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Derechos para todas

A mi mamá Este día no es para celebrar. Es para conmemorar lo que han hecho que miles de mujeres alrededor del mundo: luchar todos los días por nuestros derechos. Podríamos escribir los miles de casos que nos llevan a explicar los motivos de por qué estamos en esta constante búsqueda de que el “piso […]

A mi mamá

Este día no es para celebrar. Es para conmemorar lo que han hecho que miles de mujeres alrededor del mundo: luchar todos los días por nuestros derechos. Podríamos escribir los miles de casos que nos llevan a explicar los motivos de por qué estamos en esta constante búsqueda de que el “piso esté parejo”. Pero me los saltaré para contarles una historia.

Mi mamá fue de las primeras en su familia en estudiar. Responsable de sus hermanos y su madre enferma, “no le quedó de otra” más que trabajar y estudiar. Así logró ser bióloga. Una de las mejores maestras de ciencias que conozco. No tuvo, entonces, que decirme que estudiar era importante. Lo hizo con su ejemplo.

Les hablaré también de mis abuelas, salidas de la pobreza, que sin acabar si quiera la primaria lograron, una viuda y otra separada, en “sacar adelante” a sus hijos e hijas. Ambas no me tuvieron que decir “trabaja”, con su ejemplo me convencieron que nada es gratis, que el esfuerzo vale. Tarde o temprano el talento sí importa. Jamás les escuché decir ni a ellas ni a mi madre que las cosas “buenas” o “malas” les pasaban por ser mujeres. Siempre resistentes y resilientes frente a toda adversidad.

Ahora les diré que cuando entré a la política, me cayó un veinte: mi crianza me hizo un umbral de tolerancia muy grande hacia el “no se puede” o “esto no es para mujeres”. Después de una campaña en donde fui víctima de violencias y amenazas por ser mujer, entendí algo: sí pasa “algo” por serlo.

Así que en uno de mis primeros discursos le dije públicamente a mi madre eso. Que la política me enseñó a asumir no un papel de víctima que jamás me he considerado, pero sí a comprender la importancia del género y de que las barreras, techos de cristal y pisos disparejos, tendríamos que romperlos. “Mamá, en la política si pasan cosas por sólo ser mujer”.

Pero no sólo ahí, en lo privado, en la sociedad civil, en las calles, en las casas. La inequidad y la desigualdad es una constante.

Llegué como la única senadora mujer que tiene Nuevo León a un Senado histórico, el que es producto de esas mujeres como mi madre y mis abuelas, como las defensoras de derechos humanos y de las mujeres, como las empresarias y las feministas, y toda la pluralidad de mujeres que invisible y visiblemente han cambiado nuestra realidad, la de las más jóvenes que estaba, más todavía, destinada al precipicio.

Patricia Mercado, una de las cinco candidatas a la Presidencia de la República Mexicana, es hoy mi colega en este Senado paritario. Feminista. Convencida de nuestras libertades. Una de nuestras voces más visibles de las deudas pendientes de nuestros derechos. Cuando me veo a su lado, siento que si no fuera por su lucha, yo tampoco estaría ahí. Porque estando más joven, si algo le admiré es “aventarse” al ruedo difícil de admitir que queremos gobernar un país entero.

Pero, también en mi privado ganamos espacios. Martha Herrera es una mujer a la admiro por ganarse con talento propio un espacio no sólo en el sector privado sino en una industria de las más difíciles y, anteriormente, exclusivas de hombres. Hoy Martha es una de las ejecutivas que más aporta a Nuevo León con proyectos de responsabilidad social empresarial.

Podría seguir con una lista enorme de mujeres que abren caminos. Que lo digan o no, conservadoras o libertarias, ricas o pobres, están haciendo de este país uno lleno de oportunidades para las que seguimos, las que siguen.

Algún día este día no va a existir y la historia de la humanidad habrá escrito una nueva: la de todas esas mujeres que cambiaron lo que parecía imposible: derechos para todas.

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