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El famoso tren del…

¿Saben? Les pondré un ejemplo. Son dos amigos. Uno muere de ganas de ir a la fiesta del sábado, que porque conoce a todo mundo, o porque habrá mesa de billar o porque su crush estará ahí. El otro amigo no tiene ganas, pero el primero lo convence, le dice que será una de las […]

¿Saben? Les pondré un ejemplo.

Son dos amigos. Uno muere de ganas de ir a la fiesta del sábado, que porque conoce a todo mundo, o porque habrá mesa de billar o porque su crush estará ahí. El otro amigo no tiene ganas, pero el primero lo convence, le dice que será una de las veladas más inolvidables de sus vidas.

Al final, llega el sábado y los conocidos se encuentran desperdigados entre la multitud de extraños, la mesa de billar sirvió como lienzo para la vomitada abstracta de un borracho y el crush se fue temprano porque se sentía mal. El segundo amigo decidió quedarse para disfrutar de los fracasos, y el primero sólo se quedó observando a la nada, en espera de un Uber.

Así es “el tren”. La espera. Ponen las expectativas al máximo y luego se sienten como una caída desde El Pantalón. ¿Por qué se deja uno llevar tan fácil por la imaginación, los enredos o las controversias?

En resumen, la acción del hype funciona como una tormenta en un vaso de agua, pero sólo te percatas del diluvio ya muy tarde

Sucede en todos lados. Sobre todo porque la vorágine del Internet se encarga de informar, de forma cierta o incierta, a la población de los acontecimientos. Es como si toda la escuela estuviera en un mismo salón, escuchando el chisme, esparciéndolo en cuchicheos.

Tales características tienen distintas repercusiones.

Por ejemplo, en el ámbito político, las noticias, así como las opiniones, toman una protesta colectiva fuerte. Si Donald Trump comienza a insultar a los mexicanos en uno de sus discursos más infames, ese pedazo de información especialmente es desmenuzado por la comunidad, hecho añicos, criticado, denunciado y juzgado por ojos tuertos y miopes, cuyo contexto se resume sólo en el mismo enunciado. Claro, se puede formular una presunción acertada sólo con una oración, pero, así como las opiniones fundamentadas se expanden como el dulce aroma de un baguette fresco, las malas también pueden propagar su hedor. Porque de eso se trata: de anclarse de un punto de vista y seguirlo en fila india, o de partirlo y cambiar totalmente el significado. O, en el peor de los casos, ignorar cualquier palabra del qué y sólo concentrarse en insultar a quien denota una opinión distinta a la suya.

También sucede con notas de calibre más ligero. En especial, los trailers.

Para empezar, ahora existen avances del avance mismo. Por si eso fuera poco, ese mismo tiene dos frentes, casi por obviedad: quienes están exageradamente extasiados por el contenido y quienes están igualmente apasionados por destruirlo.

Esto se escala a niveles exponenciales cuando el avance en cuestión es triturado y reacomodado en millones de piezas por los fanáticos. Lo analizan, desmenuzan, critican con materiales en todo tipo de redes.

Un ejemplo claro de este fenómeno es el lanzamiento del más reciente avance de la última temporada de Game of Thrones, el cual tiene más de 47 millones de visitas hasta el momento en YouTube.

Es una serie muy popular, no sólo para quienes la sintonizan, sino para quienes por lo menos han oído hablar de ella. Pero ese nivel de expectativa puede ser canceroso para el producto final, porque, o la gente se deja llevar por los comentarios positivos y espera mucho más de lo que recibe, o se deja llevar por la ola de opiniones negativas y difama cualquier error de parte del equipo de producción de la serie o de los mismos guionistas.

Esto sin contar las miles de teorías, hipótesis, y encuentros de los admiradores, normalmente anclados por líderes de opinión, quienes se portan como los comandantes del campo de batalla virtual.

En fin, existen otros ejemplos de cómo el Internet y el fenómeno de “el tren” puede dañar la reputación de alguien a veces de forma indebida, o, en cuestiones generales, arruinar los eventos sociales, culturales, cinematográficos o televisivos.

Sin embargo, aparte de poderlos decrecer, también deja una huella del sentir de un colectivo. Una evidencia de nuestra presencia en la historia para el comentario de futuras generaciones.

Lo que está en Internet se queda en Internet. Aunque sea una versión bastante sintetizada de eso.

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