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Destruir los mitos de la ciudad inhumana

“No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo”. 

Es una frase de Voltaire a la que recurrimos para explicar que protestar es un derecho. 

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“No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo”. 

Es una frase de Voltaire a la que recurrimos para explicar que protestar es un derecho. 

Es decir, se puede cuestionar los argumentos de una protesta, pero si creemos en la democracia tendríamos que desarrollar una “piel” dura para que bajo ningún motivo pensar que si alguien se queja o protesta eso es “malo”. 

Apelando a eso, entiendo perfectamente por qué la queja eterna en la Zona Metropolitana de Monterrey ya no sólo estriba en los problemas cotidianos, sino también a todas aquellas soluciones innovadoras que atenten al “estatus quo”. 

Pocas personas han entendido que quienes apostamos por una ciudad distinta no sólo tenemos la técnica del lado, sino el mismo problema. Es decir, en cuanto más sea nuestra resistencia al cambio, los problemas serán mayores. 

Debemos como sociedad romper la inercia de un modelo de ciudad que entre omisiones, irregularidades, falta de visión integral sobre la ciudad, ausencia de cultura urbana nos está llevando al declive. 

En mi andar me encontrado con algunos de los mitos más grandes que hay que destruir para evolucionar en nuestra búsqueda. 

Los autos no contaminan. Falso. Un reciente estudio del Instituto Mexicano de Competitividad A.C. incorpora esta relación automóviles-calidad del aire como una de las que hay que tomar en cuenta para la medición. 

Los resultados totales de las ciudades participantes demostraron que por esta contaminación se pierden alrededor de 14 mil millones de pesos anuales, repartidos en pérdidas de productividad y en gastos en salud. 

Actualmente somos la ciudad más contaminada de América Latina… ¿Te imaginas la gravedad de lo que eso significa?

Más segundos pisos y vialidades se necesitan para liberar el tráfico. Falso. Lo único que provocan las vías más anchas son más automóviles. 

Es como cuando estamos pasados de peso. No solucionamos el problema comprando ropa más grande, sino adelgazando. Es lo mismo. El espacio público debe tener una vocación natural para ser ocupado por las personas, no mayormente por los autos. 

Claro, eso no significa que seamos anti-auto, pero sí que de nosotros depende su uso racional. Y que está comprobado que ninguna vialidad “extra” ha desahogado el tráfico. 

Ejemplo: el segundo piso de la Ciudad de México. No olvidemos que el mercado existe, hoy la oferta la domina el auto por eso esas vialidades siempre se van a volver a llenar y no habrá espacio que alcance. 

Nadie puede usar la bicicleta con este clima. Falso. Actualmente, aunque no hay un censo exacto de cuántos ciclistas urbanos existen en la Zona Metropolitana de Monterrey, seguramente los ha visto circular a diferentes horas en este clima extremoso. 

Claro que no lo hacen por cuidar al medioambiente, la mayoría usa la bici como transporte para ahorrarse el carísimo transporte público. Además, algunas ciudades con climas extremosos como Amsterdam en Holanda han sido pioneros exitosos en implementar exitosos programas de ciclovía.

¿Qué dice la técnica? Que, efectivamente, el cuerpo no va a soportar recorrer más allá de 5 kilómetros. Así que si se hiciera un plan de uso de bicicletas y su respectiva infraestructura, ésta tendría que está conectada a otros medios de transporte. 

Por estos mitos y otros surgen esas resistencias con miedo a cambiar de modelo de ciudad. Roma no se creó en un día y no hay urbanismo sin civismo. 

Hoy, replantearnos la ciudad que queremos no debe ser en función de nuestra costumbre, sino de una apuesta mucho más grande que nos permita la sobrevivencia como civilización y no sólo una fotografía bonita de “compromisos cumplidos” a capricho de personas que a veces se quejan sin analizar que este modelo de ciudad es un fracaso, pero que si queremos cambiar no podemos hacer las mismas cosas. 

Sí, siempre defenderé el derecho de quien se queja, pero hay que cuestionar la queja.

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