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Confusión regia

Algo se ha venido fraguando lentamente en Nuevo León desde que la denominada “guerra” contra el crimen organizado declarada por Felipe Calderón alcanzó sangrientamente la tierra norteña de la prosperidad económica y académica, rompiendo con el statu quo de una sociedad históricamente conservadora y acostumbrada a vivir en paz y a juntarse con los intereses […]

Algo se ha venido fraguando lentamente en Nuevo León desde que la denominada “guerra” contra el crimen organizado declarada por Felipe Calderón alcanzó sangrientamente la tierra norteña de la prosperidad económica y académica, rompiendo con el statu quo de una sociedad históricamente conservadora y acostumbrada a vivir en paz y a juntarse con los intereses sociopolíticos del resto del país pero nunca revolviéndose.

Y eso es un sentimiento de confusión ideológica en el aspecto político, económico y social. 

Nuevo León y su gente, su gente y Nuevo León ha sido una sociedad organizada que ha cuidado de sí misma sin la dependencia del centro del país o de los gobiernos federales. Existen distintos ejemplos de ello, desde el huracán Gilberto hasta la casi pérdida de la seguridad pública estatal en 2010 y 2011. La “raza” desde Presa de Maltos hasta Colombia, se organizó, se unió, trabajó y le puso solución a sus problemas. Sin embargo, los aciertos y desaciertos, los problemas habituales de una provincia, la gente y los agentes evolucionaron. Las nuevas generaciones y una gran parte de las pasadas ven con frustración un Estado que crece hacia adentro pero sin propósito definido. Y algunos otros creen que al exterior la marca neolonesa y la regia se empieza a perder.

En lo personal, no creo que esa marca se esté perdiendo.

Pero no me resulta extraño que las generaciones de antaño y las nuevas compartan esa percepción. Múltiples factores creo que han influido; desde el éxodo en los cientos de miles quizás ya millones de personas provenientes de otros Estados que padecieron de la epidemia de la inseguridad, así cómo el regreso de miles más de migrantes deportados de Estados Unidos, la cercanía con el imperio más grande del mundo y la formación bicultural, hasta la explosión de la curiosidad cosmopolita cómo producto de la interconexión digital,  podrían bien explicar el recorrido político-partidista de la derecha del PAN, al centro del PRI y de ahí al surrealismo de un híbrido populista cómo Jaime Rodríguez, “El Bronco”. No obstante, el reconocimiento colectivo de que la peste de la corrupción ha penetrado todo el tejido de la sociedad; desde el empresario intachable, pasando por todos los partidos políticos hasta las universidades ha creado una expresión de espejismo ante lo que los neoloneses creían estar exentos.

El problema está en que todo el país está así. Pero la orgía partidista, el “chapulinaje” burdo y cínico de los políticos hechos y también de los que están en proceso de hacerse pero que aún están derechos no es la solución. No sin antes redefinirnos cómo individuos y cómo colectivo. Eso empieza en los círculos locales e inmediatos, desde Monterrey hasta Pachuca y el resto de las ciudades para luego aspirar a reconciliar  las sociedades que constituyen México.

No creo en la denominación contra-natura en lo que se refiere a las alianzas políticas. Pero si creo en la congruencia ideológica del individuo y sobre todo en el peligro moral que constituye el poder por el poder. Es decir, en el no militar, quizás aborrecer toda la ideología de un partido político pero dada la oportunidad- entiéndase oportunismo- postularse a un puesto de elección popular y ejercerlo desde la imparcialidad.

¿Por qué? Porque desde Zapata hasta Gómez Morín, pasando por los hermanos Flores Magón, Madero, Carranza y Calles; la parcialidad de las ideas ha sido el núcleo fundamental por la que una democracia se nutre.

Se vale dejar de creer en algo y en alguien, pero no existe tal cosa como el no creer. En ese sentido, en el caso de Nuevo León, personajes cómo la ex alcaldesa panista de Monterrey, Margarita Arrellanes, Luis Donaldo Colosio Riojas y Tatiana Clouthier y todos aquellos que son pero no son, tienen la responsabilidad cívica y moral de definir cuales son sus posicionamientos. Y aquellos en la escena nacional, empezando precandidato priista, José Antonio Meade, que no es priista y fue elegido por no serlo pero pareciera ansioso por contar con la credencial y con el chaleco rojo, deben irse replanteándose ideológicamente, porque en está elección las mejores ideas, quizás las más novedosas ganarán, pero serán ideas no ocurrencias. Al tiempo.

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