Celuloide: Fidelio

Después de años de no frecuentarse, William “Bill” Hartford y Nick Nightingale se encuentran en una fiesta de navidad, en Nueva York. Hartford es ahora un ginecólogo de renombre, mientras que Nightingale renunció a la medicina y se hizo pianista. El evento fortuito quedó atrás, y noches posteriores, el doctor llega al bar donde el […]

Después de años de no frecuentarse, William “Bill” Hartford y Nick Nightingale se encuentran en una fiesta de navidad, en Nueva York. Hartford es ahora un ginecólogo de renombre, mientras que Nightingale renunció a la medicina y se hizo pianista.

El evento fortuito quedó atrás, y noches posteriores, el doctor llega al bar donde el músico se presenta tocando jazz, ahí, el médico abdicado recibe una llamada sospechosa, que tras una breve charla, sólo apunta una palabra en una servilleta: “Fidelio”.

“Es la contraseña”, confiesa el tecladista tras la insistencia de Bill, quien cada vez se siente más intrigado por su viejo conocido, porque este, le ha descrito antes de recibir el telefonazo, que lo han contratado previamente para un tipo de veladas secretas, en donde al parecer, se hacen ritos donde la moral está eximida por completo.

En esta espiral de intriga, suspenso y seducción, se sumerge Ojos bien cerrados, última película del célebre cineasta Stanley Kubrick y que hace 20 años llegó a las salas internacionales. Como era costumbre, el director presentó su corte final a Warner Bros, quien no lo mutiló, pero sí censuró por las secuencias eróticas explícitas presentadas a cuadro.

Kubrick, quien falleció tres meses antes del estreno, en su residencia de Londres, Inglaterra, trabajó en este filme con la entonces pareja favorita de Hollywood, Nicole Kidman y Tom Cruise, en los papeles de Alice y Bill Harford, respectivamente, matrimonio perfecto ante la sociedad, pero que lentamente se ha volcado en un limbo de tedio, por falta de chispa en su asentada cotidianeidad.

Basada en la noveleta austriaca Traumnovelle (Relato soñado en español), de Arthur Schnitzler, Kubrick adapta y transporta la ficción de 1926 en Viena, a la Gran Manzana a finales del siglo XX, pero este no fue el único reto, porque el director que sufría de aerofobia, recreó Manhattan en Reino Unido.

Aunado a su perfeccionismo, el realizador rodó por cerca de dos años, lo que le hizo registrarse ante el récord Guinness por ser la producción continua más larga de la historia, siendo en total 400 días, sólo de su filmación.

Para quienes han visto y han sido parte del misterio que encierra Ojos bien cerrados, saben que “Fidelio” sólo es la palabra de pase a todo un mundo de enigmas, en el que Bill, ya no sabe distinguir la realidad de la fantasía. A dos décadas de distancia, vale la pena revisitar esta ventana, que sorprende y trastoca a más de un cinéfilo audaz.

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