas anticorrupción, y a los periodistas que investigan temas sensibles.

La reacción a ese reportaje en el extranjero fue de esperada  sorpresa, reprobación e indignación. Sin embargo, en México fue distinto. Entre las múltiples lecturas que se le dio al tema se aseguró que el espionaje en México es una obviedad, “una verdad de Perogrullo” en palabras del periodista Raymundo Riva Palacio, y  que existían ya innumerables sospechas de hacking y otras formas de espionaje del gobierno hacia “enemigos” políticos, disidentes u opositores.

Estas reacciones en las que se asume que esto ya pasaba o ya lo sospechábamos porque el espionaje como deporte nacional o práctica común, casi corriente, tomó particular auge en la guerra sucia de los 60 y 70s,  y también fue practicado por las agencias de inteligencia estadounidenses en territorio nacional con autorización del gobierno mexicano; si bien no son falsas, sí son muy cínicas.

Y es que, generan la ilusión de amortiguar el golpe de la absurda  y brutal realidad, como hace la ironía con la tragedia, una bonita costumbre mexicana de relativizar los hechos y como decía Octavio Paz, relativizarnos así a nosotros mismos. Así como el meme, como la risa perenne.

Sea cual sea la reacción individual o colectiva a esta información en los días siguientes quedará en conciencia de cada quién. Pero quizá valga la pena recordar que quien poco se indigna, poco exige, poco cambia y poco merece.

Las consecuencias dependerán de la intensidad con la que se demande y se exija una clara rendición de cuentas. No serán entonces responsabilidad de la clase política, sino de lo que decida hacer el pueblo cuando se le caiga la venda de los ojos.

Ahora estos nuevos “enemigos” del Estado que refiere Pardinas, deberían ser vistos como los mejores aliados de México.

Y ante el ocaso de un sexenio desafortunado, caótico y agonizante, este momento debe significar un claro amanecer de la sociedad mexicana y un cambio impulsado por la sociedad civil organizada, vigorizada e indignada.

Show Player
Síguenos en Google News para estar al día
Salir de la versión móvil